Ocurre a veces que la ciencia avanza por casualidad. Así fue como se descubrió que existía un tejido adiposo pardo o marrón en el organismo de los adultos y que estaba metabólicamente activo. El hallazgo ocurrió en 2007 de manera inesperada en un hospital norteamericano, cuando un equipo de radiólogos se encontraba realizando un escáner (PET) a unos pacientes sospechosos de tener células tumorales.
Estos profesionales observaron que, cuando les inyectaban fluorodesoxiglucosa radiactiva —un fármaco que se utiliza en este procedimiento para identificar las células tumorales, que son capaces de captar hasta 1.000 veces más glucosa que las células sanas—, había un tejido que estaba quemando glucosa muy activamente. Al realizar la biopsia vieron que estaban ante grasa parda, el mismo tejido adiposo que hace a los osos estar calientes durante su hibernación y que también tienen los bebés, pero que hasta ese momento se pensaba se perdía tras la infancia.
¿Dónde se encuentra la grasa parda?
Lo que había despistado a los investigadores es que la grasa parda estaba en un lugar inesperado (en la zona del cuello, entre la clavícula y el hombro, y a lo largo de la columna vertebral), mientras que en los bebés se sitúa fundamentalmente en la espalda, aunque también alrededor de los riñones. La cascada de estudios científicos no se hizo esperar.
El descubrimiento parecía que daba la clave para acabar con la desigualdad metabólica, aquella que a algunos nos hace engordar con tan solo mirar un pastel y a otros les permite comer hasta saciarse sin aumentar ni un gramo. Pero también ponía sobre la pista a los investigadores para algún día dar con la cura de la obesidad y de enfermedades relacionadas con ella, como la diabetes tipo 2. Casi dos décadas más tarde aún están en ello, pero se han producido avances muy importantes.
¿Qué diferencia la grasa parda de la blanca?
La biología la denomina tejido adiposo blanco, aunque coloquialmente nos solemos referir a ella como grasa sin más. Si no tenemos sobrepeso, ocupa entre un 20 % y un 25 % de nuestro peso corporal y en ella almacenamos en forma de lípidos el exceso de calorías que ingerimos; es decir, la diferencia entre las calorías que entran en el organismo y las que utilizamos para nuestras funciones vitales, como el movimiento.
“Cuando ingerimos más calorías que las que gastamos y, si la diferencia es excesiva, se produce obesidad. El tejido adiposo blanco está formado por células que están prácticamente llenas de grasa. La grasa parda, por contra, es un tejido totalmente distinto cuya función es utilizar las calorías para quemarlas y producir calor corporal (termogénesis). La llamamos grasa igualmente porque las células que la contienen tienen en su interior gotas de grasa”, explica Francesc Villarroya, investigador principal del CIBEROBN y catedrático de la Facultad de Biología y del Instituto de Biomedicina de la Universidad de Barcelona.
La «estufa» del recién nacido
La grasa parda ejerce una función esencial en el recién nacido. Al nacer, es el momento en el que tenemos más grasa parda (puede representar un 5 % del peso corporal) y tiene que ver con una cuestión de supervivencia. Y es que los bebés, al ser tan pequeños, tienen mayor propensión a perder calor, y este tejido quema energía para producirlo; así les ayuda a regular la temperatura y no sufrir hipotermia.
Se mantiene alta en la infancia y hasta la adolescencia, pero después la cantidad y actividad de la grasa parda va disminuyendo con la edad. Es más, hasta su descubrimiento en 2007, se pensaba que en la adultez esa grasa se perdía por completo. “Ahora se sabe que, aunque va disminuyendo de forma gradual y distinta según la persona, no desaparece. Aunque en personas de edad avanzada, la cantidad y actividad es considerablemente baja”, detalla Villarroya.
Cuanta más grasa parda tenemos, más delgados somos
La cantidad de grasa parda varía según la persona. Pero ya tengan poca o mucha, lo que sí podemos asegurar es que todos los adultos de edad no muy avanzada tienen este tipo de grasa. Lo que ocurre es que es muy difícil saber cuánta tienen, en parte debido a cuestiones técnicas, ya que este tipo de grasa está escondida y solo aparece en las pruebas PET. “A veces puede darse el caso de observar en una prueba de imagen una ausencia total de grasa parda en una persona, pero en realidad sí que tiene, aunque muy poca, simplemente es muy complicado de detectar”, explica Villarroya.
Si descartamos las diferencias debidas a la edad (con la infancia hay más) y el sexo (las mujeres también suelen tener más), la genética y los factores ambientales también puede que tengan algo que ver en que unos adultos cuenten con más cantidad que otros. “La ciencia no puede confirmar con rotundidad la razón por la que unas personas pierden más que otras, pero lo que sí tiene claro es la relación entre tener grasa parda activa y un menor peso corporal”, indica el experto.
Un estudio publicado en New England Journal of Medicine, en 2009, ya demostraba que las personas con mayor IMC tenían menos cantidad de este tejido adiposo en el cuerpo. Recientemente, un nuevo trabajo de 2021, llevado a cabo por un equipo de la Universidad Rockefeller (Nueva York) y publicado en Nature Medicine, también confirma la incidencia de personas con obesidad y una baja, casi nula, actividad de grasa parda.
Son las conclusiones del que es el mayor estudio realizado hasta el momento en humanos, en el que, tras analizar la grasa parda de 52.000 participantes, observaron que aquellos con más grasa marrón sufrían menos problemas de hipertensión, enfermedades cardiacas y metabólicas, como la diabetes y el hígado graso.
¿Esto explicaría entonces por qué algunas personas se mantienen siempre delgadas, aunque coman de todo, y a otras les cuesta mantenerse en el mismo peso? “Las diferencias en la capacidad de quemar calorías es uno —aunque no el único— de los factores que hacen que unos individuos tengan más propensión a la obesidad que otros. La grasa parda proporciona un mecanismo que favorece la eliminación de las calorías de los alimentos y las personas que tienen este mecanismo más activo tienen menos facilidad para acumular”, matiza Villarroya.
Lo que aún se desconoce es si es la causa o el efecto de la obesidad, es decir, si esas personas tienden a engordar porque tienen menos actividad de la grasa parda, o si presentan menos tejido adiposo marrón porque padecen obesidad.
La grasa parda se activa con el frío
Cuando el tejido adiposo pardo se activa comienza a consumir glucosa y lípidos, y así evita que estos azúcares y grasas se acumulen en la grasa blanca, el que nos provoca el michelín. Se sabe que la actividad del tejido adiposo pardo se pone en marcha de manera natural con las bajas temperaturas. Prueba de ello es que minutos antes de que aquellos radiólogos norteamericanos observaran de forma tan evidente a través de la prueba de imagen cómo se coloreaban las zonas en las que estaba localizada la grasa marrón, sus pacientes habían estado esperando en una fría sala de espera.
Hay decenas de estudios que asocian una temperatura alta con una menor actividad de esta grasa, y al revés. También se ha observado un efecto estacional, con una mayor actividad y cantidad detectada de grasa parda en invierno que en verano.
Jonatan Ruiz, investigador del Departamento de Educación Física de la Universidad de Granada, comprobó con ayuda de su equipo si esto ocurría igualmente con la temperatura interna individual a la que cada uno está expuesto. Colocaron un botón térmico en la muñeca de un grupo de adultos entre 15 y 25 años que registró su temperatura durante siete días y observaron que, a mayor temperatura interna del organismo, se producía una menor cantidad y actividad del tejido pardo. Esto nos lleva a concluir que para activar la grasa parda no hace falta exponerse a temperaturas bajo cero.
Los investigadores detectaron que cuantas más horas se estuviera expuesto a una temperatura ambiental entre 10 ⁰C y 20 ⁰C, más aumentaba la cantidad del tejido adiposo pardo. Entre los 21 y 23 grados no se detectó ningún cambio, pero la grasa parda disminuía al pasar horas expuesto a una temperatura exterior elevada, entre 24 y 42 grados. Por ello, revistas científicas, como Nature o New England Journal of Medicine, recomiendan que para ayudar a nuestro organismo a estimular este tipo de grasa las temperaturas de las viviendas no superen nunca los 18 ⁰C.
¿Se puede «congelar» la obesidad?
¿Qué es lo que hace que la grasa marrón produzca calor? Cuando nuestro cuerpo siente frío se estremece en un intento por mantener la temperatura corporal de 37 ⁰C. Es entonces cuando el cerebro libera noradrenalina, que es detectada por un receptor en las células de la grasa parda y desencadena una cascada de señales bioquímicas que desembocan en la producción de una proteína llamada UCP1. Esta proteína provoca que las células de la grasa parda generen calor al quemar grandes cantidades de lípidos (grasas) y glucosa (azúcares).
A pesar de la evidencia científica y el potencial efecto del frío para activar la grasa marrón, Francesc Villarroya reconoce que el método no es muy realista, ya que acabar con la obesidad no es tan fácil como exponerse a bajas temperaturas. “Necesitaremos un fármaco que simule este mecanismo de activación natural. Estamos en el camino de encontrarlo, pero de momento, todo lo que hasta ahora se conoce para activar la grasa marrón de manera artificial tiene muchos efectos secundarios», explica el doctor.
Cómo convertir la grasa blanca en parda
La grasa blanca se puede transformar en parda y, cuando eso ocurre, se le suele llamar “grasa beige”. “Este tejido adiposo es altamente efectivo en el quemado de calorías, tanto como la parda. Está demostrado que bajo estímulos ambientales (frío) o de fármacos, los humanos podemos transformar grasa blanca en parda”, explica el Villarroya.
Por otra parte, que pequeñas cantidades de grasa parda activa se relacionen con efectos tan potentemente saludables (menor riesgo de sufrir enfermedades como la diabetes o el hígado graso) está haciendo sospechar a los científicos que quizá esta grasa haga algo más que quemar calorías. “Quizá lo haga segregando unas hormonas (batoquinas) que tendrían efectos beneficiosos en el metabolismo. Esa es una de las áreas actuales de investigación. Si encontramos cuál es la batoquina que produce la grasa parda y tiene ese efecto de protección frente a la obesidad, igual se podría usar directamente en tratamientos”, nos cuenta.
Por ello comenzó en 2014 la investigación, aún en curso, ACTIBATE (Actibating Brown Adipose Tissue Through Exercise). Se trata de un estudio de intervención basado en hacer un seguimiento en una muestra de 150 personas después de realizar meses de ejercicio controlado e individualizado al que se le somete a un PET-TAC para comprobar si ha aumentado o no la actividad y la cantidad de grasa parda. De momento no hay conclusiones, pero los datos que van surgiendo son esperanzadores.