Los padres de ahora se involucran más en el cuidado de sus hijos que los de otras generaciones. Sin embargo, la paternidad sigue estando muy lejos de cumplir con las expectativas sociales que se esperan del hombre en materia de igualdad y responsabilidad asumida en la crianza, en relación con el papel desempeñado por las mujeres, según se reconoce en un estudio reciente del Programa de Doctorado Interuniversitario en Ciencias de la Salud de la Universidad de Sevilla, la Escuela Andaluza de Salud Pública y la Universidad de Jaén. Y en realidad, esto no hace más que perjudicar a sus vástagos. Porque padre y madre son igual de enriquecedores para los pequeños. En este caso, veremos con diversos estudios que un padre implicado en la crianza de sus niños les aporta muchos beneficios.
1. Los bebés lloran menos y se duermen antes
Antes de que nazcan, la implicación del padre en el embarazo se relaciona con una reducción de la prematuridad y mortalidad infantil y con una disminución del tabaquismo del 36 % en las madres fumadoras.
Y una vez que ya han venido al mundo, los recién nacidos a los que sus padres les realizan el contacto piel con piel (el conocido como método canguro), se calman, lloran menos y concilian el sueño con más rapidez. Así lo corroboraron en este estudio sueco tras partos por cesárea.
Otros trabajos hablan del bebé de seis meses de vida; concluyen que si su padre se involucra en su cuidado y crianza, la madre descansa y el peque duerme más. Y en concreto, este artículo israelí confirma que una mayor participación del padre en el cuidado del bebé se relaciona con menos despertares nocturnos y mejor descanso.
2. Los pequeños aprenden más rápido
Que el hombre participe en la crianza en los primeros años de vida es positivo para el desarrollo cognitivo de los niños. Según esta investigación realizada en Reino Unido y publicada en 2017, la presencia de los padres contribuye a que sus hijos aprendan más rápido. Incluso sus resultados indican que las interacciones padre-hijo (juego libre sin juguetes o lectura), desde una edad muy temprana (los tres meses), pueden influir en ese desarrollo.
Como se demuestra en este trabajo científico, a los 2 años, los niños cuyos padres estaban más involucrados, eran más sensibles, pero menos controladores en sus interacciones, obtuvieron puntuaciones más altas en el MDI (índice de desarrollo mental). En cambio, los menores de padres que presentaban conductas más despegadas y depresivas obtuvieron una valoración más baja.
Y un dato curioso más para el desarrollo del lenguaje de los niños, que comenta Paul Raeburn en su libro ‘Do fathers matter?’ (2014): mientras que las madres adaptan la elección de sus palabras al vocabulario que conoce el niño, los padres tienen a introducir nuevas palabras cuando hablan con sus hijos.
3. Los niños potencian sus habilidades sociales y emocionales
Ya desde la guardería se nota si hay participación por parte de los padres en los juegos y el cuidado de sus hijos. Los que sí optan por esta crianza se traduce en una mayor competencia social de sus retoños con sus compañeros y una disminución de la externalización y la internalización de los problemas de comportamiento, como explican expertos de la Universidad de Ohio (EE.UU.).
Pero hasta las preferencias de los padres respecto a los juegos que hacen con sus hijos también les marcan. Tienden a ser actividades más intensas, estimulantes, duras y competitivas, juegos de contacto físico con los que los padres, según psicólogos como Ross Park e investigadores como los australianos que firman este artículo en 2012:
- les enseñan a afrontar y sobrellevar las dificultades de la vida.
- fomentan que arriesguen más y sean más independientes, atrevidos y exploradores.
- facilitan su sociabilidad a la hora de hacer amigos.
- les ayudan a controlar sus emociones.
- les muestran cuáles son sus limitaciones y hasta qué punto pueden llegar a nivel físico.
4. Los menores, más protegidos frente a problemas de salud mental y de comportamiento
Si un padre no se implica en los cuidados, juegos y comunicación con sus niños, ya se podría notar de manera negativa en la salud mental de los chavales de nueve años de edad, como recuerda la Universidad de California (EE. UU.).
En cambio, un padre comprometido no favorece en sus hijos que estos tengan comportamientos inadaptados y reduce el riesgo de conductas problemáticas, como recoge un informe destacado por la Academia Americana de Pediatría (AAP) en un artículo publicado en 2016 en Pediatrics.
5. Los adolescentes, con menor riesgo de depresión y conductas delictivas
El anterior beneficio es especialmente interesante en la adolescencia. Hay varios estudios que demuestran que la participación del padre se asocia con una disminución en la probabilidad de comportamientos de riesgo de los adolescentes, sobre todo en los chicos, y pronostica menos síntomas depresivos para ambos géneros.
Y otro meta análisis que recoge el artículo de la AAP es más concreto: se relaciona con un mayor desarrollo cognitivo, menos problemas de comportamiento en adolescentes varones, disminución de los problemas psicológicos en las adolescentes y reducción de la delincuencia y las desventajas económicas en las familias de bajo nivel socioeconómico.
En el caso de las hijas, como apuntan en esta investigación, la participación del padre tiene mucho que ver con un menor riesgo de pubertad adelantada, disminución de las relaciones sexuales precoces y reducción de comportamientos sexuales de riesgo y, por tanto, del embarazo adolescente.