Hígado graso, un problema de salud pública
Más de 10 millones de españoles sufren una dolencia crónica que afecta a su hígado y que puede tener consecuencias fatales, aunque un gran porcentaje de ellos lo desconoce. Hablamos de la enfermedad de hígado graso no alcohólica (EHGNA), una patología cuya prevalencia asusta a los especialistas porque va en aumento.
“Ahora mismo, es la enfermedad hepática más frecuente en nuestro país. La padece el 25 % de los españoles y el porcentaje está creciendo porque los principales factores de riesgo son la obesidad, la diabetes, la hipertensión, el colesterol y, en general, todas las afecciones incluidas en el síndrome metabólico [tensión alta, niveles de azúcar en sangre, exceso de grasa en la zona de la cintura, colesterol malo y triglicéridos altos] se incrementan cada día, por lo que el riesgo de padecer esta enfermedad también crece”, explica Javier Ampuero, hepatólogo del Hospital Virgen del Rocío (Sevilla) y experto de la Federación Española del Aparato Digestivo (FEAD).
Estamos ante un importante problema de salud pública, pero lo paradójico de la situación es que, al contrario de lo que ocurre con otras muchas enfermedades, con el hígado graso no hay que esperar a que la investigación científica desarrolle un fármaco milagroso que la cure. La sanación del hígado, el órgano sólido más grande del cuerpo, puede estar en nuestras manos.
En las fases tempranas de la enfermedad, el daño puede revertirse si adoptamos el estilo de vida adecuado, basado en la dieta saludable y la práctica del ejercicio físico. Tan simple como complicado. De momento, sin un fármaco que pare la EHGNA, solo concienciándonos de lo peligrosa que puede llegar a ser esta enfermedad, podemos frenar su avance.
El inicio de una enfermedad más grave
Se trata de una enfermedad provocada por la acumulación excesiva de grasa a lo largo de los años en el interior del hígado (en sus células o hepatocitos). “Este cúmulo puede hacerse tóxico y dañar el hígado, produciendo inflamación (hepatitis) y daño celular, con destrucción de células hepáticas y estrés oxidativo. A su vez, esta inflamación puede activar unas células que llamamos células estrelladas hepáticas, que son las encargadas de producir fibrosis (cicatrices) en el hígado, que si va en aumento puede conducir a la cirrosis o cáncer de hígado”, aclara Rocío Aller de la Fuente, especialista del aparato digestivo del Hospital Clínico de Valladolid y miembro de la Asociación Española para el Estudio del hígado (AEEH).
Una de cada cuatro personas tiene grasa en el hígado, pero no todo el mundo termina con el órgano deteriorado. La mayoría de los afectados no presentan inflamación en las células o fibrosis; sufren lo que se denomina en el argot médico, una esteatosis hepática simple.
“Un 20 % de los pacientes que tienen grasa en el hígado avanzarán a estados más avanzados de la enfermedad, con inflamación (esteatohepatitis). Si esta inflamación no se controla, como ocurre con cualquier otra enfermedad hepática, puede degenerar en cirrosis o en un cáncer de hígado. Al final, aunque el origen sea diferente, el estadio final, el desenlace, es exactamente el mismo que el de un alcohólico o un enfermo de hepatitis”, indica el hepatólogo del Hospital Virgen del Rocío.
¿Qué causa el hígado graso no alcohólico?
No se sabe muy bien por qué motivo unas personas se quedan solamente con esteatosis y otras pasan a sufrir esteatohepatitis, pero es más frecuente que ocurra en las personas obesas y con diabetes tipo 2. “El cáncer no es una consecuencia irremediable para quienes sufren esta enfermedad y solo un pequeño porcentaje lo desarrollará”, matiza Ampuero.
Aun así, esto no quita para que los especialistas adviertan de que, si la prevalencia va en aumento, las previsiones para unos 10 años son que la tasa de los que desarrollen un problema de cirrosis y cáncer también se disparará. “En mi hospital a lo largo de esta última década hemos ido viendo cómo cada vez hay más casos de trasplantes de hígado asociados a cánceres vinculados a la EHGNA. Calculamos que en el plazo de 10 años se convertirá en la primera causa de trasplante y de cáncer de hígado (actualmente es la tercera causa)”, reconoce.
▶️ Los delgados también la sufren
Esta enfermedad también se produce en personas sin obesidad y que no responden al perfil de paciente con síndrome metabólico aunque en menor porcentaje. “Aunque una persona esté delgada, su estilo de vida puede que no sea el adecuado y puede sufrir hígado graso. El estilo de vida siempre pesa más a la hora de desarrollar esta enfermedad, pero también hay alteraciones genéticas que influyen tanto en su desarrollo como en su progresión”, explica Javier Ampuero. Por ejemplo, en la población asiática se observa una mayor prevalencia de personas con EHGNA sin obesidad, y se debe a unas mutaciones genéticas que les hacen más vulnerables a la acumulación de grasa que las poblaciones occidentales.
Esta patología se ha visto en personas que sufren enfermedades que alteran el sistema inmunitario, como la enfermedad de Crohn, la colitis ulcerosa o la artritis reumatoide. Además, las mujeres con síndrome del ovario poliquístico también tienen más predisposición. “Debido a la alteración hormonal o hiperandrogenismo característico de esta enfermedad, estas pacientes suelen tener más acumulación de grasa visceral, que es el tipo de grasa que más se asocia con la enfermedad por hígado graso. Esta grasa, que se distribuye en el abdomen, entre las vísceras, se comporta como un órgano endocrino capaz de producir inflamación y liberar sustancias inflamatorias que bloquean el receptor de la insulina. Es decir, la insulina no puede hacer su función —lo que denominamos resistencia a la insulina—, que suele ser un factor clave en el desarrollo de la enfermedad por hígado graso”, relata la especialista Rocío Aller.
▶️ Hígado graso en niños
“Un 30 % de la población infantil tiene obesidad, muchos niños consumen comida poco saludable, rica en grasa saturada, ultraprocesada, bebidas azucaradas y bollería industrial. Lógicamente en ellos encontramos formas más leves de la enfermedad, porque no ha dado tiempo a su progresión, pero si un niño tiene sobrepeso va a tener más riesgo de padecer formas avanzadas de enfermedad por hígado graso en la edad media de la vida, así como más riesgo de diabetes y de otros factores de riesgo cardiovascular”, apunta la doctora Rocío Aller. Por ello, es muy importante educar desde la infancia en una alimentación saludable y práctica de ejercicio físico, evitando el sedentarismo.
Desde la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH) se trabaja en concienciar tanto a pacientes como a profesionales médicos de los peligros de esta enfermedad y, sobre todo, por crear unas guías que involucren a todos los profesionales médicos (hepatólogos, endocrinos, Atención Primaria…).
Lo que parece claro es que hay que seguir trabajando tanto en el diagnóstico precoz, también en los cribados y, sobre todo, en la educación a los padres, porque el panorama no pinta bien. “Los adultos con cirrosis que vemos en consulta con 50 años comenzaron a tener problemas con el hígado graso a los 30. No sabemos a qué edad nos vamos a encontrar cirrosis en el futuro si los niños y adolescentes ya empiezan a sufrirlo tan pronto”, señala el hepatólogo Javier Ampuero.
Síntomas y diagnóstico del hígado graso no alcohólico
Hasta que no hay una cirrosis muy avanzada, realmente no hay síntomas evidentes que pueden ponerle a uno sobre la pista de que algo no marcha bien (en estadios previos, como en la hepatitis que se forma por el hígado graso, los síntomas no suelen ser evidentes porque van evolucionando a lo largo de los años muy lentamente). Por eso, cuando se presenta la cirrosis se puede observar la aparición de la característica ictericia, la coloración amarillenta de la piel que se produce porque el hígado es incapaz de eliminar la bilirrubina de la sangre.
“En las fases iniciales —sin fibrosis hepática— no suelen manifestarse síntomas y los que aparecen no son demasiado específicos (cierta molestia o cansancio) y que son los derivados de las enfermedades asociadas, lo que dificulta el diagnóstico de la enfermedad”, comenta Aller. Se estima que el 49,1 % de los pacientes con hígado graso también sufren diabetes tipo 2, el 81,8 % tienen obesidad y hasta el 70,7 % síndrome metabólico. En estos casos, es importante que desde la atención primaria se revise el hígado para detectar una enfermedad hepática por depósito de grasa.
🟢 Análisis de sangre, ecografía y biopsia
“Cuando tratamos con estos pacientes, lo normal es revisar también su hígado. Por ello, en la mayoría de los casos, el diagnóstico llega a raíz de una analítica rutinaria, muchas veces fortuita”, explica Ampuero. El nivel de transaminasas (parámetros analíticos que indican cómo está el hígado) es, sin duda, el gran chivato que anuncia que algo no marcha bien. Si se detecta un nivel alto, hay que buscar la causa de esta alteración.
“Puede que no sea un caso de hígado graso, pero con ese resultado en los análisis de sangre, más la presencia de factores de riesgo, se suele realizar una ecografía. En esta prueba de imagen sí que se puede observar si existe una presencia de grasa relevante en el hígado. Una biopsia sería la herramienta perfecta para dar con el diagnóstico. Dar un pellizco en el hígado y llevarlo a analizar, pero en la práctica esta es una prueba que hacemos poco, ya que los medios no invasivos nos sirven para diagnosticar”, matiza el especialista.
Cómo curar el hígado graso
➡️ Se regenera si se llega a tiempo
El hígado tiene la capacidad de regenerarse, pero los expertos advierten que hasta cierto punto. Si el hígado ya está muy deteriorado y castigado, el órgano pierde esa capacidad.
La EHGNA se desarrolla de una manera progresiva y lenta, y se clasifica en función del estadio en el que se encuentra. El grado de cicatrices o heridas (fibrosis) que tiene el hígado graso se clasifican del cero al cuatro. En el cero no habría nada de grasa o heridas y en el cuatro estaríamos ante una cirrosis.
“Cualquiera de los primeros estadios de la enfermedad puede volver hacia atrás, pero cuanto más avanzado sea este grado, más difícil será el retroceso. De hecho, el cuarto ya es irreversible”, apunta Ampuero.
➡️ Cambio de hábitos
Hoy en día no hay nada que haya demostrado mayor beneficio para esta enfermedad que un cambio de hábitos. Se sabe que, si este cambio de vida conlleva un 10 % de pérdida de peso, el 90 % de los pacientes mejora. “El problema es que solo un 10 % de los pacientes es capaz de conseguir ese objetivo. Es la herramienta más potente y efectiva, pero es más fácil tomarse una pastilla que cambiar de hábitos”, relata Ampuero.
➡️ Sin fármaco que lo cure
Actualmente no existe ningún tratamiento farmacológico aprobado, pero hay más de 100 medicamentos diferentes en desarrollo en diferentes estudios clínicos. En el Hospital Virgen del Rocío, por ejemplo, existen unos 12-13 fármacos en fase de ensayo clínico. Aunque el fármaco puede llegar en unos años, los especialistas coinciden en que un cambio en los hábitos seguiría siendo la pieza esencial del tratamiento.