Puede parecer obvio que una madre obesa dé a luz un hijo obeso. Pero los mecanismos que llevan a ese punto y que condicionan que cada vez nazcan más bebés obesos no lo son en absoluto. Y menos aún sus consecuencias. Además de sobrepeso u obesidad, los investigadores hablan ya de diabetes gestacional o de la influencia del tabaquismo en el peso del recién nacido.
De no hacer nada, que la actual tasa de obesidad de Estados Unidos ascienda al cien por cien, que no quedara ningún ciudadano estadounidense con talla normal, podría ser sólo cuestión de unas pocas décadas. Lo malo es que nadie es obeso por voluntad propia ni nadie puede ser privado del derecho a la reproducción. Y hoy ya nadie pone en duda que un embarazoso conjunto de malos hábitos culturalmente asimilados y leyes biológicas incontestables coloca a la obesidad en el candelero de la peor epidemia del siglo XXI.
Un equipo de científicos de la Universidad de Harvard (Boston, Massachusetts), dirigido por Matt Gillman, ha investigado a 120.000 recién nacidos durante seis meses y ha certificado que la proporción de bebés obesos en el país es un 60% más elevada que hace dos décadas. «En la actualidad, el 14% de los bebés nacidos en EEUU se ven abocados a la obesidad con independencia de los factores ambientales o educativos que hasta hoy día se tenían por principal desencadenante del problema», señalan los investigadores.
Para Gillman, la etapa del embarazo es crucial a la hora de predisponer una obesidad desde el parto. «Debemos convencer a las madres que los quilos de más ganados durante el embarazo, los que escapan al desarrollo normal del feto, van a predisponer la obesidad del hijo o de la hija de buen principio», asegura el experto, primer firmante de un artículo sobre esta cuestión que aparece en el último número de la revista Obesity.
Las madres también
La proporción de bebés obesos en Estados Unidos es un 60% mayor que dos décadas atrás
Se considera que la madre esta obesa cuando al iniciar su embarazo su índice de masa corporal se encuentra por encima de 25. Existen, por otra parte, una serie de factores que influyen de manera sobresaliente en la ganancia de peso durante el embarazo: el peso de la madre en el momento de quedar embarazada, factores genéticos, una reducción brusca de la actividad física, excesivo consumo de calorías, peso del feto, tamaño de la placenta, volumen de líquido amniótico y retención de líquidos por parte de la madre.
La mujer obesa tiene una predisposición a padecer hipertensión arterial durante el embarazo; además, el exceso de grasa corporal hace mucho más difícil la correcta visualización del feto mediante ultrasonografía, dificulta la amniocentesis diagnóstica, complica la elección de la técnica anestésica, aumenta el riesgo de complicaciones quirúrgicas, multiplica el riego de infecciones por herida y subyuga el tratamiento antibiótico de las infecciones urinarias por vía ascendente.
En el trabajo llevado a cabo en la Universidad de Harvard se subraya que la ganancia de un peso excesivo durante el embarazo también puede dar lugar a una diabetes gestacional de la madre. Estudios paralelos de este trastorno en ratas de laboratorio han demostrado que la diabetes gestacional ocasiona que los niveles de insulina de las ratas recién nacidas sean patológicamente elevados, circunstancia ésta que activa un apetito salvaje en los animales por medio de un estímulo hipotalámico que les lleva a comer sin control.
Los científicos tienen motivos para pensar que algo así puede suceder también en humanos. De forma un tanto más sutil, la obesidad tanto del padre como de la madre condiciona la información acumulada en el ADN del bebé resultante, con secuencias alteradas que pueden predisponer a una «obesidad genética». Sin embargo, nada hay probado en este sentido. Los expertos, en este caso, andan todavía muy confusos.
La lactancia como factor de protección
Pocas parecen las circunstancias capaces de poner freno a una avalancha de obesidades, pero algunas hay. Se ha demostrado que los bebés recién nacidos alimentados con leche materna ganan menos peso que los alimentados con lactancia artificial. En parte, debido a que la composición es distinta.
En los días iniciales tras el parto el bebé se nutre sobre todo de calostro, una sustancia que contiene gran cantidad de factores inmunes y poco alimento, mientras que la leche grasa aparece en días posteriores. En cambio, la proporción nutritiva de las leches maternizadas se mantiene siempre constante, variando sólo la cantidad consumida.
Pero hay un factor conductual todavía más interesante: los bebés alimentados a pecho ejercen un control mayor sobre la comida que los alimentados de manera artificial. Tim Cole, del Instituto de Salud Infantil de Londres, Reino Unido, asegura que «el bebé alimentado de manera artificial aprende de inmediato que la cantidad a ingerir no es la que le pide el cuerpo sino la que los adultos predeterminan, por lo que un importantísimo mecanismo de control del apetito queda de este modo desprogramado».
En Australia, un equipo de científicos ha dado con una causa insospechada de obesidad relacionada con el embarazo: el hábito tabáquico. Un artículo publicado este mismo mes en la revista “American Journal of Epidemiology”, firmado por Abdullah Al Mamun, de la Universidad de Queensland, sentencia que fumar durante el embarazo aumenta el riesgo de que los hijos crezcan con una predisposición a la obesidad en la adolescencia. En el estudio, los adolescentes de 14 años cuyas madres habían fumado durante el embarazo fueron más propensos a padecer sobrepeso u obesidad que los hijos de mujeres no fumadoras. La relación hallada fue independiente de factores como el nivel económico familiar, el nivel educativo de las madres, la dieta y la actividad física de los hijos.
Al Mamun concluye que el tabaquismo prenatal materno ejerce un «efecto directo» en el peso futuro de los hijos. De acuerdo con su estudio, en el que se consideraron más de 3.000 mujeres, más de un tercio de las madres había fumado en el embarazo y sus hijos de estas mujeres tuvieron menos oportunidades de ser amamantados, tendieron a tener una dieta menos saludable en la infancia y a mirar más televisión que los chicos de las madres que no habían fumado durante el embarazo. Más aún, los adolescentes expuestos al tabaquismo prenatal fueron un 30% más propensos a padecer sobrepeso u obesidad.
«Dada la gran cantidad de sustancias químicas presentes en el humo del tabaco, resultaría complicado explicar por qué la exposición prenatal tendría efectos a largo plazo sobre el peso de los hijos», señalan los autores. «Es conocido, en cambio, que fumar durante el embarazo puede provocar que los bebés presenten bajo peso al nacer, lo que pudiera causar un crecimiento acelerado de recuperación durante la infancia», añaden. Semejante recuperación ejercería entonces efectos metabólicos que favorecerían la tendencia a sumar quilos de más. Los investigadores también especulan con que la nicotina pueda interferir en el desarrollo del cerebro fetal hasta el punto de influir en el control del apetito de por vida.