Antes de pintar el exterior de una vivienda, se debe hacer una inspección de los daños de la fachada. El estado del revestimiento y la posible humedad de los muros influirán en el tipo de pintura y en la técnica que se empleará para su aplicación. Otros aspectos destacados son los factores climatológicos, que afectan a la fachada y ponen a prueba la calidad y elasticidad de la pintura. Cuando la fachada se expone al sol mientras se pinta, la pintura pierde sus propiedades, mientras que en días con mucho viento se secará a medida que se aplique.
Preparar la superficie
Antes de proceder a pintar la fachada de una casa, es necesario limpiarla para eliminar cualquier tipo de suciedad que impida que se fije a la superficie. Durante el proceso de limpieza, es probable que se tenga que mojar la fachada, por lo que luego habrá que esperar a que esté seca para poder pintarla.
Para esta labor, lo más recomendable es emplear una máquina de agua a presión, que ablandará las manchas y facilitará su limpieza. Puesto que con este método se moja la pared en profundidad, es necesario dejar que se seque durante, al menos, dos semanas. Es recomendable no realizar esta tarea en días de mucho calor, puesto que se acelera el proceso de secado y pueden formarse pequeñas grietas. Una vez pasado este tiempo, se reparan las posibles grietas y desconchones.
También hay que comprobar el estado de las juntas de los ladrillos. Si no están en buenas condiciones, se deben limpiar o picar con un martillo. Los restos de suciedad se pueden eliminar con un cepillo de cerdas rígidas. Si es necesario cubrir las juntas de nuevo, hay que humedecer los ladrillos para que el mortero fresco se adhiera mejor.
Si al tocar la pared quedan restos de polvo blanco en las manos, será necesario tratar la superficie con un producto de fijación. Éste se debe aplicar con moderación, ya que un exceso disminuirá la adherencia de la pintura sobre este material.
Elegir la pintura
Para aplicar las pinturas de exterior se ha de tener en cuenta la porosidad de las paredes, que determinará la selección de la pintura. Las técnicas de aplicación variarán de acuerdo a la herramienta que se use. Por lo general, es suficiente con dos capas de pintura, aunque si la superficie es muy porosa, deberán aplicarse tres capas. Es fundamental que antes de aplicar una nueva capa la anterior esté seca.
Por su resistencia a los rayos UVA, la pintura más utilizada para fachadas es la acrílica. Además, su secado es el más rápido.
Si la vivienda está en una zona lluviosa, la opción adecuada consiste en tratar las paredes exteriores con un revestimiento elástico, que puede ser incoloro para proteger la fachada sin ocultar la pintura decorativa.
En cuanto a los acabados, son posibles satinados, brillantes o mates. Este último tipo de pintura se adapta muy bien a las superficies de cemento u hormigón.
Brocha, rodillo o pistola
Cuando se aplica la pintura con brocha, conviene usar una de 10 a 15 centímetros de ancho, ya que una más grande puede resultar pesada. Si las paredes son muy porosas, hay que elegir un pincel de pelo duro. No obstante, dado el tipo y tamaño de las superficies exteriores, lo más habitual es que el uso de brochas y pinceles se limite a los ángulos de las paredes y al contorno de puertas y ventanas.
La mejor opción para pintar paredes exteriores es el uso de un rodillo de lana con un mango grueso para extender mejor la pintura. Si las paredes son porosas, esta herramienta debe tener abundante pelo. En caso de que la textura sea más liviana, bastará con un rodillo de pelo medio. Las capas de pintura deben ser más densas que las necesarias para pintar el interior de la vivienda. Para obtener un buen acabado, se debe pasar la brocha o el rodillo en trazos verticales, que se alternarán con trazos horizontales.
Para trabajos de gran envergadura, es indicado usar pistola. En superficies muy grandes y sin aberturas, se debe pulverizar en franjas horizontales.
Cuando se pintan paredes exteriores, hay que condicionar el trabajo al clima. Si el día elegido hace mucho viento, la pintura se secará a medida que se aplique y no se podrá extender bien. Cuando el sol se refleje en la fachada, la pintura perderá sus propiedades, se volverá más líquida, se secará con demasiada rapidez y se formarán pequeñas fisuras. Para evitarlo, se debe iniciar el trabajo en la superficie orientada en sentido opuesto a la salida del sol.