A partir de los 40 años, la inmensa mayoría de las personas comienza a tener problemas para leer o enhebrar una aguja con la misma facilidad con que lo hacían antaño. Parece que las letras bailan y para poder enfocarlas correctamente la única solución es separarse de la lectura. Estos son los síntomas de la presbicia, un efecto -y no una enfermedad- de la edad sobre el sistema ocular que, como el resto del organismo, pierde potencia y elasticidad con los años y afecta principalmente a la visión cercana.
Afecta al 100% de la población a partir de los 50 años
Los síntomas son inconfundibles e inevitables, puesto que todas las personas acabarán padeciendo presbicia tarde o temprano. Al margen de la profesión, entretenimiento (muchas horas delante del ordenador) o carga genética, el envejecimiento afecta a todo el mundo. Y de ahí surge, precisamente, el origen de esta disfunción ocular, más conocida como ‘vista cansada’. Ésta, por lo general, surge y se manifiesta a partir de los 40 años en todos los individuos. En un primer momento lo hace empeorando la visión de cerca del afectado, que comienza a notar dificultades a la hora de leer o de escribir, puesto que los objetos cercanos aparecen desenfocados. Ese será uno de los avisos de la aparición de esta condición, también conocida como ‘síndrome de los brazos largos’, sobrenombre que aparece por la necesidad que presentan ‘los présbitas’ de separar lo que están leyendo para poder enfocarlo de la manera adecuada.
Tal y como apuntan desde el Colegio Nacional de Ópticos Optometristas de España, la presbicia sólo se puede corregir, pero no evitar su aparición.
La presbicia sólo se puede corregir, pero no evitar su aparición
Al respecto, Juan Cuesta Monteagudo, óptico andaluz conocido por su labor didáctica, explica que para ver de cerca el ojo humano se vale de un mecanismo conocido como ‘acomodación’. Éste pone en marcha al músculo ciliar que incide sobre el cristalino hasta lograr que éste varíe su espesor y, por ende, aumente su potencia y consiga que la imagen de un punto cercano se forme en la retina pudiendo verla de forma nítida y adecuada. Sin embargo, el proceso de envejecimiento natural es inevitable. Cuando el individuo ronda y sobrepasa la cuarentena, el progresivo desgaste de su organismo hará que el citado músculo ciliar pierda una parte importante de su condición inicial. Por las mismas razones, el cristalino dejará de ser una estructura tan flexible como la de antes. ¿El resultado de todo ello? Sencillamente, que la capacidad de acomodación ya no será igual de efectiva que en la juventud y, con ello, los ojos perderán poder para ver de cerca, ya que un ojo sin acomodar formará la imagen detrás de la retina y no en ella, como sería preciso. Así, queda claro que la presbicia no es una patología ni una enfermedad. Sólo es el efecto del paso del tiempo.
El óptico Cuesta Monteagudo indica que el fallo de acomodación “es progresivo y no repentino y total”. El proceso se inicia, según sus palabras, desde la infancia. Lo que ocurre es que se manifiesta en la madurez del individuo. A partir de su aparición, la presbicia continuará hasta que “exista una diferencia de aproximadamente tres dioptrías entre la graduación de lejos y la de cerca”.
Síndrome de los ‘brazos largos’
Ese proceso se deja ver con una sintomatología evidente. A juicio del Colegio de Ópticos Optometristas, el afectado siente dificultades para ver con la misma calidad a como lo hacía antes. De hecho, se encuentra en la necesidad de separarse de lo que está leyendo o de la tarea que está realizando para poder ver lo que lee o hace. Igualmente, los présbitas necesitan cada vez más luz para ‘enfrentarse’ a sus libros, lecturas o actividades cotidianas en distancias cortas. En definitiva, esta disfunción hace imposibles de realizar trabajos prolongados en visión cercana, emborrona imágenes, fatiga la vista, dificulta la detección de detalles pequeños y amontona las letras en la lectura. Todo ello implica esfuerzos visuales y obliga a cambios posturales entre los afectados.
En cualquier caso, es preciso señalar, y así lo hace el gremio de los ópticos españoles, que la presbicia no afecta con idéntica incidencia a todos. Su aparición, que será segura, dependerá de una serie de condicionantes como la graduación que necesite el individuo para ver de lejos, su actividad laboral, sus aficiones en el tiempo de ocio o su estatura, entre otros. Aparte, también contribuirá a su aparición el haber sufrido o sufrir enfermedades como diabetes o anemia, o el haber ingerido ciertos medicamentos, capaces de alterar el metabolismo del cristalino o el rendimiento del músculo ciliar, así como algunos ansiolíticos, colirios anticolinérgicos, antidepresivos, antipsicóticos, antiespasmódicos, antihistamínicos y diuréticos.
En este mismo sentido, la manifestación de la presbicia también dependerá de que el ojo afectado sufra además otro tipo de disfunciones.
la manifestación de la presbicia también dependerá de que el ojo afectado sufra además otro tipo de disfunciones
Requiere soluciones ópticas
Los ópticos consultados aseguran que el tratamiento ante la vista cansada es sencillo y similar al que requiere la hipermetropía, ya que en ambos casos el ojo forma las imágenes detrás de la retina, y no en ella. Así, la solución pasa por utilizar unas lentes -gafas o lentillas- que sean capaces de hacer converger los rayos de luz que entran en el globo ocular.
En función de las circunstancias de cada afectado existen varias opciones para tratar la presbicia, aunque la más común es la utilización de gafas, que pueden ser de diferentes tipos:
Monofocales. Son gafas graduadas especialmente para ver de cerca. En principio, su uso es el adecuado para realizar tareas que requieran de la utilización de la visión cercana durante periodos de tiempo prolongados. Sin embargo, tienen un inconveniente. Cuando se levanta la vista de la lectura, por ejemplo, los ojos verán desenfocado lo que se encuentre a distancias intermedias, circunstancia que, en ocasiones, puede generar situaciones de vértigo. Sea como fuere, en esta tipología de lentes se encuentran las tradicionales gafas de ‘media luna’. Según Juan Cuesta, éstas son las aconsejables para los présbitas que no precisan graduación para ver de lejos, ya que permiten mirar personas u objetos ubicados a distancias considerables sin tener que quitárselas.
Bifocales. Son unas gafas que permiten ver de lejos por la parte superior y de cerca mediante la parte inferior de sus cristales con tan sólo inclinar ligeramente la cabeza. Sus hándicaps residen en que necesitan de un periodo de tiempo de adaptación a estas gafas y que la visión intermedia no es totalmente clara. Esto obliga al usuario a acercarse al objeto o a la persona que desea enfocar.
Progresivas. Son unas gafas que facilitan una visión nítida a cualquier distancia con sólo un leve movimiento de la cabeza. Según Cuesta Monteagudo, serían el instrumento ideal para devolver a los ojos a una situación similar a la que existía antes de la llegada de la presbicia. Los ‘peros’ a estas lentes hay que buscarlos en su visión lateral, que no es la mejor, o en que, por lo general, son más pesadas y caras que el resto de soluciones. Además, la adaptación a estas gafas suele ser más complicada que en el caso de las gafas bifocales. En cualquier caso, es la mejor solución para las personas que requieren ver bien a diferentes distancias.
Respecto a las lentillas y las soluciones que aportan a la presbicia, las hay que incorporan una óptica similar a la que va montada en las gafas progresivas, por lo que su utilización facilitará una buena y correcta visión en planos cercanos, medianos y lejanos. Por otra parte, también pueden permitir la utilización de una técnica conocida como ‘monovisión‘. Ésta consiste en colocar una lentilla graduada para ver bien de cerca en un solo ojo, que sería el que se utilizaría para la visión cercana y el otro quedaría para distancias largas.