El pomelo combina la forma de una naranja grande y el color amarillo de un limón, aunque también existen variedades de color verde, semejante a la piel de la lima.
La tonalidad de la pulpa de los pomelos es variada y atractiva y va desde el color amarillo, al rojo, pasando por el anaranjado. El contenido en carotenoides, pigmentos que le confieren el color anaranjado-rojizo, por tanto, será mayor cuanto más oscuro sea el tono de la pulpa, independientemente del color de la piel. Los carotenoides destacan en nutrición por su función antioxidante, y en consecuencia, ejercen una acción preventiva en las enfermedades cardiovasculares, degenerativas y en el cáncer.
El sabor del pomelo desconcierta a mucha gente que lo prueba, que se encuentra con un sabor menos dulce que el de la naranja, menos ácido que el del limón y algo amargo.
Fresco o en zumo
Las posibilidades de tomar el pomelo son dos: fresco, aprovechamos su fibra rica en pectina, que se encuentra principalmente en la capa blanca que hay justo debajo de la piel y entre los gajos; y en zumo, una buena alternativa al de naranja o limón, o combinado con los anteriores.
Por su riqueza en vitamina C, aunque en menor cantidad que en la naranja, resulta un alimento interesante para incluir en la dieta durante los meses invernales. Un zumo elaborado con dos pomelos cubre el 100% de las recomendaciones de esta vitamina, que favorece el buen funcionamiento del sistema de defensas. Y en estos días de invierno, mantener en óptimas condiciones el sistema inmunológico para prevenir infecciones y resfriados debe ser una de nuestras prioridades.