Los pediatras de Atención Primaria son la primera línea de defensa contra la obesidad infantil. Sin embargo, su trabajo está lleno de obstáculos que hace casi imposible hacer un seguimiento constante a los menores. Hablamos de ello con José Serrano, pediatra catalán y colaborador del programa Infancia y Dieta Mediterránea (INFADIMED), una iniciativa impulsada por profesionales de Atención Primaria que promueve la dieta mediterránea entre los alumnos de entre tres y nueve años con el objetivo de darles herramientas para que puedan decidir qué es más beneficioso para su salud. “Se basa en ir a las escuelas y ponerles dibujos animados adaptados a sus edades con los que se enseñan hábitos saludables. Prueba de que funciona es que en el supermercado me he encontrado con padres que me echan la culpa de no poder comprar bollos porque el niño les regaña”, cuenta José Serrano.
¿Cree que se está haciendo suficiente para prevenir la obesidad infantil?
La obesidad infantil está alcanzando unas cifras tremendas. El último estudio Aladino, el de 2019, muestra un aparente descenso frente al anterior, que es de 2015. Pero si ahondamos un poco en los datos, vemos que en las familias que tienen rentas por debajo de los 18.000 euros anuales, estas tasas de sobrepeso y obesidad han aumentado. Es decir, no solo vamos mal, sino que vamos peor porque la epidemia de la obesidad está afectando cada vez más a las clases sociales menos pudientes, que la mayor parte de las veces tienen menos posibilidades de resolver el tema tanto a nivel económico como social y educativo.
¿Cuáles considera que son las causas de estas cifras?
Ha ido a peor por muchos factores, como la prevención en sí misma y los entes encargados de ello, como la Atención Primaria. ¿Tenemos la culpa los equipos de pediatría? Podemos tenerla, pero la verdad es que, con la cantidad de visitas diarias que tenemos, no podemos dedicarle el tiempo que necesita un niño o una niña que viene cada tres meses. También tiene la culpa la industria alimentaria, que vende unos productos que son generadores de la obesidad y con un público muy claro que es la población infantil. De ahí todas esas cajas con dibujos, colores y superhéroes. Y además de todo eso, le suman regalitos que hacen que el niño pida a los padres que se los compren. Y en última instancia, las autoridades reguladoras. Si permitiesen que la Atención Primaria pudiera dedicar más tiempo, que dietistas-nutricionistas participasen en las consultas, que no dejasen que la industria alimentaria campase a sus anchas y que pusieran impuestos a los productos azucarados para impedir que se compraran con tanta facilidad, todo llevaría un cauce mucho más lógico.
¿Son los padres culpables?
Yo diría que no, porque todos ellos quieren lo mejor para sus hijos e hijas. Más que culpables son víctimas que acabarán sufriendo la obesidad de sus hijos.
¿Las autoridades responsables de regular están haciendo suficiente?
No. Todos estos factores dependen en última instancia de la Administración. No ya controlar el problema que ya existe, sino previamente dedicar recursos para educar sobre lo que es la alimentación saludable y, cuando vea que se van de las pautas, poner remedio. Si permitieran a los especialistas de la Atención Primaria dedicar a sus pacientes más de 15 minutos cada tres meses, las cosas estarían mucho más orientadas y no llegaríamos a los extremos en los que estamos.
Cuando habla de que es necesario más tiempo en las consultas, ¿de cuánto estaríamos hablando?
Hemos cuantificado que cualquier niño que tenga una patología crónica, en las que se incluye la obesidad, se merece como mínimo 30 minutos al mes. Algo que con la sobrecarga de consultas y la infradotación de las plantillas es imposible. Para prevención tenemos los mal llamados “controles del niño sano”, que también son insuficientes porque son visitas programadas para coincidir con la aplicación de vacunas. En los primeros meses de vida son frecuentes, pero a partir de los cuatro años –cuando empiezan a desarrollar obesidad o han adquirido malos hábitos alimenticios– los dejamos de ver durante años. No estaría de más poder hacer los controles al menos una vez al año, si no más, para hablar de hábitos saludables como la alimentación, la actividad física…
En su opinión, en cuanto a medidas de prevención, ¿se ha tomado alguna buena?
Lo único bueno que veo últimamente es que cada vez hay más profesionales concienciados con el tema, pero con las manos atadas que les imposibilitan seguir hacia adelante.
¿Qué sería lo primero que habría que hacer para que la prevención fuera más efectiva?
Más profesionales dedicados y formación específica a los profesionales en el tema. También enseñar a los educadores en las escuelas y a los niños desde que son pequeños, que lo que aprenden les dura para toda la vida. Si hubiera una clase a la semana, desde que son muy pequeños, tendrían los hábitos saludables instaurados de por vida. Por otro lado, educación para las familias; muchas no tienen capacidad por el poder adquisitivo, pero es que la mayoría no sabe lo que está comprando. También un etiquetado frontal que indique a las familias lo que es más saludable y lo que no, para que no tengan que ir a las etiquetas traseras, que incluso a mí me cuestan. Todo esto depende de la Administración. También las tasas e impuestos sobre bebidas azucaradas y alimentos poco saludables. Fomentar la actividad física y difundir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre cuestiones como las horas máximas que deben estar los niños delante de pantallas. Hay muchas cosas para hacer.
¿Considera que se debería incluir en la Atención Primaria a los dietistas-nutricionistas?
Totalmente. Tanto en pediatría como en medicina de familia y para prevenir enfermedades específicas. Los pediatras tenemos nuestra formación en nutrición infantil, pero ellos tienen mucha más que nosotros y conocimientos de cómo afecta a la salud pública que nosotros no solemos tener. Por lo tanto, estoy a favor de tenerlos como compañeros. No como consultores que vienen una vez cada 15 días, sino como compañeros día a día.