Especialista en nefrología desde 1977, Pedro Aranda pasó a dirigir dos años más tarde la Unidad de Hipertensión y Riesgo Vascular en el Hospital General Universitario Carlos Haya de Málaga. El presidente actual de los especialistas en hipertensión españoles fue pionero en España en la coordinación y realización de estudios epidemiológicos de prevalencia de factores de riesgo vascular y fundador de la Sociedad Andaluza de Hipertensión y Riesgo Vascular.
Es una larga reivindicación. Actualmente, a pesar de la elevada prevalencia de la hipertensión arterial en España, y con la libre elección de médico especialista, nuestra consulta, con sólo tres especialistas, un becario y un auxiliar, es la única de referencia en la provincia de Málaga. Y la unidad atiende un promedio 100 revisiones semanales (unos 80 hipertensos complicados con insuficiencia renal y 20 pacientes nuevos).
Sí, pero no porque los tratamientos que disponemos no vayan bien, ni porque los instrumentos diagnósticos fallen, sino porque la hipertensión de nuestros pacientes concursa con un conglomerado de factores de riesgo muy difíciles de modificar.
Conseguir que un paciente pierda peso, la mayoría de veces es como darse de golpes contra una pared. El riesgo cardiovascular no figura entre las principales preocupaciones de los ciudadanos cuando, en realidad, es la principal causa de muerte. Creo que hace falta un mayor empeño de la Administración, puesto que se trata de un tema tan social como sanitario.
Proponiendo a los españoles una sustitución de los actuales hábitos de vida (poco cardiosaludables) por otros en los que el ejercicio físico regular y las dietas bien regladas hagan de pauta. Volviendo a la primera pregunta, también es preciso reorientar las estructuras sanitarias hacia el tratamiento del paciente crónico asintomático. Invertir en que el riesgo no progrese supone, en el fondo, un ahorro. Así lo han demostrado los ingleses, que han pasado de un control de la hipertensión del 10% al 70%.
Los ictus y la cardiopatía coronaria son responsables de más de la mitad de las muertes por enfermedad cardiovascular
Es una forma de hacer algo. Debido al conglomerado de interrelaciones entre los factores de riesgo vascular, el médico tiene que tratar de forma conjunta la hipertensión, la dislipemia, la antiagregación plaquetaria o la diabetes y esta atención multifactorial reduce las complicaciones micro y macrovasculares asociadas hasta un 50%. Las enfermedades cardiovasculares son el grupo de patologías que generan mayor coste económico y social en nuestro país, principalmente, derivado de las bajas laborales y las tasas de incapacidad que producen en los pacientes.
La actividad laboral, de hecho, se asocia a un incremento en los valores medios de presión arterial. Así, diversos estudios señalan que las personas que tienen trabajos estresantes cuentan con niveles más elevados de presión arterial y, por tanto, padecen un mayor riesgo de hipertensión en comparación con los que tienen trabajos más relajados. El estrés es una activación psicofisiológica del organismo ante demandas o exigencias ambientales que valoramos como amenazantes o desbordantes. Cuando se mantiene un nivel elevado y continuado de estrés en las actividades cotidianas, puede tener repercusiones en el organismo a través de diferentes trastornos, tanto a nivel cardiovascular como gastrointestinal, respiratorio, muscular o dermatológico.
Los expertos han demostrado que diversas respuestas emocionales generan cambios temporales y algunos desequilibrios en la homeostasis de los sistemas fisiológicos y, muy especialmente, aumentos en la activación de la rama simpática. De este modo, se generan efectos sobre el sistema cardiovascular que conllevan elevaciones de la presión arterial. Pero comer bien (que no mucho) y ejercitarse tiene bastante que ver con estas emociones. Organizar bien nuestro tiempo, llevar una adecuada alimentación, mantener una actitud positiva y realizar ejercicio físico pueden ayudar a vencer el estrés y a vivir más relajados.
Desde la SEH-LELHA somos muy activos a la hora de propiciar una mayor implicación de los pacientes, pero no triunfaremos si no nos respaldan firmemente las administraciones. El éxito de las campañas de concienciación, sin lugar a dudas, pasa por la imprescindible empatía entre médico y paciente, y también por la valiosa aportación del personal de enfermería en su labor divulgativa de buenos hábitos.
Sólo un 15-16% de la población española hipertensa presenta cifras inferiores a 140/90 mmHg. Los ictus y la cardiopatía coronaria siguen siendo responsables de más de la mitad de las muertes por enfermedad cardiovascular. Dichas enfermedades, además, son las que determinan un mayor número de consultas, hospitalizaciones, tratamientos farmacológicos, incapacidad o invalidez, a la vez que inciden en una disminución de la esperanza de vida.
Se estima que entre el 40 y el 60% de los pacientes diabéticos tipo 2 padece hipertensión. El diagnóstico de ambas patologías al mismo tiempo cada vez es más frecuente, lo que obliga a ejercer un seguimiento más exhaustivo de la enfermedad. “La diabetes aumenta entre dos y cuatro veces el riesgo de mortalidad cardiovascular en los pacientes hipertensos”, explica Pedro Aranda. La presencia de diabetes, además, implica una consideración equivalente a la presencia de tres factores de riesgo.
Por ello, la comunidad médica coincide en señalar la importancia de mantener las cifras de presión arterial en los pacientes diabéticos con hipertensión en niveles inferiores o iguales a 130/80 mmHg, por debajo de la recomendación dirigida a la población general (140/90 mmHg). “Los pacientes diabéticos con hipertensión tienen un mayor riesgo de padecer complicaciones vasculares, que aumenta en la misma proporción que los índices de presión arterial”, insiste.
Se calcula que la mitad de los pacientes con diabetes tipo 2 y proteinuria (presencia de proteínas en orina) desarrolla enfermedades de riñón que acabarán requiriendo diálisis o trasplante. Y es que, sumado al riesgo cardiovascular, la hipertensión del enfermo diabético incrementa el deterioro de la función renal, y es el principal factor que acelera la progresión hacia nefropatía diabética.