El cumplimiento de la normativa impuesta en Europa para los alimentos transgénicos y la polémica que siempre rodea a este recurso de origen biotecnológico, está llevando a las empresas a actuar con cautela y la máxima trasparencia posibles. Enrique Marín Palma, uno de los pocos expertos jurídicos en esta materia que existen en España, sostiene que la norma es demasiado restrictiva, aspecto que puede favorecer la concentración de resultados de investigación y productos en unas pocas manos.
Enrique Marín Palma es abogado, pero siempre le interesaron las cuestiones relacionadas con la bioética. Tanto es así que es de los pocos españoles que forman parte de la organización HUGO para el estudio del genoma humano. Además ha adquirido a lo largo de los años la suficiente formación en biología como para hacer una tesis en el Centro de Biología Molecular, en concreto sobre organismos transgénicos. Es coautor, junto con Francisco García Olmedo y Gonzalo Sanz-Magallón, del libro La agricultura española ante los retos de la biotecnología, y formó parte de la comisión encargada de asesorar al Gobierno sobre las propuestas de reformas legislativas para modernizar la agricultura española de cara a la PAC (Política Agraria Comunitaria). Los transgénicos, asegura, son «los alimentos más controlados» y «con mayor exigencia» para su aprobación en Europa.
Sí, no cabe que no se cumpla, porque como es un asunto tan polémico las empresas quieren evitar que se genere rechazo entre los consumidores si se detecta algún incumplimiento. No quieren crear al consumidor la impresión de que se oculta información.
La Directiva establece unas garantías con unos estrictos controles a aplicar en el desarrollo de nuevos organismos modificados genéticamente. Esos controles, una vez autorizada la comercialización, son la trazabilidad y el propio etiquetado, que establece la Directiva y que se desarrollan en unos Reglamentos comunitarios de fecha posterior. Son controles basados en el respeto al principio de precaución. Para que un transgénico salga al mercado en Europa debe haber superado este principio, y haber sido aprobado por todos los Estados miembros. Basta con que uno de ellos no lo apruebe para que el producto no se autorice, si posee fundamentos la desaprobación. Eso sólo ya significa que el consumidor tiene muchas garantías.
«Las empresas quieren evitar que se genere rechazo a los transgénicos entre los consumidores»
No, eso es responsabilidad de cada país. Pero sí que se hacen muestreos, y se controla.
No. La verdad es que la documentación que aportan las empresas para la aprobación de un transgénico es muy completa. Hay un informe sobre impacto medioambiental y por supuesto de salud humana. Tienen que aportar incluso un plan de emergencia para evitar que el transgénico se extienda en caso de que ocurra algo tras su liberación en campo.
Dependiendo del tipo de transgénico que sea, se aplican las más convenientes.
El Principio de Precaución está asociado a la información disponible acerca del riesgo que representa un procedimiento u objeto. En este caso, si hay bastante información como para demostrar que el riesgo es el mínimo posible, se considera que el principio de precaución está superado. Si no hay bastante información el riesgo puede ser mínimo, pero también máximo, así que el producto no se aprueba hasta aumentar la certidumbre científica. Se habla de tener o no ‘certidumbre suficiente’ es decir, la suficiente información como para garantizar que el riesgo es mínimo. Pero no hay que olvidar nunca que el riesgo cero no existe, en nada.
«Están a punto de aprobarse salmones y truchas modificados genéticamente destinados a alimentación humana»
Ninguna. Pero resulta curiosa la manera en que se ha usado la información sobre esta materia. Cuando salió que se morían las mariposas monarca por efecto de los transgénicos, todo el mundo, incluso revistas científicas especializadas, lo publicó. En cambio cuando se demostró que no era por los transgénicos, eso apenas tuvo repercusión. La culpa, y lo digo sin acritud alguna, la tenéis un poco los periodistas. Era más noticia decir que se morían por culpa de los transgénicos, que informar que no se morían. Ocurrió algo parecido con un maíz supuestamente contaminado en Méjico. Luego no se contó que las cosas no habían sido así. Y de todas maneras, el concepto de contaminación también es muy particular.
Que si comparas el maíz de hace diez años con el de ahora, son tan distintos que ya se podría hablar de contaminación genética, en especial si consideras contaminación las mutaciones genéticas sufridas por una variedad con respecto a un modelo base. Y me refiero al maíz convencional, no al transgénico. En la naturaleza todo va mutando y lo que ocurre con los transgénicos es que se hace de forma dirigida, mucho más rápido y con mayores controles. Se sabe perfectamente el resultado de la modificación inducida, a pesar de lo que se diga.
Pero esas transferencias genéticas a las que usted se refiere no se producen porque en la cadena trófica, es decir, al utilizarse como alimentos, el ADN se degrada en el estomago: un animal herbívoro come hierba toda la vida, y no incorpora los genes de las plantas, ni nosotros incorporamos los genes de los animales o plantas que nos comemos.
Hay que pensar que los alimentos transgénicos son los más controlados que jamás hayan existido. Toxinas, alergias, todo eso se comprueba antes de aprobarlos. Y aún si produjeran alergias a determinados grupos de población, en mi opinión habría que tenerlo en cuenta y ya está. Eso sí, informando sobre la intolerancia en el etiquetado del producto. Hay personas con intolerancia al gluten o a la lactosa y esos productos no son retirados del mercado. Hay alimentos transgénicos que no se han comercializado porque había una posibilidad de que generaran alergias. Para eso sirven los controles y por eso se aplica el principio de precaución.
Sin duda lo es, y eso tiene un efecto perverso, que es impedir que pequeñas y medianas empresas biotecnológicas puedan asumir los costes de los controles que exige esta nueva normativa, que por cierto, son demasiado altos. Al final ocurre que la norma propicia algo que no gusta a los críticos de los transgénicos: favorecer la concentración del negocio en manos de las grandes multinacionales. Además, esas medidas tan restrictivas de la circulación de estos productos produce mayor desconfianza en el consumidor, que piensa que hay algún motivo, y no bueno, para imponer controles tan estrictos.
La moratoria, precisamente, se estableció porque había uno de los elementos del principio de precaución que no se estaba cumpliendo, la ‘certeza social’. Había ya entonces certeza científica sobre su seguridad y mínimo riesgo, y de hecho la moratoria no se aplicó en Estados Unidos, ni en China ni en Japón. Pero no había ‘certeza social’ en Europa: el consumidor, fundamentalmente por falta de información y por recibirla muy polarizada, desconfiaba de ellos.
Hasta ahora no se ha hecho, pero hay varios animales desarrollados pendientes de someterse a solicitud de autorización. Entre los que están más cerca de aprobarse son los salmones y truchas modificadas genéticamente.
En Estados Unidos se ha clonado ganado, pero aún de forma experimental. No para comercialización de carne. Y sobre todo en el campo de los xenotrasplantes. Es que eso además sería carísimo.
La normativa europea no habla de los clones, pero si estos animales fueran transgénicos sí que entrarían dentro de la Directiva.
No. El precio es el mismo. El motivo es sencillo: el agricultor debe pagar más por la semilla transgénica que por la convencional; sin embargo, el rendimiento de la cosecha es superior al de la siembra de la semilla convencional, motivo por el cual se compensa, y con creces, el pago extra del coste de la semilla con la mayor rentabilidad del cultivo realizado. Y aquí es donde, de nuevo, repercute en el consumir final, es decir en nosotros, los beneficios de las semillas desarrolladas hasta ahora.
La normativa europea sobre etiquetado de transgénicos se aplica a todo tipo de organismos modificados genéticamente: microorganismos, plantas y animales.
Hasta ahora la UE ha aprobado alimentos derivados de una veintena de transgénicos, en su mayoría maíz, derivados de soja y colza. Alrededor de una decena de variedades de maíz, una de arroz, dos de algodón, y una de remolacha han solicitado aprobación recientemente.
Respecto a la comercialización de la carne de ganado clónico, el organismo regulador estadounidense FDA (Food and Drug Administration) ha solicitado a los ganaderos una moratoria.
Se estima que existen varios cientos de cabezas de ganado clónico en Estados Unidos. Su producción es muy cara, de unos 20.000 dólares cada animal, pero los ganaderos creen que los beneficios potenciales son altos si seleccionan a los mejores ejemplares, obtienen varios clones y luego los utilizan para criar. La FDA no obstante ha manifestado que no se tiene la seguridad de que la carne o la leche de estos animales sea segura, en especial teniendo en cuenta que muchos animales clónicos sufren serios problemas de salud.