Tras seis años en los que la Terapia Hormonal Sustitutiva (THS) ha estado en el punto de mira como tratamiento para los síntomas de la menopausia, los médicos creen ahora que esta medicación no es tan mala y que lo verdaderamente «grave» es precisamente abandonarla repentinamente, según los mayores expertos del mundo en atención a la mujer durante la menopausia reunidos estos días en Madrid.
La THS, un combinado en dosis ajustadas a cada caso de estrógenos y progestágenos, comenzó a recetarse en 1947 como tratamiento preventivo y paliativo de las manifestaciones de la menopausia. Sin embargo, el estudio WHI (Women’s Health Iniciative) alertó hace seis años sobre el elevado riesgo de sufrir cáncer de mama y patologías coronarias como consecuencia del consumo de esas hormonas.
Suspensión del tratamiento
Se estima que el 50% de las mujeres que estaban en tratamiento en Europa y el 75% de las estadounidenses decidieron suspender la terapia. En España, la Agencia Española del Medicamento modificó las condiciones de uso de la THS y hubo estudios, como el publicado por el Institut Catalá de Farmacología en 2004, que atribuyeron 16.000 casos adicionales de cáncer de mama al año a este tratamiento. El mismo trabajo, basado en ensayos clínicos, dijo que 6.000 mujeres sufrieron ictus y otras 8.000 un tromboembolismo pulmonar por haber recurrido a la THS.
«Cualquier mujer en edad menopáusica es candidata a recibir la terapia, siempre y cuando sus beneficios superen sus posibles riesgos», afirmó Santiago Palacios, el especialista que preside el congreso que se celebra en Madrid. También el reconocido ginecólogo Leon Speroff lanzó la semana pasada este mismo mensaje. «El famoso estudio de Estados Unidos que la denostó se refería sólo a las mujeres muy mayores, no a todas; pero se entendió mal. Los ginecólogos tienen que volver a explicar las ventajas de la terapia hormonal», subrayó Speroff.
Segura y eficaz
Santiago Palacio y otros colegas internacionales aseguraron ayer en Madrid que el tratamiento «resulta seguro y eficaz si comienza a aplicarse entre los 45 y los 55 años», en cuanto aparezcan los primeros síntomas. Debe empezarse con «la menor dosis efectiva, durante el menor tiempo posible» y no más allá de los 60 años, apuntaron. Los expertos hicieron un llamamiento a los médicos de cabecera para que cambien sus criterios y contribuyan a la difusión de esta terapia.