Para usted una madre no debe a aspirar a ser buena madre, sino a una madre suficientemente buena. ¿Cómo la define?
Es un concepto del psicoanalista y pediatra Donald Winnicott. Para mí lo importante es poder salirnos de la madre perfecta y habitar la madre suficientemente buena, que no llega a todo ni lo hace todo como explican los manuales, sino que es imperfecta. Y al ser imperfectas se nutre a nuestras criaturas. Porque el problema de la madre perfecta es que genera también una exigencia en su criatura: el hijo o hija de una madre perfecta tendrá que ser también el hijo perfecto. ¡Qué presión!
¿Por qué las madres nos autoexigimos, queremos controlarlo todo y hasta sacar buena nota? ¿Más complejos quizás? ¿Tendemos a compararnos?
Se juntan muchas cosas. Históricamente en las madres hay mucha exigencia: siempre se nos ha pedido mucho. Pero hoy en día, vivimos en la era de la superinformación y la rapidez, donde estamos superinformadas y formadas, todo tiene que ser rápido y con los mejores resultados, la excelencia… Todo esto crea un caldo de cultivo de mucha exigencia. Y yo creo que debemos volver al sentido común y habitar la madre suficientemente buena que la mayoría de nosotras ya somos de base. Esto no va de manuales, ni de tips.
Entonces, ¿es más difícil criar hoy que antes? Los niños son los mismos: necesitan atención y cuidados.
El entorno en el que estamos criando y maternando es hostil. Las madres de ahora estamos muy solas, más solas que nuestras madres y mucho más que nuestras abuelas. Ellas tenían red, otras madres cerca, comunidad… En cambio, nosotras estamos solísimas. Y, entonces, sustituimos esta falta con la información que encontramos en redes sociales, libros, manuales… Pero se nos olvida que eso es teoría y que la práctica deberíamos verla compartiendo con otras familias y estando más acompañadas. Los niños son los mismos, pero las circunstancias son completamente distintas.
Porque “dos personas son muy pocas para criar a un niño”, dice en su libro.
Eso es. Y cuesta mucho de entender, porque se ha volcado tanto la crianza y la maternidad, en especial, de puertas hacia dentro, que parece que hemos de poder solas. Y es mentira. La mayoría de las madres tenemos la sensación de no llegar, de que nos faltan manos y hasta nos preguntamos: ¿debo ser a la única a la que le pasa? Y todas estamos así. La crianza está prevista para ser en comunidad. No hemos de ser las que juegan a fútbol, las que saben pintar… sino tener una red de adultas referentes que pudiesen ejercer estas funciones, no hacerlo solas.
¿Y qué pasa con quienes por elección crían en solitario?
Ser madre soltera no quiere decir que lo haga en solitario. Conozco madres que han decidido criar en pareja y crían en solitario. La maternidad es mucho más placentera si la vivimos en comunidad. Y esa comunidad no tiene por qué ser una pareja, sino, por ejemplo, otras madres amigas con las que nos vemos por las tardes y nos echamos una mano: un día se quedan los niños y otros me los llevo yo. Aunque parezca muy idealista, lo que más salud mental nos daría a las madres es construir comunidad.
Complicado también dos personas para gemelos, dos hijos, familias numerosas…
Es difícil. Con la bimaternidad, el caso más común, nos damos cuenta de que no llegamos a todo, que solas no podemos y que con la pareja parece que tampoco.
“Poco es mucho”, comenta. ¿Mejor calidad frente a cantidad?
Sí, me refiero a la calidad. Pero también porque, a veces, sentimos que hagamos lo que hagamos, nunca es suficiente. Así, pensamos que podríamos dar más presencia, jugar más, estar de mejor humor o hacerlo mejor. Y yo lo que intentaría es hacer ‘zoom out’ y poner la mirada en todo lo que sí hacemos, que es muchísimo.
Hablando de mirada. Una de las expresiones que más utiliza es cambiar la mirada. ¿Cómo?
Hacia nosotras mismas, como madres y mujeres, y hacia lo que nos exigimos. Una paciente me comentaba que no sabía por qué su hija era tan exigente, si no era exigente con ella. Y ¿cómo eres contigo?, le preguntaba yo. A veces, queremos criar superbién, pero nos tratamos muy mal a nosotras mismas. Para mí el cambio de mirada más importante es poder mirarnos con más amabilidad, más compasión y más amor. Y eso es un regalo para nuestras criaturas.
También anima a recordar nuestra infancia para poder criar. ¿Del tiempo pasado qué se puede aprender?
La mirada a nuestra infancia nos permite coger perspectiva: cuando yo veía una peli con mi madre no lo vivía como un drama o cuando mis padres se iban de viaje y me quedaba con mi abuela, me parecía un planazo. Volver a nuestras vivencias como criaturas nos sirve para quitarnos culpa y tomar sentido común y realidad.
Entonces, ¿malas madres no hay?
El concepto buena y mala madre es tan polar… Creo que hay madres suficientemente buenas, que somos la mayoría, y otras madres que, por una carencia, por ejemplo, no han podido ser madres suficientemente buenas.
Pero sí hay madres helicóptero, agenda… ¿culpa de una crianza con apego mal entendida?
Hay un problema con la crianza respetuosa y cómo la hemos entendido. La hemos enfocado mucho desde la exigencia, a veces desde la sobreprotección y en ocasiones hemos confundido crianza respetuosa con crianza sin lágrimas y sin frustración. Y no va de eso. Crianza respetuosa es cómo acompañar lo que les sucede a nuestras criaturas, también en la frustración y el dolor que van a estar presentes.
En su libro da consejos para las rabietas, no gritar, los celos del hermano mayor, poner límites, hacer colecho… ¿desde la propia experiencia y como psicóloga?
Me cuesta mucho separar lo que es mi experiencia profesional de la personal. La maternidad para mí no solo es desde lo profesional, sino también lo vivencial. Y más que consejos, creo que hago preguntas para hacerse a una misma, y a veces doy la respuesta que me ha servido, pero que no tiene por qué ser para todas. Cada una debe encontrar la suya, como cuando leíamos los libros ‘Escoge tu propia aventura’.
¿Qué pensaba como psicóloga respecto a la crianza y le chocó al maternar?
La teoría está muy bien, pero en la práctica te encuentras tú. Desde la teoría, y más como psicóloga, podía decir “esto haré y esto no”, pero te ves ahí y te das cuenta de todo lo que no sabes. Y también me chocó todo lo que no se habla de la maternidad: la carga, el agotamiento que supone para el cuerpo y la mente de la mujer. Es muy fácil dar consejos cuando nadie te ha hablado de eso y no lo has vivido.
Eso le ha pasado a Marie Kondo con el orden de una casa sin hijos y ya con hijos.
(Risas) Claro. ¡Qué fácil desde fuera! Pero cuando lo atraviesas…
En Pell a Pell acompaña a mujeres en el embarazo, puerperio y crianza. ¿Algún aprendizaje?
En el fondo, a todas nos está sucediendo lo mismo, pues pasamos por las mismas fases, vemos que no se ha hablado de ello, nadie nos lo ha explicado —porque las cosas que atraviesan a las mujeres normalmente no se estudian ni se hablan mucho, pero la mayoría de las cosas que nos pasan tienen un nombre y una explicación—. Y todo eso que tenemos en común cada una lo vive de manera subjetiva. Y está bien. Compartimos mucho, pero a la vez cada una tiene su propia vivencia. ¡Qué bonito que sea así! No hemos de vivirlo todas igual, aunque sea la misma experiencia.
Dice que las madres no somos psicólogas, ni educadoras, ni maestras. ¿Pero no cree que un poco de cada una sí?
Sí, un poco. Pero, por ejemplo, nuestra escucha no va a ser nunca la de una psicóloga, que es neutra, no tiene opinión, no juzga. Como madres ¿se nos escapará un juicio o no vamos a preferir que nuestro hijo haga x o z? En la maternidad no estamos en un rol profesional, estamos en un rol personal.
¿Considera que el destete es traumático?
No, es una separación. Y como cualquier otra separación, conviven dolor, tristeza, frustración, alegría… No es traumático, lo podemos acompañar, pero hemos de integrar la parte de tristeza, de dolor.
¿Algún consejo que le dieron y lo tiene siempre presente porque le funcionó y puede compartir?
Relacionado con esto último, una amiga psicóloga me dijo: La vida no puede ser solo verano. La vida es verano, pero también el florecer de la primavera, el deshojar del otoño y el frío del invierno, y hay que poder hacer lugar a todo. Lo decía refiriéndose a que la maternidad no puede ser solo verano, placentera. Hay muchas cosas y hemos de poderlas acoger también. A veces luchamos contra que nuestro hijo no sienta tristeza, y lo bueno es que lo pueda integrar dentro de lo que vivimos.