Obsesión por la calidad de la comida
El término ortorexia nerviosa es de aparición relativamente reciente. Lo acuña a principios de los años 2000 el médico Steven Bratman. En su libro ‘Health Food Junkies‘ (‘Los yonquis de la comida sana’) repasa algunas de las tendencias en nutrición más de moda en aquella época, como la dieta crudivegana o la ovolactovegetariana.
Bratman definió la ortorexia como una fijación por la comida sana que lleva a quienes la padecen a obsesionarse por comer saludable hasta el punto de evitar de forma inflexible aquellos alimentos que ellos mismos consideren poco sanos. Y esta es la clave: cada persona define bajo su perspectiva qué es saludable y qué alimentos (o nutrientes concretos) decide excluir. Incluso desarrolla creencias irreales asociadas a la comida.
Este tipo de perfil es con el que se están encontrando nutricionistas y psicólogos a diario en sus consultas. Sus pacientes reconocen que se alimentan exclusivamente de productos principalmente orgánicos, ecológicos y con determinadas exigencias de higiene y elaboración. Suelen excluir todos los ultraprocesados, los alimentos no cocinados en su casa e, incluso, todo aquello que no procede de su huerto o granja por temor a morir “envenenados” por los pesticidas, metales pesados o cualquier otro elemento que considere peligroso.
Las personas que sufren este trastorno presentan algunos rasgos de personalidad similares a las personas que padecen anorexia. “La diferencia principal es que su foco no está en la cantidad de alimento, sino en su calidad. Además, no suelen estar obsesionados con el peso, ni tampoco presentan una distorsión de su aspecto físico”, señala la psicóloga María Rojas Marcos, especializada en trastornos de la conducta alimentaria (TCA).
¿Cómo se diagnostica la ortorexia?
Pese a que muchos psicólogos y nutricionistas hablan abiertamente de la ortorexia, el ‘Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales‘ (DSM-5), la guía oficial que determina qué es y qué no es un trastorno de índole psicológico, sigue sin reconocer la ortorexia como un trastorno de la conducta alimentaria. Ni siquiera en su quinta edición, la más reciente, aparecida en 2016. El principal escollo es la falta de un baremo único y globalmente aceptado por toda la comunidad científica.
Inicialmente, Bratman estableció un cuestionario con 10 puntos para determinar la existencia de ortorexia nerviosa, como dedicar más de tres horas a pensar en los alimentos y la forma de cocinarlos, sentirse superiores a aquellos cuyos hábitos alimenticios no son como los suyos o seguir de forma estricta su dieta y restringir de forma férrea ciertos alimentos.
Poco después, un grupo de psicólogos italianos desarrollaba otro cuestionario con 15 puntos que, hasta la fecha, sigue siendo la herramienta más utilizada para determinar si hay o no ortorexia nerviosa, el ORTO-15.
Sin embargo, no hay unanimidad entre la comunidad de psicólogos. Existen versiones resumidas, como el ORTO-11, el Eating Habits Questionnaire (cuestionario de hábitos alimenticios) y otros instrumentos de diagnóstico, como la Escala Teruel, diseñada en la Universidad de Zaragoza por los profesores Juan Ramón Barrada y María Roncero. Este cuestionario incide, sobre todo, en las consecuencias emocionales patológicas, como si la comida genera insatisfacción, ansiedad, estrés y el nivel de rigidez a cambiar de hábitos alimenticios.
No obstante, los investigadores españoles concluyen que hace falta más rigor a la hora de definir los instrumentos de medición y reconocen que en las muestras poblacionales que aceptan realizar los tests hay un claro predominio de mujeres. Este dato, frecuentemente pasado por alto, podría conducir al error de creer que la ortorexia nerviosa se da más entre las chicas sin ser así.
Influencia de Instagram en la dieta
Nuestra sociedad da un peso enorme a la imagen, más si cabe hoy en día con el uso y abuso que hacemos de las redes sociales. No solo hay que tener buen aspecto. Hay que comer saludable y, además, hacer que sea bonito.
En concreto, Instagram, por su enorme impacto visual y la proliferación de perfiles llenos de fotos de alimentos de aspecto inmaculado, puede tener, según los expertos, parte de responsabilidad en el crecimiento de la incidencia de los casos de ortorexia nerviosa. Así lo señala un estudio de la Universidad de Londres de 2017 entre 680 jóvenes seguidores de perfiles relacionados con la alimentación.
Según esta investigación, cuanto más tiempo pasan en esta red social navegando por ese tipo de contenidos, mayor es el porcentaje de usuarios con signos de ortorexia nerviosa según el cuestionario ORTO-15. En cambio, en Twitter, al tratarse de una red basada fundamentalmente en palabras y no en imágenes, la relación era muy pequeña. La prevalencia de ortorexia nerviosa entre la población del estudio fue del 49 %, significativamente más alta que entre la población general (<1 %).
El perfil de quienes sufren ortorexia
Al igual que sucede en otros trastornos de la conducta alimentaria, en la ortorexia nerviosa suelen confluir varios factores. Al ser un trastorno muy reciente y no estar aún tipificado de forma clara y universal, es difícil saber con exactitud el número de personas afectadas.
Pese a no haber estudios epidemiológicos concluyentes, suelen repetirse ciertas características, como una tendencia perfeccionista, ciertos rasgos obsesivos o personas obligadas a mantener su peso corporal bajo control y a comer de manera saludable, como modelos, actores o deportistas. “En otras ocasiones, el origen está en una dieta prescrita en un momento puntual para atajar alguna dolencia que requiera un determinado manejo nutricional. Otras veces, simplemente surge del deseo de llevar una dieta más saludable”, explica la doctora Iria Rodríguez, especialista en Endocrinología y Nutrición.
Al no estar relacionado ni con una pérdida de peso ni con un índice de masa corporal determinado, no resulta fácil distinguir cuándo hay un problema. De hecho, desde fuera pueden pasar por personas que se cuidan mucho y que tienen una gran fuerza de voluntad para no caer ante las tentaciones de algunos alimentos.
Por dentro, la situación es muy distinta. “Se acompaña de una rigidez e inflexibilidad en la dieta que acaba llevando a un deterioro psicológico, generando ansiedad o estrés. Puede llegar a afectar al comportamiento social, evitando, por ejemplo, comer fuera de casa”, advierte la doctora Rodríguez.
Esta estricta restricción de determinados alimentos puede llegar a desencadenar otras patologías, como déficits de vitaminas y minerales, alteraciones menstruales, osteoporosis e incluso desnutrición y bajo peso. En muchas ocasiones, estos síntomas son las señales de alarma que llevan a la persona a buscar ayuda profesional; en especial, la del dietista-nutricionista y del psicólogo.
Cómo se trata la ortorexia
Pero ¿cómo se enseña a comer bien a alguien convencido de que lo hace a la perfección? El dietista Pablo Ojeda, miembro de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), señala que lo primero que trabaja con este tipo de pacientes es su visión de la comida en términos de bueno o malo. “Es frecuente encontrarse con una persona absolutamente inflexible que solo come filetes a la plancha y ensaladas o solo alimentos bio, orgánicos o poco procesados. En esto ha tenido que ver mucho el realfood. Como concepto está muy bien, pero llevado al extremo es un movimiento muy peligroso, porque convierte la comida en una obsesión”, explica Ojeda.
Insiste en la importancia de priorizar los alimentos frescos, de cocinar rico y variado en casa, pero sin perder de vista el componente de disfrute de la comida y la importancia de las interacciones sociales. “Trabajamos el concepto de frecuencia. Habrá alimentos frecuentes que aportan mucho en términos nutricionales y que deben estar presentes el 80 % – 85 % del tiempo”, apunta Ojeda. Ahí están la fruta y las verduras, pero también unas lentejas estofadas o un pollo asado.
“Queda un 15 % para esos alimentos más superfluos, pero que bien colocados en el contexto general de nuestra alimentación nos permiten un equilibrio emocional y una vida social normal. No olvidemos que en nuestra cultura comer también es un almuerzo en familia o una pizza con los amigos”, señala el nutricionista.
Algo que empieza bien y acaba mal
En la última década ha aumentado el interés por un estilo de vida saludable. Ya no se trata solo de evitar la obesidad. Hay que afinar en la alimentación, para sentirse bien y ganar en salud, aunque a veces se hace desde visiones extremas y excluyentes. Abrieron brecha famosas como Miranda Kerr, Jessica Alba o Gwyneth Paltrow. Todas tienen un punto en común: siguen dietas aparentemente saludables en las que se excluye algún grupo de alimentos, ya sean lácteos, cereales, azúcares o los de origen animal.
Estos mensajes excluyentes calan especialmente entre la población más joven. “Un reciente estudio de la Universidad de Pisa (Italia) evidenció que más de la mitad de los jóvenes analizados corrían riesgo de desarrollar este tipo de conductas obsesivas con la comida sana”, señala la psicóloga Rojas Marcos.
Los padres o compañeros de piso son los primeros en detectar que algo no va bien cuando se excusan para no compartir mesa o comida con el resto de la familia, cuando se cocinan sus propios platos o renuncian a salir porque tienen que hacer la compra y cocinar. “A una dieta cada vez más restrictiva se le suman los sentimientos de culpabilidad cuando no cumplen con su objetivo. Poco a poco se van obsesionando, evitan reuniones sociales para no tener que dar explicaciones por no comer y se acaban aislando”, declara esta psicóloga.
Ese excesivo autocontrol provoca mucho estrés. A corto plazo surgen cambios de humor e irritabilidad. Con el tiempo, pueden convertirse en ansiedad o depresión. “Además, suelen desarrollar un distorsionado concepto de la valía en función de si cumplen o no sus propias normas”, apunta. Su autoestima se vuelve frágil y su obsesión aumenta para cumplir esas pautas que ellos se autoimponen. Sus interacciones personales acaban limitándose y muchas acaban aisladas de su entorno. En algunos casos, se puede llegar a dar la paradoja de que sus perfiles sociales pueden llegar a tener miles de seguidores que admiran y jalean su pretendida dieta saludable.
Aprender a relacionarse con la comida
Desde la perspectiva de estas personas, acudir a la consulta del profesional, ya sea nutricionista o psicólogo, supone cierta derrota. Incluso, una capitulación ante las presiones de su entorno más inmediato, como padres, entrenadores o amigos. “Son ellos los que les hacen ver que su rigidez con la comida les supone un obstáculo para socializar. No pueden ir a comer a muchos sitios, se sienten juzgados o poco entendidos. Esto aumenta los conflictos con las personas con las que conviven”, relata Rojas Marcos.
Cuando ceden y aceptan visitar a un psicólogo, lo hacen en busca de herramientas para relajar el conflicto, no porque crean que tienen un problema. La psicóloga Rojas Marcos insiste en que “de la ortorexia se sale, pero es más difícil de detectar y prevenir que otros trastornos de la conducta alimentaria”. Al no estar tipificado como trastorno y no haber un único protocolo para abordar la ortorexia nerviosa, no hay forma de saber ni la tasa de curación ni cuánto tiempo se tarda de promedio. Cada psicólogo o cada nutricionista aplica las técnicas que cree más oportunas ante cada caso.
“El objetivo es lograr un cambio de hábitos y de perspectiva ante la alimentación. Por eso hay que trabajar desde el principio con el paciente y ayudarlo a conseguir una dieta equilibrada, con hábitos realmente saludables, sin extremos ni obsesión, promoviendo su flexibilidad, provocando un cambio de actitud que le permita tomar conciencia de lo que es realmente importante para su bienestar y beneficioso para tener un buen equilibrio físico y mental”, aclara la psicóloga.
María Rojas Marcos recalca la importancia de trabajar en conjunto con un especialista en nutrición. “El paciente necesita un referente que le dé argumentos sólidos y bien basados para reintroducir en el menú progresivamente los alimentos eliminados”, explica.
Iria Rodríguez coincide en que este trastorno tiene solución y añade la necesidad de trabajar en la prevención. “Se combate con una educación nutricional desde fuentes fiables, evitando esas informaciones tan poco rigurosas que hoy en día se difunden a través de las redes sociales”, concluye. Porque en la era de la información la salud depende más que nunca de saber encontrar las fuentes adecuadas para no creer falsas verdades.