Es difícil encontrar un hueco en la agenda de Laura Rojas-Marcos (Nueva York, 1970), porque en estos tiempos que corren la consulta le absorbe casi las 24 horas del día. “Mi horario es de 7 de la mañana a 12 de la noche”, cuenta. Es doctora en psicología clínica y de la salud. Su currículo se amplía como terapeuta, investigadora y conferenciante. Ha escrito cinco libros en solitario y varios en compañía de otros, entre ellos su padre, el psiquiatra Luis Rojas-Marcos. Entre paciente y paciente hablamos con ella en plena quinta ola de la pandemia de covi-19 sobre temas que están muy de actualidad: salud mental, niños y adolescentes, alimentación y pandemia. Es optimista ante la situación que vivimos porque confía en la medicina actual, pero no canta victoria por el momento. Cree que salimos reforzados ante la crisis, aunque está dejará huella física y mental.
Camino de dos años, la pandemia marca el ritmo de vida de los ciudadanos. ¿Han aumentado las visitas a las consultas de los expertos?
El trabajo está siendo intenso. La quinta ola ha vuelto a apretar y ha afectado a mucha gente. Yo atiendo, sobre todo, a padres que buscan solución a su estrés o a la frustración de ver cómo los hijos están yendo a los hospitales. Pero también hablo con médicos y sanitarios que buscan refugio en la consulta. Sus síntomas son los clásicos del síndrome de estar quemados: fatiga crónica y malestar interno. Hay algunos que se han planteado abandonar su profesión por agotamiento y por la falta de comprensión y consideración por parte de muchas personas.
¿Quiere decir que a veces no somos realistas de que los efectos de la covid-19 son igual para todos: médicos, sanitarios, cuidadores…?
La población no es consciente por lo que están pasando, pero no solamente en el trabajo o en la vida normal, sino también a nivel emocional. Los cuidadores no están recibiendo las atenciones que necesitan. Las personas que son cuidadoras, ya sean expertos o familiares, son muy sensibles, están irascibles, cansados… son síntomas de la fatiga pandémica que afecta a las relaciones de pareja, a los hijos, al trabajo. Hay que saber gestionar la incertidumbre. El nivel de ansiedad es altísimo.
¿Es momento de revisar nuestra salud mental?
Yo soy partidaria de hacerlo cada cierto tiempo, no solo ante situaciones excepcionales como esta. No solo hay que cuidar la salud física. Ese aumento de ansiedad, de preocupación, de miedo, de agotamiento y de desgaste nos hará pagar un precio emocional y físico. Nuestro cuerpo habla. Una cosa es tener un día estresante y otra, como llevamos ahora, año y medio. El estrés se cronifica y cuando esto ocurre hay un coste neurológico y fisiológico. Enfermamos más, el sistema inmune se deteriora, se debilita, y tendremos más problemas. Se crea una especie de círculo vicioso que si no se atiende puede acabar mal.
¿Cuál es la señal de alarma?
A nivel emocional es el malestar con todos sus síntomas habituales: dificultades para dormir, cambios de peso, ya sea ganando o perdiendo; la irascibilidad, conflictos constantes, el aumento de consumo de alcohol, conductas compulsivas, la adicción a las pantallas, al juego…
Es entonces cuando hay que dar el primer paso. ¿Qué recomienda: ir al médico de familia o al especialista directamente, ya sea psicólogo o psiquiatra?
Lo primero sería hablarlo en el entorno familiar. Estar dispuesto a hablar, a escuchar, departir y respetar es importante. Si se puede resolver en ese círculo más cercano, mucho mejor. El segundo paso puede ser elegir a alguien de confianza, pero externo a la familia, que a lo mejor nos puede servir de ayuda al transmitirnos confianza. Si las cosas se ponen feas, muy desagradables, que se ven que no avanzan, con conflictos constantes y sensación de frustración, es el momento de ponerse en contacto con un profesional. Pueden ser psicólogos, que somos terapeutas de familia y estamos preparados para ayudar a esa dinámica familiar o a gestionar las emociones, o psiquiatras, si ya hay alguna patología o trastorno más farmacológico.
¿Por qué seguimos siendo tan reticentes a la hora de acudir a un psicólogo o al psiquiatra?
Sigue existiendo esa reticencia, pero me llama la atención para bien, que desde que vine a España después del 11-S, la situación ha mejorado muchísimo. Hay menos prejuicios. Hay más concienciación, más conocimiento, se naturaliza más y todo eso sucede gracias a la educación, a tener más información, a saber que si tienes un problema psicológico o emocional, hay un tratamiento y hay unos especialistas. La mayoría de los prejuicios tienen su origen en la falta de información o conocimiento.
El último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, de Naciones Unidas, revela que España encabeza el consumo mundial lícito de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes, que en 2020 aumentó un 4,5 % y superó las 91 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. Son cifras que asustan. ¿Por qué encabezamos esta clasificación?
Observo que la población en general no tiene mucha prudencia a la hora de tomar medicación. Si te duele algo siempre hay alguien que te dice tómate esto o aquello. Se habla de medicina como si todo el mundo fuera experto. Ciertos medicamentos se toman demasiado a la ligera, y hay que tener cuidado.
¿A qué obedece este autoconsumo?
Muchas personas se medican para anestesiar determinadas emociones en vez de gestionarlas. Hay personas que se refugian en el alcohol y otras en las pastillas. No van al grano o intentan resolver los problemas. Todo esto tiene tratamiento, pero quizá su solución más rápida sea tomarse una pastilla, pero hay que tener cuidado porque algunas son muy adictivas.
¿Hay alguna alternativa terapéutica a ese consumo?
No solo hablar con el especialista, sino también llevar unas pautas y un tratamiento. Hablar es muy terapéutico. Desahogarse, llamar las cosas por su nombre y llegar a entender lo que está pasando para poder encontrar alternativas.
Cada día más personajes populares hablan de los problemas que les provoca el estrés, la ansiedad, las adicciones… ¿Estas actitudes pueden suponer un cambio social en la manera de ver la salud mental? En pocas palabras, perder el miedo.
Ojalá. Todo esto puede ayudar a muchas personas que están sufriendo lo mismo y que a lo mejor no se atreven a pedir ayuda, o no saben lo que les pasa o no saben cómo se llama lo que sienten. Esto es muy frecuente en consulta. Personas que dicen que sufren ansiedad, pero lo ven como nerviosismo, y la ansiedad es otra cosa que va un poco más allá. Han sido muy valientes. Las personas públicas cuando comparten una experiencia así, no solo son humildes y valientes, sino que contribuyen a que otras muchas puedan encontrar una esperanza y a pedir una ayuda que existe.
¿Cómo nos han afectado estos casi 20 meses de aislamiento social y restricciones?
Sobre todo han sido estresantes. Aumenta la incertidumbre, dificulta la capacidad de poder planificar, y a esto no estábamos acostumbrados. Hemos tenido que ejercitar la tolerancia a la frustración, que está asociada a la capacidad de esperar la ratificación inmediata. Estamos aprendiendo a gestionar la paciencia, la espera. El adaptarnos a los cambios en el último minuto. Y también estamos aprendiendo a improvisar. A decidir sobre la marcha. Después de este año y medio hemos mejorado mucho.
¿Emocionalmente salimos tocados o más fuertes como se dice? ¿Hemos sabido sacar lo mejor de nosotros?
En algunos casos sí, pero en otros hay personas que están sufriendo mucho. No están en la fase de aprendizaje. Aunque todos hemos aprendido algo durante este periodo, no se pueden comparar con aquellas que hayan perdido a personas cercanas.
¿Más resilientes, acaso?
El ser humano tiene la capacidad de aprender y salir más fuerte, pero como todavía la cosa no ha terminado, sería un poco precipitado adelantarse a los acontecimientos.
¿Es usted optimista frente a esta situación?
Yo creo que esto sí se va a acabar, como pasó con las anteriores pandemias y fueron peores. Ahora tenemos una medicina que no existía antes, por eso confío en que terminará, pero va a dejar una fuerte huella emocional en nuestra memoria.
¿Cuáles pueden ser esos rastros que se nos queden dentro para siempre?
Cansancio, agotamiento y, sobre todo, las pérdidas. Todo ha cambiado, incluso nuestra manera de trabajar. Nunca me hubiera imaginado que iba a pasar consulta vía ordenador o tableta. He sido siempre muy conservadora en ese sentido y he preferido hacerlo presencialmente. He aprendido una nueva forma de trabajar. Uno de mis logros personales en este tiempo es que he descubierto que es posible, que funciona y que abre unas puertas muy interesantes. Era una manera de trabajar de la que pensaba que no era la adecuada. Estaba equivocada, pero todo ha sido cuestión de ponerse a ello.
Desde que empezó todo, también hemos tenido que aprender otros aspectos. Por ejemplo, decir “no” a muchas cosas o poner límite a situaciones que nos desbordan bien laboralmente o en el mismo día a día. ¿Sabemos decir basta?
No siempre. Eso tiene mucho que ver con la asertividad, con la capacidad de decir no y sentirse con ese derecho. No sentirse culpable o incluso sentir miedo al tener límites. Es algo que veo en mucha gente: sufren de ansiedad porque no saben o no se les ha enseñado a poner límites. Lo que se les ha enseñado es que decir “no” está prohibido o es de mala educación o es de ser una persona egoísta. Hay que decirlo con convicción.
¿Cómo se aprende a decir “no”?
Mi padre siempre me dijo: “No ofrezcas lo que no quieras hacer o no puedas realizar, porque luego te vas a resentir. Y te puede afectar negativamente”. En resumen, el arte de decir “no”. Eso es importante. Lo aprendí de él desde pequeña y me ha ayudado mucho. No me gusta decir “no”, pero tampoco me incomoda. A mí me ha pasado durante el confinamiento. Dije que no a algo y la otra persona no lo aceptó. Esa amiga no entendió que dijese “no” en ese momento, pero yo estoy tranquila. Después de vivir en muchas sociedades, veo que aquí el “no” no se lleva muy bien. Hay personas que no se atreven a decirlo, pero luego a veces habla mal de la otra o la responsabiliza de cualquier decisión. En el mundo anglosajón uno se hace responsable de su “no” y de su “sí”, y no está mal visto. Esa es la diferencia.
Por cierto, ha citado a su padre, el psiquiatra Luis Rojas-Marcos. ¿Fue determinante a la hora de dedicarse a la psicología?
Ha tenido un papel muy importante, pero no desde el punto de vista de que me recomendase que cogiera este camino, porque eso nunca lo ha hecho… Me interesaba mucho lo que hacía con los pacientes. Él siempre me dice que nunca le sorprendió que cogiera esta profesión.
¿Algún consejo en especial?
Ha sido uno de mis principales mentores y me ha dado muchos. Por ejemplo, hacer lo que me guste y ser feliz haciéndolo. Tener fuerza de voluntad y disciplina ante el esfuerzo. El ser fiel así misma. Y me ha ayudado a aprender a escribir. Me encanta, pero me cuesta.
“La alimentación desarrolla un papel muy importante en la salud mental”, afirma la psicóloga Laura Rojas-Marcos. Y lo justifica así: “Una alimentación equilibrada como la que tenemos con la dieta mediterránea, que es diversa y sana, con la que podemos comer de todo, evidentemente con moderación, es mejor para el cuerpo, y todo lo que sea bueno para este, lo será para la mente”. La conexión mente y cuerpo es total. “Está todo conectado, a pesar de que ahora se tiende a separar”, explica esta experta, que no niega que ciertos alimentos consumidos en grandes cantidades, como la bollería o las galletas, que son ricos en azúcares o grasas, están relacionados con la ansiedad.
¿Cuál sería un menú emocional equilibrado? La psicóloga muestra los ingredientes básicos: “Tranquilidad, saber escuchar y, sobre todo, la teoría de las tres “D”: desconectar, descansar y disfrutar. En el menú no puede faltar el propósito, el dar un sentido a la vida, pero no tiene que ser gran cosa. Es más sencillo. Es hacer algo que te haga feliz. Y tener relaciones sanas interpersonales y con uno mismo. Siempre se habla de las relaciones respecto a otros, pero también es importante conocerse a sí mismo, saber lo que te gusta o no y no machacarte tanto mentalmente. A veces podemos ser generosos con otros y, sin embargo, ser nuestro peor enemigo”. Por último, ella reconoce que su felicidad gastronómica es sencilla: “Con una tortilla de patata y un buen queso, soy superfeliz”.