La vuelta a casa tras una estancia en el hospital representa el comienzo de la convalecencia. Es un momento importante en el que ya se han superado las etapas más críticas y se está preparado para regresar al escenario de la vida habitual. La recuperación física, tras el estrés sufrido por el organismo en caso de intervención quirúrgica, es fundamental. Uno de los motores principales del restablecimiento es la dieta. Además, el hecho de tener que seguir unas pautas equilibradas puede ser el inicio de un replanteamiento hacia unos mejores hábitos alimentarios.
La dieta de adaptación en el postoperatorio
En el periodo inmediato a una intervención quirúrgica más o menos importante, desde el hospital se prescribe una dieta progresiva tanto en tipo de alimentos como en textura, forma de cocinado y condimentación. Esta dieta se va adaptando a las diferentes fases fisiológicas por las que pasa el organismo, sobre todo el aparato digestivo, tras el quirófano.
Entre el primero y el quinto día, dependiendo del tipo de operación y del estado nutricional inicial de la persona, el paciente recibe sueroterapia, mediante la cual el organismo recibe sólo agua y electrolitos de forma intravenosa. Si esta situación se dilata, cabría la necesidad de plantearse la nutrición enteral o parenteral, que se administra mediante sondas que llegan a la cavidad gástrica o intestino o por vía endovenosa, respectivamente. Este tipo de alimentación incluye en su composición, a diferencia de la sueroterapia, carbohidratos, proteínas, vitaminas y oligoelementos entre otros componentes.
A partir del momento en el que vuelve el peristaltismo o movimiento gastrointestinal y el aparato digestivo va recuperando su actividad, se comienza con una dieta líquida que incluye básicamente infusiones, caldos desgrasados y zumos de frutas suaves y poco ácidos. Es la primera prueba para comprobar la tolerancia del organismo a los alimentos y representa el primer aporte de energía para la recuperación.
Cuando el aparato digestivo recupera su actividad se comienza una dieta líquida que funciona como primera prueba para comprobar la tolerancia del organismo a los alimentos
Poco a poco irán apareciendo, en la bandeja de las comidas, alimentos de muy fácil digestión y texturas fluidas como los yogures, las galletas, las sémolas y también pequeñas cantidades de jamón de york, fiambre de pavo o huevo pasado por agua o en tortilla. Estos productos aportan las proteínas, nutrientes tan necesarios en éste período de recuperación y regeneración tisular.
Si el postoperatorio no ha tenido mayores complicaciones, en pocos días se llega a la etapa en la que una dieta suave de texturas y de fácil digestión es la mejor ayuda para la recuperación, unos días en el hospital y posteriormente en casa.
Cuándo, cómo y qué comer en la convalecencia
Tras la estancia en la clínica o en el hospital, donde la alimentación se ha planteado y ha sido dirigida por profesionales, una vez dada el alta se suele dar un vacío de información en este sentido. Muchas personas coleccionan los menús que les han ido sirviendo durante su ingreso con el objetivo de confeccionar posteriormente un esquema alimentario parecido, dado que lo habitual es que no se facilite al paciente ningún protocolo dietético tras el alta hospitalaria.
La alimentación durante la convalecencia debe ser variada y equilibrada pero con matices. No es conveniente, por ejemplo, tener prisa en volver a comer como antes. Es un buen momento para reflexionar y tomar conciencia de que la acción de comer, que tiene lugar cuatro o cinco veces al día y cuya finalidad es alimentar la vida, merece todo el cuidado y dedicación. Una dieta suave de fácil digestión es el vehículo ideal para obtener la energía y los nutrientes que el organismo utilizará para la vuelta a la normalidad.
La alimentación en la convalecencia es un buen momento para tomar conciencia de la importancia de comer y plantear nuevos hábitos alimentarios saludables
Cuándo comer: Una de las herramientas dietéticas más importantes es la distribución diaria de las comidas. Lo ideal es repartir la dieta en tomas frecuentes y de poco volumen, cada 2-3 horas aproximadamente. Hacer unas cinco o seis ingestas al día es uno de los métodos más efectivos para equilibrar los niveles de azúcar y grasas en la sangre. Además se ofrece al organismo una disciplina y una seguridad de aporte energético frecuente.
Conviene establecer los horarios de comidas de acuerdo a la toma de la medicación prescrita según la intervención, ya que hay alimentos que interaccionan con determinados fármacos, potenciando o inhibiendo su acción farmacológica.
Cómo comer: Alimentarse poco a poco, masticando y disfrutando del sabor de los platos, facilita la digestión y da tiempo a que se pongan en marcha los mecanismos de saciedad en el cerebro.
Qué comer (ver menú recomendado):Se recomiendan preferentemente alimentos de texturas blandas, poco grasos y con poca fibra. Las cantidades serán moderadas y se adaptarán a la tolerancia individual. Puede emplearse como medida los platos de una vajilla de uso diario.
Las técnicas culinarias más aconsejadas son el cocido o hervido, la cocción al vapor o al horno, el papillote y la plancha. Se dejará que los guisos, los estofados y los fritos vayan apareciendo gradualmente a medida que sea más palpable la recuperación. La temperatura del plato es muy importante. Debe ser la que corresponda gastronómicamente a la preparación, pero evitando los extremos y las comidas muy frías o muy calientes, ya que pueden ocasionar molestias digestivas.
En la cocina, la condimentación es el detalle que convierte en sabrosos los platos sencillos. La mejorana, el romero, el tomillo y la albahaca, por ejemplo, son hierbas suaves y aromáticas que se pueden emplear con este fin. Por otro lado, es conveniente evitar la pimienta de todas clases, el chile, los condimentos ácidos como el vinagre y los alcoholes de uso en cocina. La sal de adicción también es poco recomendable. Por eso también conviene evitar los encurtidos, salazones, escabeches, ahumados y productos desecados, por su contenido muy alto en sodio.
En el curso de la recuperación postoperatoria pueden surgir complicaciones que obligan a efectuar cambios en la dieta de la persona convaleciente, aparte de otras medidas necesarias para su tratamiento.
Vómitos: se debe suspender la alimentación hasta su desaparición. Es muy importante la rehidratación con bebidas isotónicas o sueros orales. En los días siguientes a la desaparición del vómito, conviene tomar los líquidos fuera de las comidas principales, una hora antes o después. Las infusiones de manzanilla son un buen aliado para la hidratación.
Fiebre: en este caso está indicado aumentar el aporte de agua y sodio, siempre según prescripción médica. La fiebre aparece cuando hay infección. En este caso, el aumento de la temperatura corporal provoca una vasodilatación periférica que conlleva una transpiración excesiva y el aumento del ritmo respiratorio. Con la sudoración, se da una pérdida importante de agua y electrolitos (minerales disueltos) que podría desembocar en una deshidratación.