La comunicación interpersonal parece hoy subyugada a los avances tecnológicos de última generación. No obstante, los expertos advierten que saber expresarse y dialogar eficazmente con los demás es todavía más difícil que conocer todas las prestaciones de un teléfono móvil o un ordenador. Educar en este sentido no sólo mejora la relación entre profesionales de la salud y pacientes, sino que favorece que se cumpla el tratamiento prescrito. La clave está en el manejo de los componentes emocionales del malestar.
Tanto en casa como en la oficina, muchos españoles se saben abrumados por el peso creciente de la tecnología punta en todo el ámbito de la comunicación. Sin embargo, para José Luis Bimbela, psicólogo adscrito a la Escuela Andaluza de Salud Pública (ESCA) y autor del libro «Gimnasia emocional», es más difícil y mucho más complejo comunicarse con otras personas que manejar cualquier tecnología, ya que requiere un importante aprendizaje y entrenamiento a los que se dedica muy poco tiempo.
Bimbela tomó parte el pasado junio en el VIII Congreso de la Sociedad Española de Electromedicina e Ingeniería Clínica, celebrado en Zaragoza, y abordó ante los profesionales de la medicina la necesidad de conjugar los avances tecnológicos con la comunicación directa con el paciente.
Combatir la duda
«Saber transmitir las ventajas que ofrecen las nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, por ejemplo, crea una emoción positiva en el paciente y hace que aumente su confianza». En opinión del experto, el profesional sanitario no debe escudarse detrás de una tecnología inaccesible, sino utilizarla en beneficio del paciente a quien, en definitiva, sirve. Éste, a su vez, ve aliviados muchos de sus temores o ansiedades con una breve explicación tranquilizadora sobre en qué consiste cada prueba, qué pasos se siguen y qué utilidad aportan al diagnóstico o tratamiento.
Una buena comunicación entre profesional y paciente facilita un clima de confianza que prolonga el cumplimiento terapéutico
«Cuando el profesional aclara las dudas que el paciente tiene con respecto a su diagnóstico o tratamiento, se crea una estrecha relación de confianza entre ambas partes y se establece un clima de confort». Bimbela subraya que la relación entre profesionales sanitarios y pacientes ha variado durante los últimos años a consecuencia de una progresiva tecnificación de los hospitales y servicios asistenciales.
Los clásicos saludos y preguntas sobre el estado de salud, muchas veces, se limitan a simples «póngase usted aquí», «haga esto» y «ya le avisaremos» o «pida hora para una nueva visita». En muchos casos, el paciente se somete a esa técnica por primera vez, se muestra nervioso o incluso asustado por el simple hecho de que se espera de él que sepa hacer bien algo que nunca antes ha hecho.
Comunicar
La mejora de esta relación comunicativa entre profesionales sanitarios y pacientes podría reducir la inoperancia a veces de los primeros y la sensación de miedo de los últimos, procurando a la vez un clima de confianza que prolongaría un cumplimiento eficaz de la prescripción terapéutica. Bimbela aclara que el paciente debiera siempre confiar en los avances de última generación, por cuanto se presupone que mejoran el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades.
En teoría, el profesional sanitario está obligado a explicar su funcionamiento al paciente -como lo está el vendedor de un aparato ante el cliente que se interesa por su compra-; pero el experto en gimnasia emocional confiesa que en la práctica no se hace siempre así: «Se confía a veces en que la máquina sea la gran salvación por el hecho de ahorrar explicaciones y tiempo, consiguiendo que el paciente tenga que entregarse a ella pasivamente». Saber manejar las emociones crea cercanía, insistió, y una relación más estrecha con quien tenemos enfrente.
Gestión de datos y emociones
El uso de Internet hace que los pacientes utilicen esta herramienta con anterioridad a muchas visitas para informarse sobre síntomas, patología asociada y tratamiento correspondiente. De este modo, bien por no saber nada o por saberlo todo, la actitud de los pacientes se radicaliza en perfiles de muy exigentes o totalmente callados, y el profesional médico se convierte en mero prescriptor o negociador de un determinado tratamiento. «Debemos educar también a los usuarios del Sistema Nacional de Salud en el sentido de que es el médico quien mejor sabe interpretar y gestionar su enfermedad, pudiendo arrojar luz a muchas dudas planteadas» explica Bimbela.
«Los profesionales sanitarios, por su parte, deben trasmitir emociones positivas y no dejarse contagiar de los comportamientos agresivos y las emociones negativas de los pacientes». Cuando el profesional aclara las dudas que el paciente tiene con respecto a su diagnóstico o tratamiento, se crea una estrecha relación de confianza entre ambas partes, un clima de comodidad y tranquilidad.
«Este tipo de comunicación positiva se circunscribe en realidad no sólo a los médicos sino también a los directivos de los sistemas sanitarios, a fin de gestionar las dificultades de organización del trabajo o de relaciones humanas con habilidades emocionales, de forma positiva». Bimbela asegura que no existe una fórmula de procurar la mejor inteligencia emocional, pero reclama un abono periódico a tablas de ejercicios tales como preguntar, escuchar, «empatizar», resumir, reforzar y «retroalimentar».
“Gimnasia emocional”, el libro escrito por José Luis Bimbela, parte de una definición de salud que la Organización Mundial de la Salud (OMS) redactó hace ya unas cuantas décadas y que contempla tres variantes fundamentales: biofísica, psicoemocional y social. En plena eclosión de los aspectos más físicos de la salud -cirugía estética, tratamientos de belleza, entrenamientos de fitness o pilates, masaje, relajación antiestrés o métodos de adelgazamiento-, la falta de una adecuada gimnasia emocional redunda en que los usuarios de todas estas técnicas capten sólo unos efectos inmediatos (relajación, disminución del dolor, mejor atractivo físico), que se desvanecen ante algún contratiempo inevitable que genere tensión, malestar o nerviosismo.
“Si no se modifica la forma de ver la vida, al cabo de unos días la tensión, el malestar y los dolores vuelven a manifestarse. Si no modificamos los componentes emocionales de nuestro malestar, volverán a acecharnos tarde o temprano y daremos por perdidos tantos esfuerzos realizados”. Para Bimbela, la cosa es tan simple como tomar papel y lápiz, hacer nuestros propios problemas sin delegarlos, obviarlos o subcontratarlos. Gestionar la inteligencia emocional nos permite ser más felices y desarrollarnos plenamente como personas.
Los problemas son inevitables, explica el autor, pero demasiadas veces obviamos nuestra también inevitable implicación en ellos. El libro ofrece tablas de ejercicio para la gestión, por ejemplo, de las malas vibraciones (conflictos con los hijos, la pareja o en el ámbito laboral). “Todo se puede siempre volver a pensar de una forma que no repercuta negativamente sobre la salud”. El libro persigue, según Bimbela, que la persona vea las cosas de manera más realista y se sienta capaz de cambiar aquello que le daña, de mejorar su propia vida y su entorno.