Un estudio del gobierno inglés vuelve a poner de manifiesto el crecimiento de las tasas de obesidad. El trabajo también señala el aumento de las cifras de obesidad en el resto de países de Europa. Las soluciones a largo plazo que plantea el Reino Unido tras el estudio integran a todos los sectores relacionados con la alimentación. La obesidad no se da de forma aislada, sino que ya es un problema a nivel mundial, que interrelaciona muchos factores y cuyo aumento se debe, en parte, al ambiente de obesidad generalizada en el que vivimos.
La obesidad en el Reino Unido aumenta. De continuar con la tendencia actual, en el año 2050, el 60% de los hombres, el 50% de las mujeres y el 25% de los niños británicos serán obesos. Es uno de los puntos clave del informe ‘Tackling Obesities: Future Choices’, estudio de dos años de duración subvencionado por el gobierno británico y realizado por el organismo científico gubernamental Foresight. La investigación pretende señalar los nuevos factores que propician la obesidad y las acciones necesarias para minimizar el problema. Tras los resultados, el Reino Unido considera imprescindibles políticas de gobierno dirigidas a los consumidores, pero llama también a la acción de la industria alimentaria y a todos los sectores relacionados con la alimentación.
Ambiente ‘obesogénico’
La responsabilidad individual, la última palabra de cada uno y la predisposición genética desempeñan un papel muy importante en el problema de la obesidad. Pero también es significativo, y más de lo que parece, el ambiente en el que vivimos. La evolución tecnológica de los últimos años nos ha situado en un ambiente de desarrollo constante, abundancia y comodidad. Por decirlo en otras palabras, y tal y como señala el informe británico, nos encontramos en un ambiente ‘obesogénico’ que propicia la expansión de la ya llamada epidemia de la obesidad. Los ciudadanos sufren lo que los investigadores denominan ‘obesidad pasiva’.
Según David King, director del proyecto y asesor científico en la Oficina Gubernamental británica para la Ciencia, la obesidad «se está convirtiendo en una consecuencia de la vida moderna». Los puntos clave en la expansión de la epidemia incluyen, por ejemplo, la inactividad física en el trabajo y en la vida cotidiana. Y es que el desarrollo de los medios de transporte da como resultado un estilo de vida motorizado cuando se une al aumento continuado de empleos de naturaleza sedentaria.
Otro de los motivos, remarca el estudio, es la abundancia de alimentos, existente en realidad desde hace relativamente pocos años. Son, además, alimentos de alto valor energético. Asimismo, la facilidad de acceso a los mismos es cada vez mayor, tanto por puntos de compra como por precio.
Un problema de alto nivel
El ambiente de obesidad generalizada lleva a que los ciudadanos sufran lo que los investigadores llaman ‘obesidad pasiva’
Tras la publicación de los resultados del informe, el Ministro de Sanidad británico, Alan Johnson, ha comparado la crisis de la obesidad con los problemas causados por el cambio climático. Ciertamente, el problema de la obesidad podría suponer un coste social y sanitario muy elevado, sobre todo por los problemas derivados y el mayor riesgo de enfermedad, especialmente diabetes tipo 2, enfermedad cardiovascular, cáncer y artritis.
Puestos a relacionar el cambio climático con la creciente obesidad, y tal y como afirma el estudio, las acciones gubernamentales deberían poder ‘matar dos pájaros de un tiro’. La reducción de la congestión del tráfico mediante la potenciación de la bicicleta y la creación de comunidades sostenibles que disminuyeran el sedentarismo podrían, por ejemplo, favorecer la actividad física y, al mismo tiempo, reducir la emisión de gases contaminantes.
En este sentido, el estudio Foresight asegura que las iniciativas individuales para combatir la obesidad son inútiles dada la complejidad e interrelación de los factores que contribuyen al aumento de la misma. Como señala King, los gobiernos deberían elaborar y aplicar una «estrategia a largo plazo que reúna a diferentes sectores y hacer hincapié en la prevención y no en el tratamiento».
El trabajo ‘Prevalencia de obesidad en España’, elaborado recientemente por la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), sitúa los niveles de obesidad de España en un punto intermedio entre los países del norte de Europa, Francia y Australia (con las proporciones de obesidad más bajas), y EE.UU. y los países del este europeo (con las tasas más elevadas).
Sin embargo, datos del estudio enKid, investigación nutricional llevada a cabo en niños de 2 a 24 años entre 1998 y 2000 bajo la dirección de los doctores Lluís Serra Majem y Javier Aranceta Bartrina, ponen de manifiesto que la obesidad en la población infantil y juvenil española está adquiriendo grandes dimensiones. De hecho, son precisamente los países de la región mediterránea los que presentan las tasas más altas de crecimiento, junto con el Reino Unido y EE.UU.
El problema la obesidad, por tanto, se genera con frecuencia ya en la infancia, momento en el que, precisamente, se incuban los grandes factores de riesgo (obesidad, hipertensión, diabetes, colesterol) que provocarán después enfermedades cardiovasculares, una de las primeras causas de muerte en el mundo.
Por tanto, la población infantil y juvenil configura el principal grupo de riesgo, clave desde el punto de vista de la prevención de la obesidad.
En este sentido, el Ministerio de Sanidad y Consumo, a través de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria (AESA), impulsó en el 2005 la creación de la Estrategia para la nutrición, actividad física y prevención de la obesidad (NAOS). Tiene como finalidad mejorar los hábitos alimentarios e impulsar la práctica regular de actividad física de todos los ciudadanos, poniendo especial atención en la prevención de la obesidad durante la etapa infantil, principal grupo de riesgo.