La obesidad se ha convertido en los últimos 20 años en uno de los principales problemas de los países desarrollados. Esta enfermedad, considerada la epidemia del siglo XXI, está asociada a los profundos cambios socioeconómicos, tecnológicos, biotecnológicos, poblacionales y familiares que han acontecido en las últimas dos décadas. La inactividad física y el alto aporte energético son dos de las causas que conducen a esta patología que se ceba especialmente entre la población infantil.
Los datos del último estudio ENKID revelan que el sobrepeso afecta, en el colectivo de 2 a 24 años, a un 29,5% de los varones y un 22,5% de las mujeres, mientras que la incidencia de la obesidad es del 15,6% en varones y del 11,5% en mujeres. Además, el estudio sobre los hábitos alimentarios pone de manifiesto que más del 40% de los fallecimientos ocurridos en España durante 2002 fueron debidos a enfermedades circulatorias, en su gran mayoría patologías cardiovasculares vinculadas al proceso aterosclerótico -enfermedad lenta y progresiva de origen multifactorial que se agrava con el estilo de vida-.
Diversos estudios realizados en España constatan que el patrón típico mediterráneo se ha ido desplazando hacia la denominada dieta occidental, caracterizada por un alto porcentaje de grasas saturadas y un reducido consumo de grasas insaturadas. Uno de estos trabajos ponía de manifiesto que existe un excesivo consumo de embutidos, bebidas carbónicas, dulces y platos precocinados, leche y derivados lácteos entre la población infantil.
Según los expertos, «el aumento espectacular de la obesidad en la infancia se debe tanto a factores genéticos como ambientales». La comida rápida, los «snacks» y el sedentarismo son algunas de las causas de esta enfermedad. De esta manera, los especialistas recomiendan promover la educación en hábitos de salud e incidir en los hábitos de vida, sobre todo en el tipo de alimentación y en la actividad física.
Grasas saludables
Los ácidos grasos poliinsaturados, omega-3 y omega-6, son fundamentales en términos nutricionales. La mayoría de estas grasas se encuentran en productos naturales como el pescado, los frutos secos, el aceite de oliva o girasol, entre otros. Sin embargo, en nuestra alimentación habitual aportamos una cantidad muy pequeña que no llega a cubrir las necesidades del individuo.
Asimismo, numerosos estudios demuestran que el consumo de ácido linoleico conjugado (CLA), ácido graso omega-6 que se encuentra en el reino vegetal y animal, durante la infancia podría tener importantes beneficios a largo plazo y, de hecho, la leche materna contiene elevadas concentraciones de esta ácido graso, mucho mayores que en las leches infantiles. Los efectos positivos de la ingesta del CLA, incluso después de la lactancia, inhiben el desarrollo de enfermedades crónicas como la obesidad, diabetes, aterosclerosis o desmineralización ósea.