Al inicio de la crisis de las vacas locas, el gobierno británico respondió con torpeza. En su afán por preservar a la opinión pública de una alarma de la que se desconocía su verdadero alcance y de salvaguardar a la industria agroalimentaria, cometió errores de gestión y de comunicación casi de manual. Pese a ello, la situación se repitió luego en otros países europeos donde emergió la crisis. Ana Riviere, experta en Seguridad Alimentaria y Salud Pública en la FAO, analiza para consumaseguridad.com la situación vivida entonces.
Hace dos años, Ana Riviere y tres compañeros de la London School of Economics, Montserrat Costa, Joan Costa y Marta Vilella vivieron en directo la crisis de las vacas locas. O mejor dicho, la extensión de la encefalopatía espongiforme bovina (EEB) del Reino Unido a otros países de Europa, entre ellos España, donde los primeros casos de animales enfermos se registraron en 2000. De ello, se cumplen estos días justamente los tres años. Riviere, barcelonesa de 27 años, es licenciada en Veterinaria, especializada en Seguridad Alimentaria y estaba haciendo un máster en Salud Pública Internacional. La forma en que se manejó la crisis la han analizado los cuatro en un artículo, «Comunicación de riesgos y percepción de la población: el caso de la encefalopatía espongiforme bovina en España», publicado en el último número de la Revista de Administración Sanitaria Siglo XXI. Actualmente Riviere trabaja en la oficina de Roma de la FAO.
No, qué va, estaban encantados. La idea de hacer el trabajo fue de Joan Costa, porque encajaba perfectamente con el máster que estábamos haciendo, y aunque el origen de la crisis estaba en Reino Unido, y hacer el trabajo era como recordárselo, son muy abiertos. Tampoco les molestaba que otros países asumieran su parte de culpa.
El problema estaba latente y tarde o temprano tenía que extenderse. Además, las consecuencias, como el efecto en la salud humana [alrededor de un centenar de personas padecen o han padecido la llamada nueva variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob] se vieron mucho después.
«Hay que saber transmitir los riesgos de la forma adecuada y ni las autoridades ni los científicos sabemos bien cómo hacerlo»
Yo creo que en España y en otros muchos países se dio lo que nosotros llamamos «rechazo de conocimientos». Se pensó que era a un problema que afecta a otros países y que a nosotros no nos podía pasar. El mensaje de las autoridades al principio fue: «No tenemos problemas, no hemos importado animales con priones [la proteína defectuosa que se acumula en el cerebro y causa la enfermedad]». Y la consecuencia es que no se quiso ver que eso iba a llegar.
En verdad no puede decirse que fuera una crisis que resurgiera. Lo que ocurrió fue que la autoridades inglesas primero, y las españolas después, actuaron con mucho secretismo.
Hubo de todo. No se quiso escuchar lo que los científicos decían. Los resultados de los trabajos que indicaban que había riesgo se dejaron a un lado. Además muchas de las afirmaciones del gobierno, como que el ganado vacuno era el último hospedador de la EEB y que la enfermedad no podía saltar la barrera entre las especies, contribuyeron a la desestabilización de la sociedad.
Al principio era efectivamente así. Todo indicaba a que tenía que haber un factor, pero todavía el prion no se había visualizado.
Sí, ahora sí, pero entonces era más dudoso. No se sabía cómo actuaba el prion, ni cómo había llegado a las vacas desde los piensos hechos con cadáveres de ovejas, y menos que podía dar otro salto y llegar a los humanos. Es lo que decía antes: primero no se quiso ver lo que pasaba, luego se negó, los estudios científicos se descartaron y, además, nadie podía imaginar que la crisis podía llegar a lo que llegó, con millones de animales sacrificados en Reino Unido, y cientos en otros países, aparte del centenar de personas enfermas.
La gestión en el Reino Unido fue muy mala, pero tiene su explicación: se convirtió en un problema muy político. El encargado de manejar la crisis, el Ministerio de Agricultura, estaba demasiado presionado por la industria agroalimentaria. Por culpa de sus presiones no se dieron los primeros informes. Los ganaderos tenían miedo de perder el mercado y la posibilidad de exportar productos y subproductos.
«Ahora los consumidores están alerta y saben mucho, hay que tenerlos en consideración»
La solución fue sacar la gestión de la crisis del Ministerio de Agricultura. Crearon una comisión independiente, la Food Standard Agency. Ella es la que se preocupa se vigilar los riesgos y de comunicar. Es la idea que hay detrás de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria.
Exacto. Entonces en España no existía una Agencia de Seguridad Alimentaria, y la comisión sacaba el problema del ámbito del Ministerio de Agricultura, donde las presiones eran mayores.
Aunque la cuestión llegó a España mucho más tarde, en los primeros momentos se dio un cierto paralelismo con lo ocurrido con el Reino Unido, incluidos el secretismo y la negación, además de recomendaciones poco afortunadas de los máximos responsables sanitarios.
No, aunque hay que tener en cuenta otro factor que atenúa un tanto la actuación del Gobierno español. Las recomendaciones de la Unión Europea fueron llegando con cuentagotas. Basta recordar que se elaboraron varias listas de materiales de riesgo, desde el cerebro y los ojos a toda la médula espinal y los huesos que estaban en contacto.
Desde un punto de vista técnico el Gobierno español suspendió en el manejo de la crisis. Repitió todos los errores que se habían dado en el Reino Unido: obstrucción y marginalidad de la evidencia científica, incertidumbre a la hora de fijar las causas y las medidas, errores en la información, se descartaron informes que no convenían y además era imposible obtener datos fundamentales, como la composición de los piensos. Estaba prohibido usar las harinas animales, pero no se sabía quién los había usado. Y todo ello envuelto de secretismo.
Ahora los consumidores están alerta y saben mucho. Hay que tenerlos en consideración. No se puede actuar como si no supieran nada, o como si no se fueran a enterar. Pero es difícil: hay que saber transmitir los riesgos de la forma adecuada. Y eso ni las autoridades ni los científicos sabemos bien cómo hacerlo.
Yo creo que ahora ya se sabría cómo reaccionar, porque la comunicación y evaluación de riesgos no dependen del Ministerio de Agricultura y están lejos del alcance de la industria de la alimentación. El papel de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria debería guardar paralelismo con el de la Autoridad Europea en este terreno. Sería la manera de dar una respuesta más rápida y adecuada, y sobre todo más efectiva.
La última crisis de las encefalopatía espongiforme bovina (la llamada enfermedad de las vacas locas) pilló a cuatro científicos españoles en Londres. Ana Riviere, Joan Costa, Montserrat Costa y Mata Vilella tenían menos de 29 años. Jóvenes y con becas de investigación, no podían escoger mucho lo que comían. Cuando aparecieron los primeros casos de la variante humana de la enfermedad, mucha gente se volvió vegetariana, afirma Riviere. «Pero yo creo que eso es una exageración», añade.
«En la dieta normal del Reino Unido no se consume mucha carne de vacuno», continúa, por lo que la crisis no causó un cambio profundo de sus hábitos alimentarios. De hecho, señala la investigadora, el consumo de carne está muy focalizado en el cerdo, el cordero y el pollo. Entre otras razones porque el vacuno «es muy caro».
En España, un joven de 31 años que vivió en aquellos años en Reino Unido, Javier Monge, lleva dos en estado vegetativo con una encefalopatía. Su familia sostiene que se debe a las hamburguesas que consumió, y que se trata de una nueva variante humana de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, la manifestación en humanos del mal de las vacas locas. Pero ello no se sabrá hasta que muera y puedan hacerle una autopsia. De momento, Javier ha batido todos los récords de supervivencia de esta enfermedad, que está en menos de un año. Ana Riviere no se preocupa. «Yo era una estudiante que comía todo lo que me echaban. La gente me miraba con cara rara. Pensaban que estaba loca, Pero con una beca, no podía elegir», dice convencida desde Roma, donde ahora trabaja para la Agencia para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO). «Y hasta ahora estoy bien».