Cerca del 8% de los niños sufre obsesiones y rituales compulsivos. Al crecer se produce una remisión definitiva de esta conducta y muy pocos desarrollan un trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Sin embargo, la reiteración de estos síntomas durante la infancia puede multiplicar la posibilidad de desarrollar TOC en la edad adulta, según un estudio. Este artículo aporta los datos de esta investigación y explica la importancia de centrar los esfuerzos terapéuticos en estos menores para reducir las cifras de adultos afectados, ya que de mayores se convierte en un gran problema por su cronicidad y difícil tratamiento.
El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es un estado en el que se muestra un sentimiento de compulsión por realizar una acción, persistir en una idea, recordar una experiencia o insistir sin sentido en asuntos abstractos. Además, causa malestar intenso e interfiere en la vida cotidiana de quien lo padece, tanto en las actividades laborales como en las relaciones sociales y las rutinas diarias. La mayoría de los afectados reconocen que sus obsesiones proceden de su propia mente y se oponen tanto a ellas como a las actitudes compulsivas que se derivan. No obstante, no consiguen evitarlo.
El TOC suele aparecer a edades jóvenes, pero su inicio puede abarcar desde la etapa escolar hasta la adulta
La combinación de las dos palabras, obsesión y compulsión, explica todos estos síntomas y da nombre al trastorno. La primera se refiere a pensamientos, ideas, temores o imágenes que se presentan de forma persistente y recurrente y que causan malestar. Los principales focos de obsesión son la limpieza y el lavado, la comprobación ante la duda, el coleccionismo y la acumulación sin medida, el recuento y la repetición y el exceso de orden y la organización.
Las compulsiones (o rituales compulsivos) se refieren a las conductas o pensamientos repetitivos y estereotipados destinados a reducir el malestar que generan estas obsesiones (lavarse las manos con frecuencia, no pisar determinados sitios al andar, contar de forma insistente o rezar, etc.).
Niños con síntomas obsesivos y los rituales compulsivos
El TOC suele aparecer a edades jóvenes, pero su inicio puede abarcar desde la etapa escolar hasta la adulta. En adultos supone una enfermedad crónica y un grave problema terapéutico, por lo que si se trata en la infancia se podrían evitar su desarrollo posterior y muchos diagnósticos tardíos. Así lo asegura un estudio internacional que ha hecho un seguimiento de diversas variables psicológicas a largo plazo, desde el nacimiento hasta la edad adulta.
Las personas que sufren este trastorno reconocen sus obsesiones y se oponen a ellas y a las actitudes compulsivas que se derivan sin éxito
Es la primera investigación en relacionar los síntomas obsesivos y los rituales compulsivos en la infancia con el riesgo de padecer un TOC en la edad adulta. El estudio confirma lo que cerca de un 33% de adultos afectados ya aseguraba: que sus síntomas ya estaban ahí durante su infancia. Los resultados inciden en la necesidad de enfocar los esfuerzos preventivos en los niños con estos síntomas, ya que se ha comprobado que en el resto de la población este riesgo es menor.
Aunque los datos provienen de Nueva Zelanda, según los científicos, estos pueden extrapolarse al contexto español, ya que las características y la incidencia de este trastorno son similares en todas partes. La investigación se ha elaborado a partir de los datos del «Estudio Dunedin», que desde hace 36 años se está realizando en Dunedin (Nueva Zelanda) con una muestra de 1.000 personas. Ha sido coordinado por Ángel Fullana, miembro del Departamento de Psiquiatría y de Medicina Legal de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) e investigador del King’s College de Londres.
Se analizó la evolución de dos variables en diversos momentos de la vida de los participantes (11, 26 y 32 años). Una de estas variables fue la presencia reiterada de ideas obsesivas (pensamientos recurrentes y no deseados de poder hacer daño ajeno, por ejemplo). También fueron evaluados rituales compulsivos, como la necesidad de lavarse las manos de manera reiterada, de comprobar una y otra vez pequeñas tareas cotidianas o de hacer acciones repetidas sin sentido. Los datos mostraron que un 8% de los niños estudiados a los 11 años presentaban síntomas obsesivos, los cuales mostraron tener seis veces más probabilidades que el resto de desarrollar TOC en la edad adulta.
Diagnóstico y tratamiento del TOC, cuando antes, mejor
Los resultados, según el experto, no deben crear alarma, ya que estos síntomas «son muy habituales entre los ocho y los diez años de edad y la frecuencia de la enfermedad en la edad adulta no llega al 2%», por lo que los porcentajes varían bastante. Sin embargo, es una enfermedad infradiagnosticada: cerca de un millón de personas la padecen en España, pero muchos pacientes tardan una media de nueve años en ir por primera vez al médico, algo que dificulta mucho su tratamiento.
Muchos afectados tardan una media de nueve años en ir por primera vez al médico, algo que dificulta mucho su tratamientoDiversos estudios han observado, además, que los pacientes pasan una media de 17 años desde el inicio del TOC hasta que obtienen el tratamiento adecuado, o que es muy fácil que una persona con la enfermedad oculte sus síntomas. Estos aspectos dificultan aún más su diagnóstico. El TOC viene condicionado por antecedentes familiares. Por la eficacia de los antidepresivos inhibidores de recaptación de serotonina (ISRS) usados en su tratamiento, se cree que se debe a una alteración de la serotonina. Se han encontrado también alteraciones en la función en circuitos cerebrales que comunican a los ganglios basales con la corteza cerebral, en concreto, en una zona denominada núcleo caudado.
El tratamiento se centra en técnicas de exposición y prevención de respuesta para controlar la ansiedad y antidepresivos. Para diagnosticar un TOC, los síntomas deben prolongarse durante más de una hora al día, provocar malestar o alterar de forma significativa la vida cotidiana de quien lo padece.
Durante la infancia, se dan muchos comportamientos obsesivo-compulsivos que no corresponden al trastorno obsesivo compulsivo (TOC). El niño sano desarrolla rituales sin que estos interfieran en el resto de su vida y de su comportamiento. Puede jugar a no pisar las rayas de la acera mientras camina, llevar el día del examen un objeto concreto que considera que le da suerte, mostrarse muy meticuloso con sus pertenencias, ser autoexigente con sus estudios o comprobar que la puerta de la entrada está cerrada cuando se queda solo en casa. Pero este chico es alegre, tiene amigos, es sociable, su proceso de aprendizaje es correcto y va bien en el colegio.
En cambio, estos mismos rituales generan estados de ansiedad, de malestar y de falta de control a menores con un TOC. Cambian su comportamiento y su carácter, bajan su rendimiento escolar y les cuesta hacer amigos. Sus obsesiones se centran en temas sobre la muerte (posibilidad de morir ellos o algún pariente), en las diferencias sexuales entre niños y niñas (creyendo que no deben pensar en ello y que tener estas ideas no está bien), en las enfermedades de sus padres o de ellos mismos, en el miedo a contaminarse o en el temor de equivocarse. Estas obsesiones se corresponden a rituales parecidos a los de los adultos, como lavarse de forma continua, limpiar constantemente, realizar comprobaciones una y otra vez, preocuparse de manera excesiva por el orden, acumular cosas sin desprenderse de nada o repetir de forma incesante una acción para que no pase “nada malo”.
El TOC infantojuvenil puede empezar a manifestarse cuando el pequeño tiene entre ocho y nueve años, aunque se han registrado síntomas a la edad de tres y cuatro años, si bien la edad de inicio más frecuente se sitúa entre los 15 y los 20 años. Aunque la prevalencia ronda el 2%, los expertos consideran que puede ser aún mayor si se tiene en cuenta lo difícil que resulta identificar casos de TOC entre esta población, tanto por ser una enfermedad que los familiares no saben reconocer o “niegan”, como por tratarse de un trastorno psiquiátrico que se desarrolla con frecuencia asociado a otros trastornos psíquicos (e incluso muchos padres lo asocian a “rarezas” o “cosas de niños” que irán pasando con la edad).
Con un tratamiento adecuado, la mejoría del menor es considerable y este acaba por adaptarse y llevar una vida relativamente normal. Para ello es necesario coordinar los esfuerzos de médicos, psicólogos, familiares y profesores, así como conocer las características del trastorno por parte de familiares y maestros para contribuir a su desarrollo y aprendizaje normal.