Antes de hablar, los más pequeños se comunican a través de los gestos. Cuanto más inteligibles resulten estos gestos, mayor será la facilidad para obtener riqueza verbal y, en consecuencia, el niño tendrá menos problemas en el momento de iniciar su escolarización. El papel de los padres para que sus hijos adquieran destreza no verbal con el fin de comunicarse es esencial, una habilidad que también favorece un mayor nivel socioeconómico de las familias. Lo afirma un estudio de la Universidad de Chicago, el primero en relacionar la riqueza gestual con el posterior vocabulario.
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Los niños que se comunican mediante gestos comprensibles cuando tienen poco más de un año tienen, a los cuatro años y medio, un vocabulario más rico que el de aquellos sin tanto abanico gestual, concluye un estudio reciente de la Universidad de Chicago (EE.UU.) publicado en «Science». Esta posterior riqueza verbal facilita, en consecuencia, la mejor preparación de los niños para la escuela. En estudios anteriores ya se había constatado que un buen vocabulario es un predictor clave en el éxito escolar.
Esta conexión entre gestos y habla, que se produce en edades mucho más tempranas, podría convertirse en un buen foco de intervención si investigaciones posteriores corroboran que un mayor número de gestos redunda en un mayor vocabulario, según Susan-Goldin Meadow, profesora de Psicología en la Universidad de Chicago y autora del estudio junto con Meredith Rowe.
La investigación ha mostrado, además, que los niños de familias con mayor nivel socioeconómico ven favorecida su capacidad para adquirir riqueza en el lenguaje. Esta característica ya se había comprobado en anteriores investigaciones. En ellas se asegura que las familias con mayores ingresos y nivel educativo hablan más con sus hijos y con frases mucho más complejas, lo que les permite enriquecer el vocabulario a edades mucho más tempranas.
Más gestos, más palabras
Para estudiar las diferencias gestuales, los investigadores examinaron a medio centenar de familias de varios niveles socioeconómicos. Grabaron en vídeo a niños de 14 meses durante 90 minutos mientras interactuaban con su cuidador principal en casa. Los autores registraron las palabras y gestos que se producían en la comunicación entre padres e hijos. A esa edad, los bebés hacían una media de 20,9 tipos de gestos distintos, con grandes diferencias en función de su estatus social y económico: los niños de familias más acomodadas produjeron una media de 24 gestos, mientras que los del otro extremo sólo 13.
Desde los primeros meses de vida se utiliza el lenguaje no verbal para manifestar necesidades, expresar sensaciones y sentimientosEstas desigualdades se percibieron también en los padres, cuyo nivel de gesticulación se pudo relacionar directamente con el de sus hijos. Lo que más sorprendió a los investigadores fue que, si bien en los primeros pasos del aprendizaje de vocabulario no se detectan diferencias debidas al estatus socioeconómico de la familia, cuando se trata de los gestos estos contrastes sí que se perciben de inmediato. Los niños, según los investigadores, no empiezan a comunicarse por gestos hasta cerca los diez meses de vida, y las diferencias socioeconómicas comienzan a percibirse tan sólo cuatro meses más tarde y, a veces, incluso antes.
Cuando los niños cumplieron cuatro años y medio, los investigadores evaluaron su vocabulario mediante el test Peabody de vocabulario en imágenes, usado desde hace años para niños de 2 a 18 años para valorar la riqueza verbal. A esta edad, los resultados mostraron diferencias aún evidentes: los estudiantes de familias acomodadas obtuvieron una media de 117 puntos y el resto, 93.
En la investigación no se examinó el por qué específico de la relación entre la comunicación gestual temprana y el mejor desarrollo del vocabulario. Según los autores, los gestos pueden jugar un papel indirecto en el aprendizaje de las palabras cuando se da una buena intervención de los padres. Por ejemplo, cuando en respuesta a un hijo que señala una muñeca, el padre o madre afirma «sí, es una muñeca», se dota al hijo de una nueva palabra, que corresponde al objeto que en ese momento centra su atención. Se enriquece su vocabulario porque, de manera indirecta, un gesto comprensible ha reclamado hacerlo.
La conexión entre gesto y palabra podría ser incluso más directa en el momento en el que los gestos permiten a los niños usar sus manos para expresar significados cuando aún tienen dificultades para formar palabras. En el año 1982, las psicólogas Linda Acredolo y Susan Goodwyn ya habían descubierto que los bebés usan de forma espontánea gestos simples para representar palabras que aún no son capaces de decir. Por ejemplo, pueden olfatear para referirse a una «flor», jadear para mostrar un «perro» o agitar sus brazos para indicar «pájaro».
Desarrollo paralelo
Estos gestos permiten a los niños establecer un puente de comunicación con su entorno hasta la aparición del habla. Gestos y lenguaje, asimismo, se desarrollan de forma paralela. Sin embargo, desde los primeros meses de vida, los niños utilizan el lenguaje no verbal (etapa «prelingüística») para manifestar sus necesidades, expresar sus sensaciones y sentimientos, así como para vincularse con otras personas y el mundo que les rodea.
El tipo de gestos más ampliamente aceptados que se adquieren de forma espontánea durante los primeros 9 y 12 meses de vida son los llamados gestos deícticos, que son los que hacen referencia a apuntar, mostrar, ofrecer, dar y realizar peticiones en forma de ritual. Jean Piaget, psicólogo evolutivo suizo, afirmaba ya en 1965 que hacia los diez meses de edad aparecían los «gestos de ejecución», referidos a acciones como observar insistentemente un objeto para indicar que se requiere, dirigir la atención del adulto hacia un objeto dándoselo o apuntar objetos para demostrar interés o necesidad. Hay otros muchos nombres para definir estos tipos de gestos, pero todos se reducen a acciones imperativas como pedir y mostrar, dar alguna cosa o apuntar.
Según varios estudios, estos gestos intencionales tempranos constituyen un importante paso en el desarrollo simbólico y facilitan el camino al aprendizaje del lenguaje verbal. Son, sin embargo, todavía muy primitivos porque sólo se comprenden totalmente si se sigue la trayectoria del gesto hacia el objeto u objetivo de deseo del niño.
El desarrollo inicial de los gestos por parte de los niños se da de forma espontánea cuando aparece una necesidad de comunicación, pero varios estudios han tratado de potenciar programas de intervención con el objetivo de desarrollar, de manera intencional, este tipo de comunicación. Son muchas las investigaciones que avalan que los gestos refuerzan el desarrollo del lenguaje, en vez de obstaculizarlo, y que además influyen positivamente en aspectos cognitivos y socioafectivos del desarrollo del niño.
Las citadas psicólogas Linda Acredolo y Susan Goodwyn, de la Universidad de California (EE.UU.), crearon en la década de los 90 un programa llamado “Baby Signs”, destinado a enseñar a bebés sin déficit sensorial un lenguaje compuesto por gestos simbólicos. Este aprendizaje debe permitirles, tanto a ellos como a sus padres, comunicarse de una manera simple y sencilla, hasta que aprendan a hablar. El programa presenta una serie de gestos simples y fáciles de llevar a cabo antes de que el niño aprenda a hablar, e incluye objetos, animales, peticiones, acciones o expresión de estados de ánimo. Desde su creación, el programa se ha ido difundiendo en casi todo EE.UU., así como en Canadá, Corea, Hong Kong e India, y está avalado por varias investigaciones y publicaciones.
Incluso se ha hablado de estimular a los pequeños con el aprendizaje del lenguaje de signos para personas sordas, ya no sólo con el objetivo de estimular el desarrollo intencionado de la comunicación gestual, sino también de enseñarles un segundo “idioma”. En la misma línea, también en los años 90, apareció otra iniciativa de Joseph Garcia, investigador en desarrollo infantil, con un programa llamado “Sign with your Baby”, que sigue difundiéndose en EE.UU, Canadá y el Reino Unido.