Investigadores de la State University of Rio de Janeiro han querido ir más allá de lo que hasta ahora se conoce sobre las grasas «trans» y su transmisión de madres a hijos durante la lactancia. En un riguroso estudio elaborado con animales de laboratorio, han observado que las ratas amamantadas por hembras alimentadas con aceites vegetales parcialmente hidrogenados sufren problemas en la función cardiaca.
Alimentación de la madre, pieza clave
A pesar de que la investigación se ha llevado a cabo en animales y no en humanos, los resultados dan pie a pensar e indagar si efectivamente puede pasar lo mismo en la especie humana, es decir, si los conocidos efectos dañinos de las grasas trans se pueden extender a la salud de los bebés lactantes. Se trata de consumidores indirectos que pueden verse afectados por los platos precocinados, la bollería y demás productos manufacturados que contienen este tipo de grasa y que las madres consumen sin conocer el alcance que tiene su ingesta en la composición de su leche. Una vez más la alimentación de la madre embarazada y lactante se revela como pieza clave en la salud del niño y el futuro adulto.En el estudio en animales, los investigadores brasileños dividieron a las ratas que amamantaban en dos grupos; al grupo control le suministraron aceite de soja en su dieta y al otro grupo aceite vegetal parcialmente hidrogenado, de forma que la cantidad total de grasas «trans» fue de un 11,75% del total de las grasas diarias aportadas.
Una vez finalizada la lactancia los dos grupos de crías se alimentaron igual hasta que cumplieron los 60 días, etapa en la que se les tomaron las mediciones oportunas. El resultado fue que las crías de las ratas que comieron grasas «trans» presentaron un significativo descenso en las medidas referentes al metabolismo de la glucosa en el músculo cardíaco. Los autores del estudio fueron más allá y midieron la sensibilidad a la insulina una vez las crías alcanzaron la edad adulta y observaron que tejidos específicos como los de los músculos o el tejido adiposo no absorbían correctamente el azúcar, por lo que los niveles de glucosa en sangre resultaron ser anormalmente más elevados.
Esta circunstancia, según los propios investigadores, aumenta el riesgo de desarrollar resistencia a la insulina, síndrome metabólico y diabetes tipo II en ratas. Aunque se requieren más trabajos científicos que corroboren estos resultados y que estos se amplíen con estudios en humanos, la investigación se convierte en un argumento más para quienes presionan a la industria alimentaria para que reformule sus productos y retire este tipo de ingredientes.
De los alimentos a la leche materna
Desde que los análisis de la leche materna de finales de los años 90 en Canadá mostraran altas cantidades de ácidos grasos «trans» provenientes de aceites parcialmente hidrogenados, este país introdujo en el año 2003, por vía legislativa, recortes en la composición de estas grasas en algunos alimentos específicos. En este sentido, miembros de la University of British Columbia, en Vancouver, han publicado estudios que apoyan las observaciones de numerosos trabajos que han dado a conocer cómo los ácidos grasos naturales de la leche humana se ven afectados por las grasas «trans» provenientes de la dieta.Sería prudente que las madres redujeran la ingesta de grasas «trans» durante el embarazo y la lactancia mientras llegan nuevos resultados que refuercen los conocimientos actuales sobre sus efectos
Uno de estos estudios mostró que las mujeres canadienses consumen alrededor de 6,9 g (2,5% de energía) de ácidos grasos «trans» (trans fat acid, TFA) al día, provenientes sobre todo de productos de repostería, bocadillos prefabricados y diversos productos de comida rápida que contienen grasas hidrogenadas. Entre las mujeres lactantes, los ácidos grasos trans tienden a desplazar los ácidos grasos esenciales (ácido linoleico y ácido alfa-linolénico) en la leche materna, y los «trans» acaban por incorporarse a los fosfolípidos del plasma y a los triglicéridos de los niños amamantados.
Teniendo en cuenta el papel crucial de las grasas naturales en el desarrollo del sistema nervioso de niño, es una cuestión indiscutiblemente importante aclarar los efectos adversos que los aceites parcialmente hidrogenados pueden ejercer en el lactante a través de su alimentación natural.
En vista de todos los hallazgos que se disponen en la actualidad, sería prudente que las madres redujeran en lo posible la ingestión de ácidos grasos «trans» durante el embarazo y el amamantamiento, mientras se esperan nuevos resultados que refuercen los conocimientos actuales sobre sus efectos negativos tanto en el desarrollo del feto y del lactante.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda a los gobiernos de todo el mundo que eliminen o reduzcan la cantidad de grasas vegetales parcialmente hidrogenadas en los alimentos. Esta recomendación apoya las evidencias que en los últimos años relacionan este tipo de grasas con efectos nocivos sobre la salud. Hoy en día gobiernos y, sobre todo, industria alimentaria, en concreto la estadounidense, han empezado a tomar medidas para erradicar este compuesto de diferentes productos.
En EE.UU. es obligatorio, desde 2006, declarar en la etiqueta nutricional la cantidad de grasas “trans” por porción de producto si éste contiene más de 0,5 gramos. Esta valiosa información se suma a la obligación, vigente desde 1990, de informar sobre el contenido total de grasa total, grasa saturada y colesterol. Canadá también exige que se detallen las grasas “trans” en la etiqueta nutricional de cualquier producto. En el ámbito europeo, Dinamarca es el único país que cuenta, desde junio de 2003, con una normativa que obliga a incluirlas en las etiquetas alimentarias. Además, la Administración danesa exige a los productores que no superen el 2% de grasas “trans” en sus productos, ya sean propios o importados.
En España no hay una normativa específica. No obstante, desde la Estrategia NAOS (Nutrición, Actividad Física y prevención de la Obesidad), impulsada por el Ministerio de Sanidad y Consumo, se insta a la industria alimentaria y a las empresas de restauración a que disminuyan de forma progresiva en sus productos los niveles de estos componentes.