Una persona puede comer poco, hacer ejercicio y engordar, mientras que otra, por el contrario, puede mantener su peso sin problemas a pesar de adquirir hábitos mucho más sedentarios. ¿A qué se debe? Cada persona tiene un metabolismo propio y diferente al resto. Lo que en unas personas adelgaza, engorda en otras. El desconocimiento sobre nuestro metabolismo y algunas malas costumbres en la dieta pueden alterarlo y provocar consecuencias perniciosas para el organismo.
Reacciones químicas de importancia vital
Se llama metabolismo al conjunto de reacciones químicas que se producen en el interior de los seres vivos para aprovechar energéticamente los alimentos que éstos ingieren. En los humanos, estos procesos derivan finalmente en la disgregación de los nutrientes en moléculas útiles para el organismo -hidratos de carbono, proteínas o aminoácidos y grasas o lípidos-. Estas transformaciones biológicas constituyen la base de la vida de cualquier organismo, tal y como explica Rafael Ezquerra, jefe de la sección de Endocrinología y Metabolismo del Hospital de Santiago, en Vitoria.
No existe un único metabolismo, sino tres diferentes. Éstos se corresponden, precisamente, con la transformación de los hidratos de carbono, las proteínas y las grasas, elementos que constituyen la energía que consumen las células del organismo. Pese a responder cada uno de estos procesos a reacciones propias, están estrechamente interrelacionados. Tanto es así, que una tara en uno de ellos deriva en el malfuncionamiento del conjunto y, por ende, en la proliferación de patologías diversas, como ciertos tipos de diabetes, la obesidad o el incremento de colesterol en el organismo. Pese a su diversidad biológica, los tres confluyen finalmente en el denominado Ciclo de Krebs. Éste es el punto en el que se desprende el combustible que requiere cualquier ser vivo para cumplir con sus funciones vitales. La combustión de las tres moléculas, según las necesidades de cada momento, facilita las calorías para el mantenimiento constante de la actividad vital. Gracias a ello, las personas pueden respirar, pensar, ver o moverse, entre otras muchas funciones.
Lógicamente, la vida requiere que los procesos metabólicos se desarrollen de forma constante. Éstos son el sistema de recarga de la energía que se consume de forma permanente, incluso cuando el organismo está en reposo o durmiendo. Y es que las células del aparato digestivo, del corazón, o de los músculos, por citar sólo algunas, necesitan combustible permanentemente. De ahí que los procesos químicos internos no guarden una relación causa-efecto con la ingesta de comida. En realidad, el cuerpo humano no necesita comer constantemente, ya que, después de la digestión, el organismo sólo utiliza una pequeña parte de los combustibles. El resto se guarda como reserva en diferentes órganos y tejidos de nuestro cuerpo, como en los músculos.
El primer metabolismo que se pone en marcha es el de los hidratos de carbono. Una vez que los alimentos han pasado por los procesos de masticación y de acción enzimática, se transforman y despedazan en el aparato digestivo. Ya disgregados en moléculas, son absorbidos en el intestino delgado por la sangre que los transporta hasta el hígado. Allí tiene lugar la mayoría de los procesos metabólicos. El producto final de la transformación de los hidratos es la glucosa, base sobre la que se cimientan las reacciones de las proteínas y las grasas. Estas últimas moléculas tienen una importancia capital, ya que muchas de ellas, las conocidas como esenciales, sólo se obtienen de forma exógena, es decir, a través de los alimentos. La combustión de ambas es más compleja y necesita de un mayor volumen de energía para sintetizarse.
La glucosa puede quemarse para producir energía o ser almacenada en forma de grasa en el cuerpo. Si el metabolismo funciona correctamente es más que probable que ésta se queme y no se guarde en el organismo. En el caso contrario, aunque se haya ingerido poca cantidad de alimentos, el proceso concluirá con la acumulación de grasa, y un bajo nivel de energía. Para que el metabolismo funcione con eficiencia, es fundamental la presencia de enzimas y cofactores. Son proteínas especiales responsables de catalizar, facilitar y acelerar los procesos químicos internos. A su vez, dependen del buen funcionamiento del tiroides, que es la glándula que las regula adecuadamente. Existen miles, y cada una desempeña una función concreta.
¿De qué depende la eficiencia del metabolismo?
En principio, todas las reacciones bioquímicas que se producen en el interior de un organismo responden a la carga genética del individuo. Estar predispuesto a ciertas disfunciones o a adquirir peso por el mejor aprovechamiento de las grasas, por ejemplo, no dependen de la voluntad de las personas. Sin embargo, hay que tener en cuenta una serie de factores que también influyen sobre el metabolismo. Son los siguientes:
- Condición y ejercicio físico: Cuanto mejor es la forma, el organismo consumirá más grasa con la misma actividad.
- Dieta diaria: Sin hidratos de carbono, por ejemplo, el organismo se queda sin glucosa y no puede metabolizar las grasas.
- Género: Las mujeres ahorran más glucosa y usan menos proteínas. Es debido a las hormonas.
- Condiciones climáticas: Esfuerzos en días calurosos provocan un mayor consumo de glucosa.
- Morfología del individuo.
Además de los mencionados, para entender cómo se dan los procesos metabólicos conviene tener en cuenta la denominada acción dinámica específica de cada alimento ingerido. Es un parámetro que define la cantidad de energía que necesita cada alimento para ser metabolizado. Los mejor aprovechados son los hidratos de carbono, ya que requieren menos energía para su obtención final, aunque también son las moléculas de las que menos reservas hay en el organismo. El caso contrario es el de las proteínas, que son las menos rentables. Las grasas, por su parte, están de forma amplia en los almacenes orgánicos. Por ejemplo, cuando comemos pan, legumbres o patatas estamos comiendo mucha glucosa; cuando comemos un filete estamos tomando principalmente proteínas y grasa.
A medida que un ser humano crece, su metabolismo disminuye de intensidad. Los procesos químicos se ralentizan porque cada vez necesitan menos energía. Está demostrado que los niños, al estar en pleno proceso de crecimiento, consumen alrededor de 60 kilocalorías por cada kilo de peso, cuando la media de este parámetro en los adultos es de entre 35 ó 40.
Muchas costumbres sociales influyen de manera directa e indirecta en la eficiencia del metabolismo. Las costumbres alimenticias y el sedentarismo, por ejemplo, pueden provocar o agravar dolencias relacionadas con estos procesos. Es evidente que el cuerpo del ser humano responde a una morfología y a una fisiología determinadas, ‘diseñadas’ para la adaptación al medio natural que le vio nacer. Con el desarrollo tecnológico, muchos requerimientos vitales han cambiado y se han ‘dulcificado’.
Gen ahorrador
Al respecto, cabe hablar de la teoría del ‘gen ahorrador’. Rafael Ezquerra explica que los hombres están preparados genéticamente para soportar cíclicamente periodos de hambrunas. De hecho, hasta hace escasas décadas, incluso en el occidente desarrollado, existían estas épocas de necesidad. Según los postulados de esta aproximación biológica, el ser humano está predispuesto a almacenar alimentos con los que soportar los periodos de escasez. Sin embargo, en la actualidad existe una disponibilidad casi absoluta de nutrientes en los países modernos. La explicación teórica indica que no hemos evolucionado al mismo ritmo que la sociedad actual. “Puede ser que con el tiempo, este ‘gen’ desaparezca y podamos comer y vivir con hábitos más o menos sedentarios sin engordar”, afirman desde la sección de Endocrinología del Hospital de Santiago.
Planteamiento erróneo de ciertas dietas
Es evidente que cada ser humano necesita su propia cantidad de calorías para vivir. El metabolismo es un proceso personalizado y, por ello, no hay dos iguales. Para saber cuáles son las necesidades de energía de un organismo es necesario tener en cuenta varios factores. Son los siguientes:
- El metabolismo basal, que es el mínimo de energía necesario para mantener las funciones vitales básicas.
- El esfuerzo al que se puede ver sometido.
- La acción dinámica específica de los alimentos
- Coeficiente de desaprovechamiento de los alimentos: Por ejemplo, la fibra se desaprovecha casi por completo. La glucosa, no.
Una conclusión válida a todo lo dicho hasta ahora es que una correcta alimentación debe contemplar los tres elementos fundamentales. Una dieta sana y natural es aquélla con el 55% de hidratos de carbono en el aporte calórico. Además, debe incluir proteínas entre 0,8 y 1 g por kilogramo de peso y día. El resto, deberán ser grasas, según afirma el experto. Cualquier alteración de esta ponderación, por ejemplo, a través de programas para adelgazar, puede trastocar el ritmo del organismo.
Habitualmente, las dietas para adelgazar se basan en la relación entre la ingesta de calorías y la combustión de éstas, por ejemplo, a través del ejercicio físico. Es decir, si se come más de lo que se gasta, el organismo engorda. Pero éste es un planteamiento erróneo: hay personas que comen poco, hacen ejercicio y engordan, mientras que otras que mantienen su peso estable sin muchos problemas. Si la operación aritmética de las calorías fuese tan simple como parece, perder peso sería cuestión de días. Si cada día, un hombre deja de comer 100 calorías, cada año perdería cerca de los 5 kilos. Y en cuestión de 20 años desaparecería.
Para lograr un peso sano, es necesario que las enzimas y cofactores estén presentes en las cantidades precisas en el organismo. Esta disposición se consigue sólo con una alimentación equilibrada, es decir, con hidratos de carbono, proteínas y lípidos, además de con una buena digestión. Para que la actividad enzimática se produzca, es necesario también el aporte de ciertos minerales, como el hierro, el calcio o el cobre, entre otros, vitaminas, ácido fólico y la coenzima Q10.
Los expertos aseguran que sin estos nutrientes, el metabolismo no funcionará como debe. Por lo tanto, ante el deseo de perder peso, resulta mucho más efectivo estimular el metabolismo que reducir las calorías de una dieta moderada, según señala Cala Cervera, nutricionista ortomolecular.
Normalmente, los regímenes bajos en calorías cumplen su misión al principio. Sin embargo, éstos se estancan. De ahí que las personas regresen a sus hábitos de alimentación y recuperen todo el peso perdido, más unos cuantos kilos extras. El fracaso de estos procesos de pérdida de peso se debe a que los individuos desconocen unos hábitos alimenticios sanos, hecho que deriva en un desequilibrio bioquímico.
Además, el organismo tiende a acostumbrarse a las condiciones a las que se le somete. Si se reduce la ingesta, por ejemplo, el metabolismo se amoldará a ello, aprovechando la energía de otra manera. El cuerpo, ante una dieta baja en calorías, actúa aminorando el metabolismo para no gastar. Por este motivo, las dietas con pocas calorías no funcionan. El mismo caso se da en aquellas situaciones en las que se evita el desayuno o la cena para no engordar. En lugar de adelgazar, el efecto obtenido puede ser el contrario.
Otro tipo de dietas que evitan la ingesta de alguna de las tres moléculas vitales son igual de perniciosas para el organismo. Sin una de ellas, el metabolismo se resiente y puede causar la acumulación de ciertas sustancias que, en demasía en el organismo, son nocivas.