El cambio climático parece ser ya una realidad cada vez más incontestable. La temperatura, de acuerdo con los registros disponibles, muestra una tendencia a aumentar en las últimas décadas y se prevé que al final de este siglo los valores medios se hayan incrementado entre 1,4ºC a 5,8ºC. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cinco millones de personas enferman cada año y unas 150.000 fallecen como consecuencia directa o indirecta de la transformación que en los últimos años se está produciendo en el clima.
El calor de este verano, con las temperaturas medias en julio más elevadas de los últimos 30 años, ha causado al menos 15 muertes en España por golpe de calor. La última víctima ha sido un hombre de 61 años que ingresó en un hospital cordobés tras varios días de trabajo en el campo, al sol.
El clima afecta a la salud de muy diversas formas. Olas de calor, huracanes, inundaciones y otros fenómenos meteorológicos extremos tienen un efecto directo e inmediato sobre la mortalidad. Pero también pueden afectan de otras maneras. Sin ir más lejos, en las poblaciones que han sufrido inundaciones se ha demostrado un significativo incremento de trastornos mentales.
Por otra parte, también hay consecuencias a medio y largo plazo que no por menos evidentes resultan menos perjudiciales. Los cambios en los regímenes de lluvia conllevan inundaciones y sequías, con los consiguientes problemas de malnutrición en los países menos desarrollados. Y es que el modo en que los cambios climáticos afectan a la salud también viene modulado por el nivel socioeconómico y por las estrategias de adaptación desarrolladas.
Calor extremo
Parte del incremento de la mortalidad atribuida a las olas de calor es debida a la alteración del microclima de las ciudades
Los efectos negativos de episodios climáticos súbitos y extremos no se dejan notar sólo en los países en desarrollo. La experiencia tras la ola de calor que azotó Europa en 2003, demuestra que los países desarrollados son también muy vulnerables. Se estima que el verano de 2003 fue el más caluroso que se ha vivido en Europa desde el año 1500. En Inglaterra se documentaron 2000 muertes atribuibles a la ola de calor mientras que en España se registraron 4151 muertes más de las previstas. En Francia, donde el impacto fue aún mayor, se registraron 14.800 muertes durante las tres primeras semanas de agosto.
La mayor parte del incremento en los índices de mortalidad se produce a expensas de problemas cardiacos, cerebrovasculares y respiratorios. Las personas ancianas son las más vulnerables. Pero el cambio climático provoca además otros tipos de problemas: alergias por un incremento del polen, problemas respiratorios ligados a mayor contaminación y también variaciones en la incidencia de algunas enfermedades infecciosas.
Infecciones
La transmisión de muchos agentes infecciosos es sensible a las condiciones climáticas, sobre todo, la de aquellos que desarrollan parte de su ciclo vital fuera del cuerpo humano. Protozoos, virus y bacterias recurren con frecuencia a la ayuda de garrapatas, mosquitos u otros insectos para transmitir a los humanos diferentes infecciones. La supervivencia y la tasa de reproducción de estos vectores de transmisión se ven afectadas por las variaciones en la temperatura y en las lluvias, por lo que el cambio climático puede alterar la incidencia de enfermedades como la malaria, el dengue y algunas diarreas.
Cada vez hay más estudios que demuestran la relación entre los cambios climáticos y la incidencia de algunas enfermedades infecciosas. En el norte de Europa se ha detectado un incremento de casos de encefalitis, aunque todavía no queda claro si factores demográficos y socioeconómicos también han podido influir. Por otra parte, hay constancia de la relación entre el fenómeno de El Niño, un calentamiento anómalo a gran escala de las aguas del océano Pacífico que se repite de forma periódica, y el incremento de la incidencia de malaria en Sudamérica, el dengue en Tailandia, el síndrome pulmonar por hantavirus en el suroeste de Estados Unidos, las diarreas infantiles en Perú y el cólera en Bangla-Desh.
Una de las enfermedades infecciosas susceptibles de sufrir variaciones es la malaria. De hecho, se considera que el cambio climático puede afectar al ciclo vital del mosquito Anopheles, transmisor del plasmodium, parásito que causa la enfermedad.
Es probable que la malaria reduzca su incidencia en áreas en las que disminuyan las precipitaciones, como en la zona cercana al Amazonas y en América Central, mientras que en el África subsahariana, actualmente una de las zonas más afectadas, estudios sobre la distribución de la enfermedad sugieren que el cambio climático puede provocar un incremento entre un 5% y un 7% en los casos.
En las tres primeras semanas de agosto de 2003 la mortalidad en París aumentó en un 140%. Durante esos días se alcanzaron los 39,8ºC durante el día y la temperatura nocturna récord fue de 25,5ºC. La ola de calor afectó a todo el país pero en las ciudades el problema fue grave ya que en muchas de ellas se registraron temperaturas superiores a los 40ºC.
En las ciudades la temperatura aumenta todavía más debido al llamado efecto isla. Una menor vegetación, una mayor evaporación originada por los aires acondicionados y superficies oscuras como el asfalto o los tejados, incrementan la temperatura del aire circulante. El incremento en la humedad también contribuye a empeorar los efectos del calor a los que, además, se suman los de la polución, ya que las temperaturas elevadas provocan un aumento de contaminación que contribuye a la mortalidad.
El crecimiento urbano y las actividades propias de una sociedad de servicios han impulsado un espectacular aumento del transporte que, tras el alejamiento de las industrias de los centros urbanos y la sustitución de las antiguas calefacciones de carbón, han pasado a convertirse en la principal fuente contaminante, responsable del 85% de las emisiones que tienen lugar en las grande urbes. Con el tráfico masivo han aparecido nuevos contaminantes procedentes de la combustión de los motores, entre los que figuran algunos compuestos orgánicos y fotoquímicos, de los que el ozono es el más representativo.
Esta es la paradoja del ozono, un gas imprescindible para la vida del planeta, ya que su presencia en las capas altas de la atmósfera ejerce un efecto escudo que protege de las radiaciones solares pero que, cuando se encuentra en concentraciones elevadas en el aire que respiramos, se convierte en un peligroso contaminante que resulta perjudicial para la salud, causando problemas respiratorios. El incremento de temperatura dispara los niveles de ozono. En algunas ciudades, cuando los niveles de este gas suben por encima de lo tolerable, se intenta reducir las emisiones limitando el tráfico y animando a la población a dejar sus vehículos estacionados y a utilizar el transporte público.