El profesor Antonio Torres es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y jefe del Servicio de Cirugía del Hospital Clínico San Carlos. Preside la Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad (SECO) y, en el X Congreso Nacional de esta sociedad, celebrado recientemente en Barcelona, ha querido limar asperezas y deshacer equívocos surgidos en la opinión pública a raíz de la muerte de dos pacientes intervenidas de cirugía bariátrica.
Me pareció más delicado lo que se llegó a decir en algunos medios de comunicación como, por ejemplo, que estas muertes se debían a operaciones de cirugía estética. La cirugía bariátrica nada tiene que ver con la estética. Es una intervención de riesgo que sólo deben llevar a cabo unidades bien entrenadas y con un sofisticado equipo quirúrgico.
Sí. El paciente, además, permanece ingresado en un preoperatorio y un postoperatorio muy largos, lo que sería inaudito en una cirugía puramente plástica. Las muertes de esas pacientes forman parte de un riesgo asumido y se debieron, probablemente, -puesto que ocurrió en clínicas privadas que están siendo investigadas- a circunstancias accidentales, que no negligentes.
“La obesidad mórbida es un problema de salud que amenaza la vida de los pacientes y no un problema estético que pueda resolverse con cirugía plástica”
Craso error. Intervenimos a pacientes con obesidad muy mórbida, índices de masa corporal más allá de 50, con un riesgo de morbimortalidad muy elevado, una supervivencia escasa, una autoestima aniquilada y una calidad de vida nefasta. Aun asumiendo el riesgo que conlleva, es necesario operar; casi como lo que ocurre en un trasplante. También allí se trata de operaciones arriesgadas en las que fallecen cada año más pacientes incluso que con la cirugía bariátrica. Lo malo es que si, por desconocimiento, la opinión pública asume que la cirugía contra la obesidad es un recurso puramente estético, parecería una monstruosidad que pudiera fenecer alguien por intentar “estar más guapo”.
Los cirujanos tememos que los obesos mórbidos desatiendan, por miedo, la mejor opción, si no la única, para afianzar una correcta supervivencia y una mejor calidad de vida. En Canadá se ha publicado hace poco un estudio sobre supervivencia en obesidad mórbida. Los pacientes -personas con un peso que superaba en muchos casos los 150 kilogramos- podían escoger entre operarse o seguir con tratamiento farmacológico o medidas higiénico-dietéticas. Se explicaba que la operación era complicada y muchos se asustaban y preferían no operarse. Sin embargo, la supervivencia de los pocos operados fue mucho mayor (más de una década) que la de los no operados. Asimismo, los que padecían diabetes antes de la operación se curaron de esta enfermedad, y pudieron prescindir de tratamiento, en la mayoría de los casos.
Desde hace poco estamos empleando cirugías laparoscópicas, mínimamente invasivas, aprovechando los orificios naturales del organismo (boca, ano o vagina) para maniobrar y reducir al máximo el gasto de sangre o el riesgo de infección. De este modo, la incidencia de muerte quirúrgica se cifraría en menos del 2%. Lo que en ningún caso descarta la posibilidad de que haya accidentes.
Sí. Otra forma de acotar el riesgo es identificar el grado de complejidad en la actuación sobre cada paciente. Los anestesistas fijan para este propósito un índice que llaman ASA y que consta de cuatro grados (uno el menor, cuatro el mayor). Para hacerse una idea, un cirujano plástico sólo puede intervenir pacientes de ASA 1, mientras que la mayoría de las cirugías bariátricas se llevan a cabo en pacientes de ASA 3 ó 4. Se trata de individuos que, además de su obesidad descomunal, padecen diabetes, problemas de coagulación o respiratorios, lo que hace complicada, que no imposible, cualquier intervención quirúrgica.
Uno de cada cien españoles presenta obesidad mórbida asociada a enfermedad coronaria, hiperlipemia, diabetes tipo 2, hipertensión arterial, problemas respiratorios y trastornos osteoarticulares. En estos casos, el fracaso de las medidas higiénico-dietéticas y farmacológicas deja como única salida la práctica de una cirugía bariátrica. El proceso es largo y complicado, pero el nivel de la cirugía bariátrica en España es de primer orden mundial y abundan centros tanto públicos como privados por toda nuestra geografía.
No es tan fácil. El paciente debe pasar antes por un servicio de endocrinología, donde se hace un perfil muy detallado de su situación y se valoran los beneficios y riesgos de la intervención bariátrica. En los hospitales públicos, además, el número de intervenciones es limitado y las listas de espera pueden superar los 12 meses.
Pocas personas se plantean una intervención a pulmón abierto; muchas, en cambio, sueñan con desprenderse de más de una decena de molestos kilos por gracia del bisturí. Pero lo que esto cuesta no se mide sólo con millares de euros. Adelgazar es siempre difícil, y en la obesidad mórbida parece imposible. Son pacientes enfermos a quienes no se puede culpabilizar de su estado por una falta de voluntad. Pueden perder 40 kilos por medio de un régimen muy restrictivo, pero su metabolismo se las apaña para recuperar ese peso en el menor plazo posible y por vías de muy difícil control.
La cirugía bariátrica no maquilla la obesidad, ni desprende al paciente de los kilos ni de la grasa por obra de magia. La Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad (SECO) puntualiza que la obesidad clínica grave o mórbida es una enfermedad caracterizada por un exceso de depósito de grasa corporal. Afecta a pacientes con un índice de masa corporal (IMC) por encima de 40 ó 35, junto a otras enfermedades asociadas, como hipertensión, diabetes, colesterol alto, enfermedad coronaria o apnea del sueño. Los especialistas insisten en que es un problema de salud muy importante que amenaza la vida de los pacientes y que en ningún caso se trata sólo de un problema estético que pueda resolverse con cirugía plástica.
Se estima que los pacientes con obesidad mórbida que se operan viven, de media, 12 años más que los pacientes con obesidad mórbida que no se operan. La cirugía bariátrica admite tres opciones: una basada en reducir el tamaño del estómago, otra que impide la absorción de grasa y una tercera, mixta, en la que se funden ambos objetivos, y que es la más extendida. Tras la cirugía, la forma de comer cambia de manera radical, de forma que se reduce mucho la ingestión de calorías y se asegura una pérdida notable de peso que difícilmente podría conseguirse de otra manera.