Un factor que está contribuyendo al incremento de la obesidad es la transmisión del sobrepeso de madres a hijos. Que padres con sobrepeso tengan bebés con sobrepeso parece caer dentro de una lógica natural. Sin embargo, si se excluyen factores ambientales, hay otros aspectos que no acaban de estar claros.
La evolución del sobrepeso infantil en EEUU tiene una línea creciente: si la prevalencia era, en los años 80, de un 6,3%, en 2001 se ha incrementado hasta un 10%. Los datos los aporta un grupo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard (EEUU). Durante más de 20 años, desde 1980 hasta finales de 2001, los investigadores, dirigidos por Matt Gillman, han controlado el crecimiento y el peso de 120.680 niños de familias de clase media, desde su nacimiento y hasta los seis años. E
Entre los resultados, que se acaban de publicar en la revista «Obesity», destacan no sólo el ya citado aumento de la prevalencia del sobrepeso sino también el aumento del riesgo de obesidad, que ha subido del 11,1% hasta el 14,4%. Estos incrementos, dice el trabajo, «son evidentes entre todos los grupos de niños, incluyendo a los menores de seis meses».
Una madre que gana peso durante el embarazo, explica Gillman en la revista, «predispone a que su hijo tenga sobrepeso a lo largo de su vida». En casos extremos, si la madre gana un peso excesivo puede sufrir lo que se denomina diabetes gestacional. Algunos experimentos en roedores han mostrado que este trastorno incrementa los niveles de insulina, los cuales a su vez al actuar sobre el hipotálamo aumentan el apetito. En otros casos, los progenitores pueden estar transmitiendo al bebé una predisposición al sobrepeso a través de una expresión alterada del ADN, aunque no está claro cómo.
La dieta y el ADN del bebé
El factor que más parece estar contribuyendo al aumento de la obesidad infantil es la alimentación con fórmulas infantiles enriquecidas
Entre las diferentes hipótesis planteadas, una que llama la atención es la que dice que los suplementos de ácido fólico podrían tener alguna actividad sobre algún gen relacionado con la obesidad. La idea fue lanzada, con todas las precauciones, por investigadores del Baylor College de Medicine de Houston (EEUU) durante el encuentro de la Organización Genoma Humano recién celebrado el pasado junio en Helsinki (Finlandia). Según explicó Rob Waterland, del Baylor College, el ácido fólico, al igual que la vitamina B12, forma parte de un grupo de compuestos conocidos por añadir «grupos de metilo al ADN, lo que afecta a la actividad de los genes».
En otras investigaciones se había observado que este proceso podía servir para activar o desactivar genes en ratones. Lo que el equipo de Waterland halló de forma inesperada es que esos suplementos también generan obesidad en las generaciones siguientes de ratones.
Para confirmar los experimentos, el equipo de Waterland trabajó con diferentes grupos de ratones, modificados genéticamente y sin modificar. Alimentaron a las ratas gestantes con suplementos de acido fólico, vitamina B12, betaína y colina. En todos los casos, las crías de ratón cuyas madres recibieron suplementos eran obesas. Volvieron a repetir el experimento con las siguientes generaciones, y los ratones tenían cada vez mayor peso. Los suplementos de vitaminas no afectan al peso de la descendencia, al menos que se sepa, así que lo más probable es que se trate de «la metilación de algún gen desconocido hasta ahora». Lo que sugieren los investigadores es que el ácido fólico o un compuesto de su análogo podrían estar activando o desactivando algún gen de la descendencia que tiene relación con esa obesidad.
El trabajo del equipo de Houston aporta una nueva visión sobre cómo la nutrición de la madre puede afectar al feto. También puede preocupar porque la cantidad de suplemento dada a las ratas es equivalente a la que se recomienda a las madres embarazadas para prevenir el riesgo de espina bífida en los bebés. Sin embargo, aún es prematuro, decía Waterland en su presentación. No es una demostración de que sea necesariamente el ácido fólico, ya que los suplementos incluían varios compuestos y, por otro lado, el experimento sólo se había realizado sobre ratones.
No es la primera vez que se hallan efectos del ácido fólico. El año pasado, unos investigadores de la Universidad de Newcastle en Australia y de la Universidad de Leeds, en Reino Unido, explicaban en un trabajo en la revista Nature Reviews Genetics que el ácido fólico dado a ratas gestantes hacía más probable que su descendencia presentara un gen, el 677T MTHFR. El inconveniente del gen era que sus portadores serían, en principio, más susceptibles a algunas formas de cáncer y a trastornos cardiovasculares. ¿Podría suceder lo mismo en humanos? La idea fue acogida con precaución y, además, en el apartado de méritos del ácido fólico está sin duda la disminución evidente de la incidencia de espina bífida.
La influencia de la leche materna
El factor que más claramente parece estar contribuyendo al aumento de la obesidad infantil es la alimentación con fórmulas infantiles enriquecidas. Los bebés alimentados con leche materna suelen engordar más lentamente que los alimentados con biberón. Eso se explica en parte porque durante los primeros meses, la leche materna provee los factores inmunitarios y no es hasta más tarde que la leche incorpora más grasa. En cambio, las fórmulas infantiles tienen siempre la misma cantidad de grasa.
Por otro lado, las leches enriquecidas contribuyen a que los niños crezcan más y más deprisa, y con más sobrepeso. El trabajo publicado en «Obesity» recuerda que parte del aumento del sobrepeso infantil se debe precisamente a estas leches. Pero la tasa de niños que son alimentados con leche materna ha aumentado, recuerdan los expertos. ¿No deberían verse sus efectos en un menor sobrepeso? Es posible, dice Gillman, el investigador principal del trabajo, «que se necesite más tiempo para que la lactancia materna contrarreste la tendencia creciente del sobrepeso».
Además, muchos bebés, al crecer, acaban perdiendo el sobrepeso, así que no es el fin del mundo si el niño está un poco regordete. Pero los niños con sobrepeso, advierte Gillman, «tienen más probabilidad de ser adultos con sobrepeso, especialmente si su apetito se ha ‘programado’ a diferentes niveles» y tienen también «más predisposición a sufrir trastornos crónicos como presión alta y diabetes».
En el mes de abril, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer el nuevo patrón de crecimiento infantil, con datos y orientación sobre la manera en que cada niño en el mundo debería crecer. El patrón está basado en un estudio multicéntrico que la OMS inició en 1997 y para el cual se siguió el crecimiento de 8.000 niños de Brasil, de EEUU, Ghana, India, Noruega y Omán, que fueron alimentados con leche materna. Esto significa rebajar de forma significativa los antiguos pesos de referencia, ya que los niños alimentados con leche materna tienden a crecer más lentamente que los alimentados con formulas infantiles.
Para muchos especialistas es una buena noticia. Así lo manifestaba June Petty, de la fundación británica National Childbirth Trust, al servicio de noticias Nature News. «Muchas madres sufren estrés al creer que sus hijos no ganan peso en las primeras semanas de amamantarlos cuando comparan su peso con las antiguas gráficas basadas en el crecimiento de bebés alimentados con biberón». El uso extendido de fórmulas infantiles y la obsesión por el crecimiento de los recién nacidos puede haber contribuido a la extensión de la obesidad infantil.
Desde hace un tiempo la OMS recomienda la lactancia materna como fuente óptima de nutrición en la primera infancia. El nuevo patrón, explica la OMS, sirve para poder determinar «cuándo se satisface o no las necesidades de nutrición y detectar la subnutrición, el sobrepeso, la obesidad y otras condiciones relacionadas con el crecimiento de una forma temprana».