Intermón Oxfam comercializa en sus tiendas de comercio justo en España más de dos mil productos de artesanía. Los productos de alimentación, en cambio, apenas superan la docena. Pese a ello, su venta empieza a extenderse. Al valor de ser productos exóticos y originales, suman el de estar contribuyendo al desarrollo de las economías más desfavorecidas. Albert Albiac, coordinador de actividades de comercio justo de Intermón Oxfam, entiende que la competitividad también se da entre este tipo de productos.
La clave, señala Albiac, reside en consensuar el precio y en conseguir productos que puedan resultar competitivos pero que no tienen nada que ver con la economía de escala que se practica en el comercio internacional. Para conseguirlo, una de las claves está en evitar intermediarios. «Compramos directamente al productor», asegura. Y aunque el proceso del comercio justo en productos de alimentación es algo más complicado que en los de artesanía, la experiencia demuestra que también es posible.
Empezó porque muchos clientes que venían a nuestras tiendas pedían tenerlo más cercano a su domicilio. El incremento en las ventas también se debe a una sensibilización creciente por parte del público general, que entiende que el comercio justo ayuda a campesinos, a cooperativas o a personas de países del sur que difícilmente saldrían de su situación si no fuera por la compra de sus productos.
En casi todos los productos, que en su mayoría son objetos de artesanía, nosotros compramos directamente a los productores, sin intermediarios. Ahora bien, con los productos de alimentación es un poco diferente, debido a los aranceles que hay que pagar para introducir la materia prima en los países europeos. Lo que hacemos, en el caso del café o el cacao, es comprar a través de entidades europeas como la European Fair Trade Association, la International Federation of Alternative Trade (IFAT) o Network of European World Shops (NEWS!), las cuales trabajan desde hace mucho tiempo en comercio justo. Ellas compran al por mayor en todo el mundo y realizan el procesado final en fabricas de Bélgica que también trabajan en condiciones de comercio justo. Después organizaciones como la nuestra les compramos el producto, según las necesidades de nuestras tiendas.
Evitamos en la medida que podemos el gasto que representan tal y como se dan en el comercio convencional e internacional, en el que suelen haber dos o tres intermediarios. La base del comercio justo es que el precio final de los artículos lo marca el productor en consenso con el comprador. Vemos lo que cuesta hacer un producto, el tiempo y los gastos que implica, y se negocia el precio final. Hay que tener en cuenta que en la aduana pagan lo mismo que el resto de productos, por lo que hay que conseguir que el productor tenga el máximo beneficio intentando rebajar los costes.
«La carga de los aranceles en Europa limita la introducción de productos alimenticios de comercio justo»
Rebajamos costes en lo que podemos, por ejemplo en personal. Nuestras tiendas, aparte de los encargados, están atendidas mayoritariamente por voluntarios, en turnos, así que los gastos que quedan son los de alquiler, impuestos, luz o similares.
Seguramente seguiremos así por muchos años. Al menos hasta que se solucionen las condiciones que impone el comercio internacional.
Son tan ‘justas’ que lo que en este momento pide la Organización Mundial del Comercio es que los países de África, Asia y Sudamérica abran su mercado para que nosotros podamos invadirlos con nuestros productos, pero en cambio no dejamos entrar en Europa y América los suyos. Hay muchos ejemplos que lo avalan. Está el caso del maíz norteamericano que se comercializa en Perú, mucho más barato que el autóctono, el cual es de una calidad extraordinaria. La consecuencia es que el campesino de Perú no puede exportar. Está el caso de Haití, un gran productor de arroz. Hace unos años que desde Miami les envían grandes cantidades de arroz por debajo del precio de coste. Los campesinos ni siquiera pueden vender en su propio mercado, porque el arroz americano es más barato. También pasa con la leche en países como República Dominicana, que reciben grandes cantidades de leche en polvo de países europeos, y las familias que tienen pequeñas granjas de vacas no pueden vender su producción.
En el caso del café los campesinos ganan entre un 50% y un 60% más de lo que les pagan las multinacionales en el país de origen. El café es el producto que más divisas genera, después del petróleo. Por eso se cotiza en bolsa.
«El café cotiza en bolsa, como el petróleo; de ahí que sea el producto que genera mayores beneficios en comercio justo»
Desde hace unos años la situación es grave porque hay una gran oferta en comparación con la demanda, lo que hace que las grandes multinacionales puedan decidir libremente el precio. Además, por parte de los organismos internacionales y de la Organización Mundial del Comercio, no hay una normativa que establezca un precio mínimo del café. Lo que intentamos es que se consiga regular ese mercado para que los campesinos puedan vivir de una forma digna, como ocurría antes.
La Organización Internacional del Café existió hasta 1990. Se desmontó porque las empresas americanas que formaban parte no estaban interesadas, y a partir de ese momento se impuso el mercado libre. También influyó el que un país como Vietnam, que no producía café, haya pasado a ser el segundo gran productor del mundo. El Banco Mundial les dijo, ‘plantad café, es vuestro futuro’, y les facilitó créditos. Cuando empezaron a producir su café y les empezaban a ir las cosas bien, llegó la caída de los precios. La cuestión es que no hay ningún país del norte que produzca café, sino que todo viene del sur y al haber una gran oferta y ninguna regulación sobre su precio cada vez se está pagando menos por él. Lo mismo sucede con el algodón, el arroz, o el chocolate. Lo que queremos es sensibilizar con nuestra fuerza como consumidores para que los gobiernos cambien las reglas del juego.
Pocos productos, de momento. Café, variedades de chocolate y alguna mermelada. Pero cada vez hay mayor interés por introducir productos de comercio justo, porque generan una buena respuesta.
En países nórdicos ya tienen productos frescos, como plátanos o piña. Lo que hacen es pactar unos precios a dos años vista y se hacen unos encargos. Eso da a los productores la seguridad de un precio digno sobre las próximas cosechas. En Europa hay más conciencia y en las tiendas importantes abundan este tipo de productos. En términos generales, en otros países de Europa el comercio justo supone un 7% de las ventas totales, incluyendo alimentación; en España no se llega al 1%. Hay que tener en cuenta que hace 35 años que empezó el comercio justo en Europa; en España hace apenas diez.
Es verdad, pero no podemos forzar a que las tiendas de alimentación tengan más productos. Con el café empezaron con unas compras discretas que, tras la buen respuesta del consumidor, se han convertido en más cuantiosas. Tienen más productos en la medida en que van teniendo mayor aceptación.
De que podamos venderlos a un precio competitivo y de que tengan un consumo regular, dado que son productos con caducidad. También de que la cooperativa que produce el producto pueda servirlo de una forma regular. De momento las ventas más importantes están en nuestras tiendas, un centenar repartido por toda España. En el plazo de un año hemos introducido 4 o 5 productos más de alimentación, como el guaranito (un refresco de la fruta del guaraná), una nueva variedad de café arábico de Etiopía, arroz, salsas y especias de África, el cuscús. También tenemos un azúcar negro, pero su precio no es competitivo porque para venderlo aquí hay que pagar aranceles muy elevados.
Muy pronto tendremos mango desecado de Burkina Faso, país con una alta producción. En algún país europeo ya lo tienen y funciona bien, tiene un sabor muy agradable y se parece a los orejones. Quizás algún día tengamos zumo de mango y mermeladas de este país. De momento no es posible por la ausencia de fábricas de vidrio para envases.
Habría que mirar si tienen la materia prima suficiente para hacerlo. Intermón les ha ayudado en el desarrollo del proyecto de desecación del mango. Sé que ahora una universidad española les enviará un técnico agrícola para mejorar el proceso. Pero lo de los envases está todavía pendiente.
El comercio justo implica una serie de condiciones entre las que están el precio que recibe por su trabajo el productor, la calidad del producto, la no explotación infantil o salarios equitativos para hombres y mujeres. Para certificar que esto es realmente así, la Fairtrade Labelling Organizations International (FLO) expide el sello de comercio justo, que certifica que el producto se ha hecho respetando esas condiciones.
En España, explica Albert Albiac, aún no existe el sello de comercio justo, pero «no tardaremos en tenerlo». Entiende que es necesario aunque tenga un coste, «porque es la llave que abre las puertas al mercado y podríamos tener más productos de los que tenemos ahora». La docena de entidades que trabajan en España en comercio justo y que deben asumir los costes de ese sello están actualmente en conversaciones. «Posiblemente en el plazo de un año podamos tener el sello».
El sello también puede contribuir a potenciar los productos de alimentación. Estos son los que más cuestan de introducir porque, según Albiac, el consumidor está acostumbrado a ir a los supermercados y a las tiendas «de siempre» y le cuesta desplazarse a los establecimientos donde se venden los nuevos productos. «Lo que intentamos es que en la compra diaria pueda entrar algún producto productos de comercio justo». Sería una fórmula para potenciar su presencia.