Cambiar las técnicas agrícolas frente al cambio climático

Diversas medidas pueden permitir a la agricultura protegerse de los efectos del calentamiento global e incluso mitigarlo
Por Mercè Fernández 8 de julio de 2009
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Los retos a los que se enfrenta la agricultura frente al incierto futuro que depara el cambio climático son dobles. Por un lado, debe adaptarse para poder seguir produciendo alimentos aunque baje la productividad y haya escasez de agua. Pero también puede convertirse en una herramienta de mitigación del cambio climático.

Cómo afectará el cambio climático a la agricultura

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El impacto que se prevé tendrá el cambio climático en la agricultura es variable. En general, el régimen de lluvias cambiará y se espera que la productividad de algunos cereales pueda disminuir en algunas zonas, especialmente en regiones pobres en latitudes bajas. Las pérdidas agrícolas dependerán del tipo de cultivo, de la zona y del aumento de temperatura.

El carbono y otras emisiones derivadas de la agricultura y la gestión del suelo suponen hasta el 31% de las emisiones de gases de efecto invernadero

Se cree que para el año 2020, en México se perderán 300.000 hectáreas para la producción de maíz, mientras que en los Estados Unidos o en Europa, muchos de los cultivos simplemente se desplazarán hacia el norte. En algunas zonas más frías de Canadá y Rusia es posible que el aumento de la temperatura alargue la temporada de cultivo. Podría ser una mejora si no fuera porque el aumento de la temperatura puede tener otras consecuencias inesperadas, como el aumento de las plagas. Tal como recogía un informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), una plaga que podría empeorar es la de el gusano de las yemas del abeto, muy dañina para los bosques. Y el cambio climático está modificando la distribución de las currucas, las aves depredadoras de estos gusanos, lo que puede empeorar mucho más la plaga.

El futuro es un escenario vago e incierto. Los expertos apuntan a que la agricultura no sólo debería prepararse para eventualidades de diversos tipos (sequías o inundaciones, descenso de la productividad, posible aumento de plagas, alargamiento o acortamiento de la temporada de cosechas…) sino que, además, el uso del suelo debería convertirse también en una forma de mitigación del cambio climático. Al fin y al cabo, la agricultura también supone una parte importante de emisiones de carbono y el suelo puede convertirse (es el tercer depósito de carbono del planeta) en un gran depósito que retenga ese carbono. Se trataría de evitar que el carbono del suelo y de la materia orgánica se pierda (lo que sucede cada vez que se rotura la tierra, se deforesta para cultivar o se descompone los restos vegetales en la superficie del suelo) y, en cambio, retenerlo y usarlo para enriquecer el suelo.

El carbono y otras emisiones derivadas de la agricultura y la gestión del suelo, como el oxido nitroso y el metano, suponen hasta el 31% de las emisiones de gases de efecto invernadero, que podrían evitarse con otras prácticas agrícolas y de gestión del suelo, tal como defiende un trabajo del Informe del Estado del Mundo 2009 del Worldwatch Institute.

Ideas para combatir los efectos del cambio climático en la agricultura

Una pieza fundamental de ese cambio es evitar los fertilizantes químicos que se aplican en los campos agrícolas. Los fertilizantes liberan oxido nitroso, un gas con una capacidad de calentamiento 300 veces mayor que el dióxido de carbono (CO2). Se ha calculado que a causa de los fertilizantes se liberan cada año una cantidad de oxido nitroso equivalente a 2.000 toneladas de CO2. Una forma de evitar el uso de esos fertilizantes es recurrir a métodos ecológicos (compost, abonos verdes, rotaciones…).

/imgs/2008/04/trigal001.jpgOtra de las estrategias que se propone en el informe del Worldwatch Institute es minimizar el laboreo del suelo, es decir, evitar la roturación que tradicionalmente se hace para preparar la siembra y evitar las malas hierbas, y que tiene como efecto secundario la pérdida de nutrientes del suelo, la alteración de los microorganismos y la consiguiente liberación de CO2. A pequeña escala no parece que se trate de una gran cantidad de CO2, pero hay que tener en cuenta que la superficie agraria mundial es de unos 15.000 millones de hectáreas. Algunos expertos han calculado que si se aplicaran técnicas como éstas en sólo el 10% de la superficie agraria mundial (150 millones de hectáreas) se podrían almacenar 29.000 millones de toneladas de CO2.

Cereales perennes

Una pieza fundamental es evitar los fertilizantes químicos que se aplican en los campos agrícolas

Más llamativos son los esfuerzos que están haciendo para conseguir cultivos con plantas vivaces, que no haya que replantar cada año. Las plantas vivaces se mantienen vivas año tras año, pudiéndose recoger la cosecha cada año sin necesidad de tener que arrancar los matojos del suelo, ni volver a sembrar. Se mantienen sus raíces en el suelo, lo que supone una mejor retención del agua y nutrientes, con lo que se podría evitar el uso de los fertilizantes. Las raíces, además, al ser más profundas que las plantas anuales, captan mejor los nutrientes de las capas inferiores del suelo y compiten con las malas hierbas (por lo que éstas no crecerían tan fácilmente), con el consiguiente ahorro en herbicidas.

Grupos de investigación en la Universidad de Manitoba (EE.UU), en la Universidad Western Australia, en el Land Institute (EE.UU) o en el Instituto de Investigación para Cultivos Alimentarios en Kunmimg (China), por poner algunos ejemplos, están trabajando en programas para obtener variedades de cereales perennes, que no haya que replantar año tras año. Se trabaja con variedades de arroz, mijo, maíz, soja y otras. Lo que intentan es recuperar y adaptar, mediante programas de cruce tradicional, variedades silvestres de cereales, de las que derivan nuestros cultivos actuales.

Los cereales suponen el 80% de los cultivos y son la pieza básica de la alimentación mundial de las personas y el ganado. Aún faltan unos años para poder obtener variedades comerciales pero, de conseguirlo, las mejoras podrían ser notables para la agricultura y, también, para la biodiversidad. Las plantas perennes se convertirían en un ecosistema estable y también retendría considerables cantidades de carbono.

Qué pueden hacer los consumidores

Otras estrategias que se apuntan es sustituir las grandes extensiones agrícolas de cultivo plano y sin árboles por explotaciones que combinen los cultivos vivaces con zonas arboladas intercaladas (de frutales o bosques). Los árboles retienen carbono y nutrientes en el suelo, y ofrecen un hábitat a las especies locales. Es algo que estaba en la base de los cultivos tradicionales, pero que se ha perdido con la agricultura intensiva. Para este tipo de explotaciones en las que se combinan campos y bosques se intenta obtener variedades que no necesiten mucha luz para ser productivas y que permitan cultivar a la sombra. Bien implantadas, permiten evitar la deforestación y recuperar la vegetación en zonas degradadas.

/imgs/2008/04/cosechadora001.jpgPero todas estas estrategias no pueden realizarse sin un apoyo de los consumidores y de las administraciones. A los agricultores les debe resultar rentable este tipo de cultivos y los consumidores deben tener opciones para poder escoger entre productos obtenidos de uno u otro tipo de explotación. Por ejemplo, ya hay productos certificados como “respetuosos con las aves” o “cultivados bajo sombra” respaldadas por firmas como Organic o el Rainforest Alliance. Pero aún son productos anecdóticos y queda mucho por hacer.

Hace apenas unos días, el Pacific Northwest National Laboratory (EE.UU) presentaba un trabajo que demostraba la necesidad de imponer cargas fiscales a las emisiones de carbono terrestre producidas por el uso del suelo, y que se producen cuando se deforesta para cultivar.

Los consumidores deben tener opciones para poder escoger entre productos obtenidos de uno u otro tipo de explotación

Para ello, los investigadores han aplicado un modelo informático que permite simular los efectos de la economía en dos mercados virtuales: uno en el que se penalizaba sólo las emisiones de carbono industriales y de combustible fósiles, y otro en el que se penalizaban, además de aquéllas, las emisiones de origen agroforestal. Y el resultado era que ignorar estas emisiones agroforestales llevaba, en un plazo de cien años y a causa de unas presiones económicas muy fuertes, a la pérdida total de los bosques que no estaban siendo gestionados, deforestados para conseguir grandes extensiones de cultivos bioenergéticos, más rentables económicamente.

En cambio, al poner un valor al carbono del suelo se obtenía un incremento de la cubierta forestal, sin verse afectados los otros cultivos, que también crecieron. Para controlar las emisiones de carbono, concluye este estudio, es tan importante prestar atención a las mejoras en las tecnologías energéticas como a las mejoras en las tecnologías agrícolas.

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