La peor noticia de todas es tener que comunicar una mala noticia. Sin embargo, se trata de un hecho irremediable ya que en un momento u otro todo el mundo acabará enfrentándose a la enfermedad o a la muerte. Desde hace varias décadas entre los profesionales de la salud se ha roto con el tradicional «muro de silencio» que, amparándose en la piedad, evitaba decir al paciente la verdad sobre la gravedad de su dolencia. Hoy los médicos optan porque el enfermo vea reconocido su derecho a ser informado y estar al corriente de su situación, aunque señalan la necesidad de administrar la verdad en dosis adecuadas.
No engañar al paciente
Suele decirse que las cosas son del color del cristal con que se miran. Una noticia que para unas personas supone un dolor insoportable, para otras no deja de ser más que un escollo que hay que salvar para continuar luchando. Pero desde el punto de vista de los profesionales de la salud, y de manera objetiva ¿qué es una mala noticia? En opinión de Joan de Pablo, psiquiatra del Hospital Clínico de Barcelona, una mala noticia es todo aquello que compromete de algún modo la integridad física de una persona. Se trate de una grave enfermedad, una amputación, e incluso la muerte, un paciente tiene derecho a ser informado sobre su salud.
Hasta hace pocas décadas la mayoría de los médicos optaba por engañar al enfermo sobre su estado real cuando la situación era delicada en extremo. En la actualidad, señala de Pablo, se ha configurado un modelo por el cual se informa ampliamente al paciente acerca de su dolencia y sus consecuencias, ya que para el enfermo «resulta mucho mejor» conocer realmente qué padece para poder hacer frente de modo eficaz a la enfermedad. Coincide con esta opinión Francisco Duque, psicólogo del hospital Gregorio Marañón de Madrid y uno de los expertos que atendieron a las víctimas del atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
El paciente no sólo debe conocer cuál es su verdadero estado de salud, sino la terapia médica propuesta, las alternativas posibles a ésta, así como las posibles consecuencias si falla el tratamiento. Tiene derecho, pues, a estar al tanto del diagnóstico, el pronóstico y la evolución de la terapia que le proponen los especialistas. Según los expertos, esta comunicación fluida entre médico y enfermo es la mejor opción, ya que el engaño o la falta de información genera desconfianza en el paciente, quien recelará desde ese momento tanto del médico, como de los familiares que lo rodean.
Se trate de una grave enfermedad, una amputación, e incluso la muerte, un paciente tiene derecho a ser informado sobre su salud
Por otra parte, al tratar de evitar que un paciente sepa la verdad, en muchas ocasiones «se le impide también poder hablar sobre su problema justo en el momento en que más lo necesita», apostilla Duque. Pero proporcionar al enfermo la máxima información posible sobre el mal que le aqueja, agrega, no implica necesariamente darle a conocer toda la información. Hay casos en los que dosificar la información cobra especial relevancia, como en el de quienes tras sufrir un accidente pierden la movilidad, situaciones en las que se suele comunicar el estado real a la familia y dar «márgenes de tiempo más amplios» a los enfermos para que puedan asumir su nueva condición, asegura Ana Esclarín, médico del Centro Nacional de Tetrapléjicos de Toledo.
Y es que, en opinión de Duque, el psicólogo del Gregorio Marañón, es de vital importancia informarse de cada caso en particular y tener en cuenta lo que sabe el paciente, así como cuánto o hasta dónde quiere saber. Tras asegurarse de que cada enfermo conozca su mal en función de sus deseos, ¿quién debe encargarse de proporcionarle la información? ¿Equipos especializados de psicólogos? ¿Los médicos que le atienden habitualmente?
Trabajo de especialistas
Comunicar una mala noticia no es plato de gusto para ningún profesional, pero los expertos coinciden en señalar que quien debe hacerlo es el médico que atiende la patología que provoca la mala nueva. Así lo entienden tanto Joan de Pablo, del Hospital Clínico de Barcelona, como Francisco Duque, del Gregorio Marañón de Madrid. A juicio del psicólogo madrileño, el profesional de cada área es el más indicado para realizar su trabajo. «De cañerías sabe un fontanero, de una cardiopatía, un cardiólogo», ilustra. Al experto es a quien el paciente va a preguntar sus dudas y «es él quien debe dar la noticia», asegura.
No obstante, debe ser un trabajo de coordinación en el que participen el equipo de psicólogos y los especialistas de cada área, así como el personal de enfermería que se ocupará del paciente. En cualquier caso, como señala Duque, es necesario saber en qué consiste la mala noticia; conocer qué solución tiene el caso concreto, en especial el diagnóstico, el tratamiento y las perspectivas de futuro; y tener conocimiento de qué saben el paciente y su familia y, sobre todo, trazar una estrategia para determinar hasta dónde quieren saber.
Cuando a un paciente se le proporciona información sobre su dolencia se le permite controlar la situación y recuperar su propia trayectoria personal
La teoría no parece complicada, pero ¿cómo explicar a alguien que va a perder un miembro, que pasará el resto de su vida en una silla de ruedas o que su vida va a llegar a término? ¿Cuál es el mejor modo de comunicarlo? En opinión del psiquiatra catalán, dar una mala noticia que afecte a la salud o la integridad física siempre va a causar dolor, pero «hacerlo mal causa más dolor que hacerlo bien».
De Pablo sostiene que es necesario explicar la verdad «pero de forma soportable y con esperanzas», y recuerda que es importante tener en cuenta que algunos suicidios han sido inducidos por un diagnóstico dicho de mal modo por parte del profesional.
Conexión emocional
Ya en el siglo IV ac Hipócrates subrayaba la importancia de conectar emocionalmente con el enfermo cuando afirmaba que el paciente «aunque consciente de que su estado es peligroso, puede recuperar su salud simplemente a través de su satisfacción con la bondad del médico». En realidad, el médico debe enfrentarse a dos miedos a la hora de comunicar una noticia de esta envergadura: el suyo y el del paciente. Para que el profesional pueda superarlo existen actividades docentes, tanto durante los últimos años de carrera en la Facultad de Medicina como distintos cursos que se ofrecen a los especialistas.
Médicos, psicólogos y personal de enfermería deben respetar la voluntad del enfermo de no saber más
Entre el material didáctico que se ofrece en estos cursos se esconden algunas de las claves, en forma de guía práctica, para «dar bien» una mala noticia. Entre otras:
- Buscar un lugar tranquilo
- Comunicar la noticia siempre personalmente y del modo más íntimo posible (sin otros enfermos que compartan habitación o personas que interfieran en la comunicación, a no ser por voluntad expresa del enfermo)
- No comunicar la mala noticia a los familiares o a terceras personas si no lo desea el enfermo
- Respetar la voluntad del paciente de no querer saber más
- Evitar el paternalismo y dar toda la información que se estime necesaria, pero sin ahondar en detalles que dificulten la comprensión o hagan más doloroso el proceso
- Estar preparado para afrontar de modo sereno la reacción del paciente y tratar de mantener una cierta distancia respecto al problema
Aprender a dar una noticia desagradable es posible, pero no siempre se puede evitar verse afectado de manera personal. ¿Existe algún mecanismo de defensa que permita a estos profesionales convivir con el dolor de manera cotidiana sin que ello repercuta en su vida? Médicos, psicólogos y enfermeras no consideran esta parte de su trabajo como un problema de gran calado, ya que forma parte de su profesión. Joan de Pablo señala que es fundamental que la idea de la muerte, «de la que se rehuye en la sociedad occidental actual», esté presente entre los profesionales de la Medicina, que «saben de antemano que una de las características de su profesión es convivir con el dolor».
Ana Esclarín, por su parte, indica que uno de los requisitos básicos para poder dedicarse al mundo de la salud es saber mantener la distancia respecto al problema de cada enfermo, no involucrarse de manera excesiva aunque sin desatender el lado afectivo y emocional, «ya que en ocasiones es imposible». El psicólogo Francisco Duque va más allá. Admite que aunque no se trata de una tarea agradable, «resulta gratificante» porque, además de aprender a valorar más lo que se tiene, permite al profesional «servir de apoyo y ayudar a las personas que deben pasar por un trance difícil, tratando de hacérselo lo más llevadero posible».