Idoia Labayen es directora del equipo de investigación ELIKOS del Instituto de Innovación y Sostenibilidad en la Cadena Agroalimentaria (IS-FOOD), que estudia los riesgos para los menores de la acumulación excesiva de grasa en el hígado. En esta entrevista nos cuenta que este daño puede ser reversible, si frenamos la obesidad antes de terminar la pubertad. Eso es algo que debería estimularnos para comenzar a comer saludable y ser más activos. Para ello, la también profesora de la Universidad Pública de Navarra aboga por estrategias de prevención a medio y largo plazo y defiende la implicación y la educación familiar en hábitos saludables y un programa de ejercicio supervisado, intenso y aeróbico como tratamiento.
Las cifras de menores con obesidad son alarmantes. Desde hace décadas se desarrollan diferentes estrategias y programas de prevención por parte de distintos organismos, pero no se ven resultados. ¿Qué se está haciendo mal?
Se ha hecho mucho más por describir la epidemia y analizar sus causas que por ponerle remedio. Ha habido algunas iniciativas tanto públicas como privadas, pero en general se ha tratado de estrategias a corto plazo y sin involucrar a todas las disciplinas y ámbitos implicados.
¿Estas estrategias se han centrado más en la alimentación que en el ejercicio físico?
Hay muy pocas estrategias a medio y largo plazo. La mayoría de estas tímidas iniciativas se han centrado en los hábitos dietéticos; pero incluso en ese caso, nos faltan programas educativos bien diseñados y que impliquen tanto al ámbito escolar como al sanitario, a los niños y niñas y a sus padres, y que incidan también en la industria alimentaria y en la publicidad.
En España, el 63 % de los niños y niñas entre 8 y 16 años no cumple con las recomendaciones de actividad física. ¿Cree que se está haciendo lo suficiente en las aulas?
En la etapa escolar, las horas dedicadas a la educación física son claramente insuficientes y, además, las actividades formativas están pensadas para que los niños estén sentados. Por otro lado, las actividades deportivas en muchos casos están pensadas con un espíritu muy competitivo que deja fuera a los niños y las niñas con menos habilidades y destrezas.
¿Trasciende la actividad física a otros ámbitos?
Tenemos pendiente entender la actividad física y los hábitos dietéticos como parte integral de la salud y, en particular, de la de la infancia. La educación en estilos de vida saludables debería impregnar la educación en el sentido más amplio. La actividad física no es solo ese rato que se dedica a entrenar a fútbol o a baloncesto, es también ir al colegio andando o en bicicleta, que los recreos sean activos, compartir mucho más tiempo de ocio en familia…
¿Ve posible, tal y como auguran los expertos, que la esperanza de vida de la próxima generación disminuya debido al sobrepeso y a la obesidad?
Sí, la Organización Mundial de la Salud estima que la esperanza de vida de la generación actual de niños podría reducirse como consecuencia de la obesidad [la OCDE lo cifra en tres años menos]. En los últimos 10 años se ha disparado la prevalencia de esteatosis hepática o hígado graso, que incrementa aún más el riesgo de diabetes, enfermedad cardiovascular y disfunción hepática. Hoy en día, el 25 % de los adultos y cerca del 40 % de los niños con sobrepeso u obesidad tienen el hígado graso.
¿Cómo se puede abordar este problema?
La obesidad es una enfermedad. Tenemos que interiorizar esto para empezar a prevenirla y tratarla. La obesidad perjudica gravemente la salud de los niños en el presente y en su futuro. Porque los niños con sobrepeso tienen más riesgo de desarrollar diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer y, además, perjudica su salud emocional y su rendimiento académico.
¿Un niño con obesidad y sobrepeso siempre acarreará consecuencias de esto cuando sea adulto?
Hay trabajos científicos muy importantes que demuestran que si la obesidad infantil se cura antes de finalizar el desarrollo puberal —alrededor de los 13 años—, el riesgo de desarrollo de diabetes es igual al de un niño que no la padeció. Esto debería servirnos como estímulo. El proyecto EFIGRO, un programa de educación familiar en estilos de vida saludables, pudo demostrar que implicar a las familias y el ejercicio físico ayudan a mejorar la salud. Nuestra investigación demuestra que los programas que incluyen educación familiar en estilos de vida saludables, acompañados de educación psicoafectiva para ayudar a incorporar ese cambio de hábitos y mejorar la salud emocional de los niños, y el ejercicio físico reducen la grasa corporal y, sobre todo, disminuye la resistencia a la insulina (prediabetes) y la esteatosis hepática hasta en un 20 %.
¿Qué papel desempeñan los padres en este aprendizaje?
Los menores aprenden en sus primeros años de vida más por imitación que por los mensajes que lancemos. No sirve de mucho decir “come fruta que es muy sana” o “deja de ver la tele”, si no nos ven comer fruta o si no proponemos una actividad alternativa a la televisión. Si los padres incorporan una forma de vida saludable, si las escuelas son lugares en los que se fomenta, habremos empezado a ganarle terreno a la obesidad infantil.
¿Cuántas horas a la semana de ejercicio físico e intensidad necesitan realizar los pequeños para notar los beneficios?
El ejercicio más eficaz para la mejora de la salud hepática y cardiovascular es el que tiene como objetivo la intensidad; es decir, hay que fatigarse, y en el caso de los niños, es muy importante también que se diviertan. Es lo que observamos en nuestro estudio. Los niños practicaban ejercicio mientras jugaban tres veces por semana durante 90 minutos. Igualmente, cada 15 días toda la familia acudía a aprender buenos hábitos con especialistas en nutrición y psicología.
¿Se puede vencer a una genética que nos predispone a la obesidad?
Sabemos que la salud de las personas depende en buena medida de los estilos de vida y del entorno en el que crecen durante los primeros 1.000 días de vida. Esto es, desde la concepción hasta los dos años. Aunque tengamos predisposición genética a padecer obesidad, si mantenemos un estilo de vida saludable no se desarrollará. La nutrición y la actividad física afectan al funcionamiento de nuestros genes. Esto es más acusado que nunca en esos primeros días de vida en los que la división celular se produce a un ritmo altísimo por el crecimiento. Esta es una de las razones por las que decimos que la prevención de la obesidad comienza en el embarazo.