La gestación es un proceso metabólico largo que provoca un aumento considerable de las necesidades energéticas y nutritivas a la mujer embarazada con el fin de que se desarrollen todas las nuevas estructuras con absoluta normalidad.
Aumenta el volumen de sangre, necesario para servir de vehículo de nutrientes a través de la placenta al futuro bebé, por lo que se incrementan los nutrientes que participan en la hematopoyesis: hierro, proteínas, ácido fólico… A medida que pasan los meses, se va solidificando el esqueleto del feto, lo que obliga a cuidar al máximo los nutrientes implicados en la formación ósea: calcio, fósforo, magnesio, vitamina D, entre otros.
La vitamina D, casi una hormona El futuro bebé retiene unos 30 g de calcio y capta unos 200-250 mg/día durante el tercer trimestre de la gestación, tiempo en el que tiene lugar el máximo crecimiento y desarrollo óseo. Estos cambios están regulados por la hormona paratiroidea, la vitamina D y la calcitonina. Un aporte adecuado de calcio por medio de los alimentos es vital para que la madre no sufra pérdida orgánicas de este mineral a lo largo de la gestación. Sin embargo, para que el calcio se fije en los huesos necesita la presencia de la vitamina D. Por tanto, tan importante como el aporte de calcio es el contenido de vitamina D de la alimentación. No obstante, la vitamina D se puede formar en el organismo a partir del colesterol. El proceso de transformación tiene lugar debajo de la piel, donde por acción de los rayos solares, el colesterol se transforma en colecalciferol, la forma activa de la vitamina D. Si el embarazo se desarrolla durante los meses de invierno hay menos horas de sol por lo que la exposición al sol es más difícil, aunque basta con unos minutos cada día para que el organismo fabrique suficiente vitamina D. Además, esta vitamina se acumula en cierta medida en el organismo, y si se ha tomado sol durante el verano, las reservas de esta vitamina están garantizadas.
Revisar la dieta Durante el embarazo, además del control ginecológico periódico, se aconseja el asesoramiento dietético para revisar la dieta y conocer los alimentos a los que hay que prestar más atención para satisfacer las necesidades aumentadas de ciertos nutrientes, como es el caso de la vitamina D. Se precisan 10 mg diarios de vitamina D lo cual supone un incremento en 5 mg al día respecto a la cantidad recomendada a las mujeres no embarazadas. Al ser una vitamina liposoluble, se acumula en el organismo y las concentraciones en la madre y el feto son iguales. El déficit de vitamina D en el feto se asocia a hipercalcemia neonatal, dado que los cambios en el metabolismo del calcio están regulados por la vitamina D además de otras hormonas. Igualmente es perjudicial un aporte excesivo de dicha vitamina. No hay que olvidar que se trata de una vitamina que se acumula en el organismo, y recurrir a ella como suplemento sin control facultativo puede comprometer el buen desarrollo fetal.