Un total de 57.000 juguetes fueron retirados el año pasado de los comercios españoles por no cumplir las normas de seguridad y calidad. Flechas con ventosas, cochecitos, barcos, aviones, teléfonos, sonajeros, pistolas y muñecas de piezas mal ensambladas fueron los principales productos afectados.
La norma UNE-EN 71-1 de AENOR (Asociación Española de Normalización y Certificación) desarrolla los requisitos de seguridad de los juguetes infantiles. Dice que las instrucciones de uso que acompañan a los juguetes deben ser legibles; que los materiales con los que se fabrican deben estar limpios y exentos de infestación, y que los dirigidos a niños mayores de 36 meses que incorporen vidrio deben emplear fibra de vidrio con refuerzo o canicas de vidrio macizo.
Además, precisa que si hay un embalaje de látex ha de llevar una advertencia del riesgo de provocar alergias e incluso asfixias; que las cuerdas de las cometas o los juguetes volantes tienen que estar hechas con un material de resistencia eléctrica; que los juguetes eléctricos no deberían sobrepasar la limitación máxima de velocidad de ocho kilómetros por hora; que no se puede utilizar porcelana en la fabricación de este tipo de productos, y que no pueden contener bolas pequeñas.
Entre los productos que no cumplían estos requisitos, y que fueron retirados en 2008, se encontraban las pistolas de muelles con láser y bolitas de plástico de la marca Air Soft Gun Combat; un muñeco de peluche en forma de perro futbolista de Águila de Oro; los accesorios del camión de remolque de la Barbie; unos bolígrafos con aromas frutales y purpurina de Kirica, y unos peluches de felpa de Mickey y Minnie.
El Centro Tecnológico del Juguete (AIJU), situado en Ibi (Alicante), analiza cada año entre 4.000 y 5.000 artículos destinados al público infantil, de los cuales alrededor del 15% no pasan las pruebas. La presencia de sustancias tóxicas y un etiquetado incorrecto son las anomalías más frecuentes.
Ana Sánchez, directora del centro, afirma que la mayoría de los juguetes cumplen los requisitos, por lo que son seguros. “Pero -precisa- sí es verdad que algunos que se acaban vendiendo en dos meses porque se ponen de moda y gustan mucho pueden ser muy peligrosos porque no cumplen las normativas. La mayoría, en estos casos, son asiáticos”.
Los juguetes que llegan al AIJU se someten a varias pruebas. “Para los destinados a niños menores de seis años, se pone especial atención en la prueba química, que determina si tiene elementos tóxicos, ya que estos pequeños tienden a chupar los juguetes. Llevamos a cabo un test orgánico que consiste en simular la digestión de un niño y comprobar qué le ocurriría si chupa o traga algún elemento de ese juguete”, explica Sánchez.
Asimismo, se tiene en cuenta los posibles riesgos inherentes al diseño de la estructura y del acabado del producto. “Para ello, reproducimos las acciones que realizaría el cuerpo de un menor. Se observa si hay bordes cortantes, si se deforma, si se mueve o si es posible que las piezas pequeñas se suelten”.
En el caso de los artículos que llevan pilas, se determinan los riesgos de calentamiento de las mismas, y también se hace una prueba de inflamabilidad, que consiste en estudiar la velocidad de la propagación de la llama en el producto. “Por ejemplo, si es muy rápida la madre puede no llegar a verlo y ser demasiado tarde. Esto se hace especialmente en disfraces, peluches y cuerpos blandos. También se lleva a cabo un examen acústico que indica el nivel de decibelios”, comenta la directora del AIJU.
Si el producto supera con éxito las pruebas, recibe el visto bueno del centro. A partir de aquí la responsabilidad es de los padres. En este sentido, Ana Sánchez advierte de que “es un grave error adquirir juguetes para edades superiores a la del niño a quien va destinado. Si pone que es para niños de cuatro a seis años y tiene tres, está mal comprado. Un niño de tres años puede ser muy listo, pero si traga alguna pieza, su garganta es la de un crío de tres años, no mayor”.
Para evitar sustos, esta experta recomienda a los padres no dejar nunca de leer las instrucciones. “Por muy gordo que sea el manual, hay que leerlas, pues hay instrucciones dirigidas sólo a los padres”.