Resumir en unas líneas la trayectoria científica del doctor Ángel Gil supone todo un reto. Es tan extensa y prestigiosa que resulta complicado realizar una síntesis de los 50 años que el catedrático del Departamento de Bioquímica y Biología molecular de la Universidad de Granada (UGR) lleva dedicados a la investigación. Actual presidente de Fundación Iberoamericana de Nutrición (FINUT), este doctor en Ciencias Biológicas comenzó a trabajar en 1973, año en el que presentó su tesis doctoral sobre la leche materna y, desde entonces, no ha cesado su actividad científica. Su trayectoria en el campo de la nutrición, y en especial en el estudio de la obesidad, ha sido reconocida con numerosos premios nacionales e internacionales —recientemente, ha sido galardonado con el Sir David Cuthberson Lecture Award 2021, convirtiéndose en el segundo español en conseguirlo en 42 años— y ha quedado plasmada en más de 700 publicaciones. Al frente del grupo BioNit de la UGR, lidera un equipo de 18 personas que indagan a diario en el porqué de la obesidad y buscan cómo combatirla.
Una de las principales líneas de investigación del grupo BioNit es la obesidad infantil. ¿Por qué es más necesario que nunca destinar fondos y recursos a investigar sobre ella?
Solo a través de la investigación se puede tratar de solventar a medio y largo plazo el problema que supone la obesidad y sus comorbilidades [trastornos asociados], fundamentalmente la diabetes y la enfermedad cardiovascular. Según el último informe COSI (European Childhood Obesity Surveillance Initiative) de la OMS, el 41 % de los menores españoles sufre sobrepeso u obesidad, una de las tasas más altas de Europa, solo por detrás de Grecia e Italia. Según estudios internos, un 70 % de los niños que son obesos en edad escolar continúan siéndolo de adolescentes y en la edad adulta, y un porcentaje muy elevado de ellos, entre el 12 % y el 30 %, desarrollará una enfermedad cardiovascular temprana. Esto supone un grave problema de salud, pero también significa un gran gasto en sanidad y una inmensa cantidad de recursos que se necesitarán para tratar la enfermedad.
Ya llevamos algún tiempo aplicando medidas contra la obesidad, ¿no están funcionando?
La obesidad no va a disminuir de repente. En 1984, fecha en la que se recogen los primeros datos fiables, el porcentaje de obesidad infantil que teníamos en España era del 4,8 %, y ahora estamos en un 18 %. Las tasas varían según los estudios, pero en algunas franjas de edades alcanza ese 18 %. Esto quiere decir que hemos generado un problema durante décadas y el solventarlo va a depender de aplicar programas específicos también a lo largo del tiempo. Solo a través de la investigación se pueden hacer nuevos enfoques que nos ayuden a establecer políticas de salud públicas apropiadas para que se produzca esa disminución. Es cierto que las medidas que ya se están tomando en España han comenzado a dar sus primeros frutos; prueba de ello es que algunos estudios hablan de que los datos sobre obesidad no empeoran y otros incluso aprecian una pequeña mejoría, pero tenemos que seguir investigando.
Dentro del área de la obesidad infantil, ¿en qué campos cree que hay que investigar más?
Por ejemplo, desconocemos aún muchos de los aspectos relacionados con la genética de la obesidad, de la interacción con el medio ambiente, de la posibilidad de hacer nutrición personalizada, de la aplicación de tratamientos tempranos para evitar el síndrome metabólico precoz [factores de riesgo de enfermedad cardiaca y diabetes, como la obesidad abdominal, presión arterial alta o un nivel alto de triglicéridos] en niños… La investigación en salud es fundamental, pero diría que de forma muy particular en el campo de la obesidad.
Su equipo está formado por 18 investigadores. ¿En qué proyectos se encuentran trabajando?
Hace ya 20 años que comenzamos a trabajar en obesidad. Somos un equipo que forma parte del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBEROBN). Dentro de este grupo estamos trabajando en un proyecto, liderado por la profesora Concepción Aguilera, en el que estamos viendo determinantes genéticos de la obesidad y alteraciones epigenéticas para entender por qué unos individuos tienen más susceptibilidad a la obesidad y cómo esas variantes genéticas interaccionan con el medio ambiente. Este es un gran proyecto que, además, es la continuación de otros que se iniciaron hace ya muchos años.
Además de la genética, ¿qué otras áreas aborda su equipo?
La relación entre el asma y la obesidad es otro de los proyectos en los que estamos trabajando para tratar de entender por qué unos individuos obesos tienen más susceptibilidad que otros a esta enfermedad respiratoria. Dentro también del CIBEROBN, y junto a un grupo de la Universidad de Córdoba, dirigido por la doctora Mercedes Gil Campos, otro de la Universidad de Zaragoza dirigido por Luis Moreno y la doctora Gloria Bueno, y otro de la Universidad de Santiago de Compostela, tenemos de forma conjunta una gran cohorte de niños que estamos siguiendo desde la etapa prepúber a la púber para conocer los determinantes de por qué algunos de ellos desarrollan síndrome metabólico precoz y lo mantienen a lo largo de la vida.
¿Y fuera del CIBEROBN? ¿Tienen en manos algún proyecto con la Universidad de Granada?
Sí, dentro del Instituto de Investigación de Nutrición y Tecnologías de los alimentos José Mataix, una parte del grupo está inmerso en proyectos vinculados a las alteraciones de la microbiota en el ámbito infantil, especialmente en niños prematuros. Otro está desarrollando microorganismos probióticos y viendo los mecanismos de acción potenciales para utilizarlos con fines terapéuticos. Y otra parte del grupo está evaluando algunos compuestos bioactivos de los alimentos (en concreto, del aceite de oliva virgen extra) y estamos valorando cómo pueden incidir concretamente en ciertas alteraciones metabólicas y clínicas (hipertensión, colesterol) relacionadas con el síndrome metabólico y la enfermedad cardiovascular.
A lo largo de su carrera ha publicado muchos trabajos científicos. ¿Puede destacar algunos que hayan tenido especial relevancia en la lucha contra la obesidad?
Uno de los mayores logros de nuestro grupo ha sido la investigación de las funciones biológicas de los nucleótidos de la leche humana, ya que hemos contribuido a aclarar el papel de estos compuestos durante el periodo neonatal y en la modulación de la respuesta inmunitaria en recién nacidos prematuros. De hecho, gracias a estos descubrimientos, la UE incluyó en la Directiva 96/4/CE sobre preparados para lactantes un anexo que recomienda desde entonces la suplementación con nucleótidos de las fórmulas infantiles basadas en leche de vaca. También hemos descubierto nuevas variantes genéticas relacionadas con la obesidad y hemos establecido unos algoritmos que permiten valorar el riesgo genético de sufrirla. En lo que respecta al campo de los microorganismos probióticos, hemos investigado sobre los mecanismos moleculares y genéticos de ciertas bacterias que pueden ser utilizadas con efectos preventivos y terapéuticos de la obesidad. En el campo de los compuestos bioactivos, hemos establecido los mecanismos moleculares y bioquímicos a través de los cuales el aceite de oliva virgen extra previene la enfermedad cardiovascular.
¿Cuáles son esos efectos biológicos del aceite de oliva?
El consumo de aceite de oliva no solo tiene su influencia beneficiosa en la salud por tener ácido oleico, sino también por contar con compuestos bioactivos (polifenoles, terpenos, escualeno) que, según hemos demostrado en estudios epidemiológicos y de intervención, realmente ejercen un efecto muy beneficioso para la salud cardiovascular y para la prevención de numerosas enfermedades crónicas. Por ello, no se pueden homologar los beneficios de los distintos aceites solo por su composición, ya que los de semillas tienen que ser extraídos con solventes orgánicos y en ese proceso ya se pierden esos compuestos bioactivos.
¿Considera que todos estos avances y descubrimientos obtenidos gracias a años de investigación se reflejan en las políticas públicas que se implementan desde las instituciones para luchar contra la obesidad?
Para nada. Hay una muy buena política que se estableció con buen criterio cuando la doctora María Neira [hoy directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud] fue presidenta de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria. Estoy hablando de la estrategia NAOS, un programa que fue pionero y que sigue siendo excelente, pero los recursos con los que cuenta son mínimos para el gran problema de obesidad que presenta España. En papel, el programa es muy bonito y el Ministerio de Sanidad lo aplica en la medida en la que puede, pero no se puede desarrollar [se refiere a que después de más de 15 años desde su lanzamiento, este programa no ha logrado reducir de forma clara la tasa de obesidad infantil].
¿Cuáles son los principales obstáculos que hay en España para desarrollar estas investigaciones?
No es fácil conseguir financiación para la realización de proyectos, pero ni en España ni en ningún lugar del mundo. Los proyectos son competitivos y, por lo tanto, sencillo no es, pero los buenos grupos de investigación siempre obtenemos recursos. Cuando hay buenas ideas se obtienen fondos. Lo que ocurre es que en nuestro país esos recursos destinados para la investigación son muy escasos. Los grupos punteros normalmente obtenemos financiación, pero la cantidad y la aplicación de esos fondos es muy pequeña comparada con otros países. Un ejemplo de esto es que en España la inversión en investigación no se considera inversión, sino gasto. Por ello, lo primero que hay que hacer es tomar conciencia que la investigación es el motor de desarrollo de un país, como ya se dieron cuenta hace tiempo los países nórdicos, Alemania, EE. UU. o el Reino Unido.
¿Qué cambios se deben dar en España para compararnos con otros países?
Cuando surgen problemas como el de la pandemia de la covid-19, todo el mundo comienza a acordarse de lo importante que es la investigación, pero lo cierto es que al cabo de las semanas se olvida. España tiene que tomarlo como una inversión, ya que cuando se invierte en la investigación se obtienen beneficios, los derivados de la traslación de la investigación a las empresas: de la creación de patentes, genera empleo, la posibilidad de exportación de productos a otros países…
¿Qué más se necesita además de tomar conciencia?
Invertir una mayor parte de nuestro PIB y construir una gran agencia de investigación que no esté permanentemente amenazada por los sistemas y avatares políticos. Los políticos son cortoplacistas, se deben a las elecciones que se suceden cada cuatro años y a los cambios que se generan en los partidos. La investigación no debe estar sometida a estas situaciones, sino que necesitamos una gran institución que tenga programas a largo plazo y ayude y soporte la investigación con independencia de los eventos políticos. Esto es algo que asociaciones y grupos de investigadores llevamos pidiendo desde hace mucho tiempo, pero hasta el momento no hemos tenido respuesta.
Resumiendo: el conocimiento científico lo tenemos, pero desde las instituciones no se hace mucho al respecto.
Sí, la investigación va a años luz de lo que los políticos luego aplican en políticas públicas. Tenemos que establecer programas adecuados desde la escuela, formando a los propios maestros, e impartir una buena educación en nutrición y hábitos de vida a toda la población. No podemos pretender que un niño haga una vida saludable si sus padres no la hacen. Es cierto que a este respecto se está comenzando a hacer algo, pero se necesitan más políticas efectivas y sostenidas en el tiempo y que estén financiadas de manera apropiada.
¿Qué haría falta en el ámbito de la salud?
Por ejemplo, nuestro sistema de salud es bueno, pero sin duda es extraordinariamente mejorable. En la atención primaria, un pediatra tiene cinco minutos para ver a un niño, algo que imposibilita el detenerse a hacer un seguimiento al menor con sobrepeso. Igual ocurre en los hospitales. La mayoría de ellos no tienen recursos para realizar un tratamiento multidisciplinar con niños obesos; es decir, con endocrinos pediátricos, nutricionistas, profesionales especializados en actividad física… Lo que sí sobra en el mundo hospitalario y de la seguridad social es burocracia, pero faltan profesionales. Y no hablo solo de médicos y enfermeros, sino también de nutricionistas y especialistas en actividad física que tengan acceso a plazas hospitalarias. En definitiva, necesitamos mayor inversión en investigación, elevando el porcentaje del PIB destinado a la ciencia, y tratar que la gente bien formada pueda realizar una labor en condiciones y en beneficio de nuestro propio país.