Entrevista

«El problema está en la frecuencia y cantidad con las que tomamos bebidas lúdicas»

Carlos Casabona, pediatra, divulgador y escritor
Por Laura Caorsi 1 de agosto de 2020
carlos casabona pediatra
Imagen: Rubén García

“Un día es un día”, dice el refrán. Y en un día, también, bebemos 428 kcal. “Es una cifra estadística. Significa que muchas personas vendrían a tomar unas 600 u 800 kcal líquidas y otras 200 kcal, o ninguna”, apunta el doctor Carlos Casabona, que se sabe las cifras de memoria. Durante los últimos dos años, este pediatra y divulgador especializado en alimentación ha estado recopilando información y datos sobre todo tipo de bebidas… y nuestra manera de beber. El resultado es un libro —’Beber sin sed’— que ha escrito junto al dietista-nutricionista Julio Basulto y en el que muestran de manera cristalina el tipo de elecciones que hacemos y cómo influye lo que bebemos en nuestro estado de salud. “La inversión publicitaria de todo tipo de bebidas insanas es de una dimensión difícilmente imaginable”, explica en esta entrevista, donde también desvela por qué no es raro encontrar personas que rechazan el agua tal y como es: inodora, incolora e insípida.

 

El libro contiene numerosos datos de interés, que van desde nuestras preferencias a la hora de beber hasta el impacto en la salud de cierto tipo de bebidas. De todo lo que ha recopilado, ¿cuál ha sido el dato que más le ha sorprendido?

En la carta de una conocida franquicia de cafés, tés y lácteos en general, hay varias bebidas que alcanzan una cantidad absolutamente insana de azúcar y calorías: más de 1.200 kcal que incluyen 125 g de azúcar (¡31 terrones!), bebida de avena o de soja o leche sin lactosa, que muchas veces actúan como señuelo, cacao y nata. Las señalamos en el libro para que los consumidores en este tipo de franquicias o cadenas soliciten siempre la carta de ingredientes y valores energéticos antes de pedir tamaños medianos y grandes de muchos tipos de bebidas.

¿Cuál es la bebida comercial más calórica?

Además de las que se ofrecen en ese tipo de franquicias, a nivel industrial podríamos citar a las bebidas excitantes (mal llamadas «energéticas») en presentaciones de 500 ml, cuya ingesta supone la introducción de 300 kcal vacías en una sentada. Por otro lado, tenemos a la horchata y muchos batidos de cacao con similares concentraciones de azúcar (13-14 g/100 ml), cuyo poder calórico dependerá de la ingesta, pues se ofrecen desde envases «monodosis» de 200 ml hasta botellas de un litro. Si tenemos sed y nos servimos dos vasos, llegaremos al mismo número de kcal que con la lata de bebida «energética».

Si uno mira la etiqueta de un refresco zero o light, todos los valores nutricionales dan 0. ¿Por qué no se aconseja tomar estas bebidas? ¿Cuál es el problema, si no tienen azúcar?

No educan en el sabor y eso provoca que la persona que está deseando dejar las bebidas azucaradas no se desenganche de ese deseo de tener ese subidón de sabor dulce que provoca impronta a nivel cerebral. Así, aunque no beba «refrescos» azucarados, es habitual que en su dieta entren postres lácteos azucarados, bollería o helados para seguir teniendo la dosis diaria de «dulce» que su cuerpo le reclama. Por otro lado, cada vez hay más estudios que sugieren que su ingesta provoca un mayor riesgo de muerte prematura; incluso más que la de bebidas azucaradas.

Carmen Cabezas, la subdirectora general de promoción de la Salud de la Generalitat de Catalunya, dice en el prólogo que limitarse a beber agua debería ser fácil en nuestro entorno, pero se vuelve muy complejo en las manos de la industria alimentaria y sus estrategias de marketing. ¿Qué estrategias son esas?

La inversión publicitaria de todo tipo de bebidas insanas es de una dimensión difícilmente imaginable, tanto en revistas, como en prensa escrita y digital, en redes sociales, en nuestros móviles, en radio, televisión… e invade nuestro campo visual en estaciones, aeropuertos, gasolineras, centros de salud, hospitales y, en definitiva, en cualquier calle de cualquier ciudad mediante marquesinas, vallas publicitarias, autobuses tuneados…

¿Por qué nos cuesta tanto elegir lo sencillo?

Nos cuesta elegir lo sencillo porque es imposible escapar a su omnipresente, bien diseñada e impactante publicidad. La continua exposición a sus mensajes normaliza el paisaje urbano, se funde con él, lo que de manera inconsciente condiciona a miles de consumidores a aceptar que lo normal es beber, pero no agua del grifo, que jamás es anunciada, sino cualquier otro líquido que represente ganancias a los lobbies de las bebidas industriales, conocidos en los estudios como «Big Soda» y «Big Alcohol«.

¿Por qué vemos, con llamativa frecuencia, anuncios o artículos que hablan de las bondades de la cerveza y el vino para la salud?

Porque las empresas que los venden suelen tener vínculos con los poderes políticos, además de patrocinar y financiar (en parte o totalmente) estudios en los que hay claros conflictos de interés en alguno o varios de sus autores. A este respecto hay que citar a dos grandes profesionales: en primer lugar, al doctor Miguel Ángel Royo Bordonada, responsable del área de estudios de la Escuela Nacional de Salud del Instituto de Salud Carlos III, que describe y denuncia todo este tipo de estrategias en varios trabajos; y, en segundo lugar, al abogado Francisco Ojuelos, que aborda todos estos temas en el libro ‘El Derecho de la Nutrición’ y afirma de manera contundente que «es totalmente injustificable que no haya advertencias sanitarias en el alcohol».

El agua, nos decían en la escuela, es incolora, inodora e insípida. ¿Es posible que estas tres características no puedan «competir» con las bebidas de colores, de sabores y aromáticas? ¿Se nos queda insulsa el agua frente a la enorme y variada oferta de bebidas que tenemos a nuestra disposición?

Indudablemente, la elevada frecuencia con la que se ingieren bebidas con azúcar, edulcorantes bajos en calorías, con exiguas cantidades de jugos de fruta, saborizantes, etc. produce un condicionamiento de la conducta. Esto se debe al gratificante estímulo dulce que provocan o al cosquilleo que proporciona el gas que llevan muchas de ellas. Por eso no es raro encontrar niños, jóvenes y adultos que rechazan el agua tal y como es: inodora, incolora e insípida.

¿Tenemos que beber dos litros de agua al día?

No. No «tenemos» que beber dos litros (unos ocho vasos) de agua al día. Es un mantra orquestado —hace unos 25 años— desde la industria que vende agua embotellada. Este mantra ha alcanzado un éxito de proporciones siderales porque parece que algo tan saludable, maravilloso y fisiológico debe ingerirse en proporciones elevadas y cuanto más, mejor. A la luz de la ciencia, no es así y lo explicamos con buenos estudios en ‘Beber sin sed’. La respuesta, en definitiva, es muy simple, lógica y prosaica: bebamos cuando sintamos sed, salvo en contadas excepciones que cualquier persona conoce.

¿Podemos hidratarnos a través de los alimentos?

Sí, sin duda, podemos hidratarnos comiendo. De este modo, hay muchas personas, entre las que me encuentro, que apenas beben líquidos, porque su alimentación está repleta de frutas y verduras, cuyo contenido en agua es muy elevado, casi siempre por encima del 90 %. Además, si en vez de sal aderezamos los platos con hierbas aromáticas, contribuiremos, por lo general, a no tener demasiada sed. ¿Quién no ha tomado fuera de casa una paella muy sabrosa o una pizza repleta de queso y ha estado toda la tarde con sed?

¿Los alimentos hidratan igual de bien que el agua?

Muchos alimentos saludables pueden cumplir perfectamente la misión de hidratarnos. De hecho, es lo que la humanidad ha hecho durante miles de años, cuando no existían ni el agua corriente ni los supermercados: comer fruta y hortalizas para hidratarse, porque no siempre los pozos eran salubres ni tenían agua.

Las bebidas detox se han puesto de moda. ¿Cumplen lo que prometen?

Ni cumplen lo que prometen ni son inocuas, y encima castigan nuestro bolsillo, sobre todo las que se venden a nivel industrial en kits con botellitas para consumir cinco al día, varias veces por semana. Hemos encontrado planes detox de cinco días por la «módica» cifra de 147 euros.

¿Por qué no son inocuas?

Porque buscando una «detoxificación», los consumidores de batidos detox pueden ingerir demasiado ácido oxálico, sustancia que está en elevadas concentraciones en verduras que no se ingieren crudas en grandes cantidades como acelgas, apio, col, puerros o espinacas. Estas son componentes habituales de los batidos o jugos detox, algo que puede tener serias repercusiones en nuestro riñón. También se han descrito interacciones con fármacos, algo peligroso porque solemos ingerir en nuestro país muchos medicamentos a diario.

Ahora hay bebidas de café que se venden en lata o vaso, frías. ¿Son buena alternativa al café «de toda la vida»?

Preferimos los tés, cafés e infusiones frías sin azúcar, preparadas en el mismo establecimiento o en casa, como el cold brew, que las latas y bebidas RTD o Ready to Drink, concepto que se ha instaurado con fuerza en los lineales de todos los supermercados e incluso en las maquinas de vending, ya que muchísimas de estas opciones llevan bastante azúcar o edulcorantes sintéticos. Las preparaciones caseras o bien elaboradas en cafeterías, mientras sean sin azúcar, son opciones aceptables y refrescantes.

Más allá de lo obvio, como el botellón, ¿existe presión social para que bebamos alcohol en nuestras salidas?

La publicidad del alcohol, sobre todo de la cerveza, refuerza la idea de lo sencillo que es ser feliz al consumir sus productos y lo fácil que resulta hacer amistades en los eventos que las marcas patrocinan. La aceptación social del consumo de bebidas fermentadas, como el vino y la cerveza, hacen el resto. Los jóvenes que no beben son considerados los patitos feos del grupo, los «tristes», los «cenizos», por lo que muchos adolescentes son literalmente empujados por esta presión de grupo para no perder amistades o incluso pueden llegar a pensar que es la única manera que tienen para intimar con otros jóvenes. Estos temas se están trabajando a nivel multidisciplinar en muchos centros sociales, para ofrecer recursos culturales o deportivos que puedan ser alternativas atrayentes al ocio nocturno alcoholizado.

Cuando socializamos, entendemos que es un momento divertido, de celebración. Nos permitimos ser más indulgentes con lo que comemos y bebemos habitualmente. ¿Qué podemos pedir para beber que sea sano y no resulte «aburrido»?

Aunque pueda parecer que en el libro solo hablamos de bebidas insanas, en él hay un predominio claro de mensajes con ofertas interesantes. Dedicamos un 60 % a bebidas que no condicionan problemas de salud con una ingesta normal. Entre ellas, decenas de distintos tipos de café, té, mate, infusiones de hierbas, bebidas vegetales interesantes, zumos de tomate, lácteos no azucarados, gazpachos, salmorejos, agua mineral, agua saborizada, sopas…

¿Sopas?

Sí. Es muy corriente tomar una sopita caliente en una terraza en países como Holanda y Bélgica.

¿Y para los niños? ¿Cómo manejamos la situación «quiero un refresco»?

Así, de entrada, sería mejor un agua saborizada que no lleve ginseng o guaraná, ya que actualmente se están difuminando las fronteras entre los distintos tipos de bebidas. Pero si de verdad es un momento que merece la pena celebrar y no nos pasamos todos los fines de semana brindando por la amistad, la paternidad o cualquier otra condición humana que se nos ocurra, se les puede ofrecer lo que más les apetezca y disfrutarlo, pero siendo conscientes de que hay opciones menos insanas que otras.

Encontramos muchas ocasiones para celebrar…

Ahí está el problema, en la cantidad y frecuencia de las «celebraciones». Desde el viernes por la tarde hasta el lunes por la mañana, tenemos dos días y medio: más de un tercio de nuestra vida y de la de nuestros niños.

¿Cuál sería una periodicidad aceptable?

Pienso sinceramente que la semana es una mala medida de tiempo para distribuir las ingestas lúdicas, sean bebidas o comidas. Habría que proponer la quincena… o la mensualidad; es decir, tomar algo lúdico, aunque no sea muy saludable, una vez cada 15 días o cada mes.

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