Las ciudades más avanzadas ya no quieren ser grises, sino verdes. Algunos expertos hablan ya de un movimiento, no organizado, de “ciudades verdes” en todo el mundo. En todas ellas hay un común denominador: tanto sus instituciones como sus ciudadanos son conscientes de que priorizar criterios medioambientales en la vivienda, el transporte, la producción de bienes y servicios o la gestión de los residuos no sólo mejora la calidad de vida, sino que también permite hacer frente a los grandes desafíos ecológicos de la humanidad, como el cambio climático o la energía.
La mitad de la humanidad vive hoy día en zonas urbanas, una cifra que podría llegar al 75% en las próximas décadas. Esta proporción ya se vive en algunos lugares, como Europa, donde cuatro de cada cinco personas son urbanitas. Por ello, las ciudades tienen cada vez más responsabilidad frente a los desafíos medioambientales. Algunas de ellas han empezado a asumir el reto, introduciendo medidas para reducir los residuos, mejorar la calidad del aire, potenciar la movilidad sostenible o ampliar las zonas verdes, convirtiéndose así en un ejemplo para el resto de grandes urbes.
La práctica totalidad de los 800.000 habitantes de Estocolmo cuenta con zonas verdes próximas a su viviendaEn este sentido, la Comisión Europea ha organizado un premio por el que cada año, a partir de 2010, una ciudad de la UE se convertirá en la «Capital Verde de Europa». Los responsables comunitarios quieren así reconocer el trabajo de las ciudades que más esfuerzos están dedicando, de manera que sirvan también como estímulo y modelo para las demás.
Tras estudiar las candidaturas de treinta ciudades, los miembros del jurado decidían recientemente erigir a Estocolmo como la primera ganadora, mientras que Hamburgo será la encargada de sustituirla en 2011. El proceso de selección contó con una fase final con ocho candidatas: Ámsterdam, Bristol, Copenhague, Friburgo, Münster y Oslo. Por su parte, España también propuso varias ciudades (Murcia, Pamplona, Sabadell, Vitoria y Zaragoza), pero en opinión del jurado ninguna de ellas cumplía los estándares medioambientales propuestos para el premio.
Imagen: Christine OlsonLa capital sueca reúne varios aspectos que le han permitido ser la primera «Capital Verde Europea». Por ejemplo, la práctica totalidad de la población (unos 800.000 habitantes) cuenta con zonas verdes próximas a su vivienda. Asimismo, sus responsables institucionales han puesto en marcha una serie de ambiciosos programas para mejorar la calidad del agua y el aire urbano, reducir la contaminación acústica o proteger la biodiversidad. A la hora de combatir el cambio climático, se están tomando medidas para que progresivamente se dejen de utilizar combustibles fósiles, de manera que a mediados de siglo Estocolmo se convierta en una «ciudad de carbono cero».
Por su parte, la ciudad alemana de Hamburgo sucederá a Estocolmo por demostrar que en una gran urbe con cerca de 1,8 millones de personas se pueden tomar medidas con buenos resultados. Así, se ha conseguido mejorar su calidad del aire, y se han reducido las emisiones de CO2 en un 15% con respecto a 1990, de manera que para 2050 se habrán reducido en un 80%. Asimismo, la movilidad sostenible es otro de sus puntos fuertes: además de apostar por el uso de la bicicleta, todos los ciudadanos cuentan con un eficiente sistema de transporte público a 300 metros como máximo de su hogar.
Otros ejemplos de ciudades verdes
Reikiavik ha demostrado que abastecerse por completo de energías renovables es posibleLos ejemplos de ciudades que destacan por su apuesta por el medio ambiente son cada vez más diversos. Un caso modélico y prueba histórica de que las transformaciones «verdes» a gran escala son posibles es Curitiba, en Brasil. En 1972, el arquitecto y urbanista Jaime Lerner se convirtió en alcalde de esta su ciudad natal. Los cambios que planteó fueron de tal calado que en 2002 fue nombrada como una de las cinco ciudades más modernas del mundo. Entre otras medidas, Lerner retiró los coches de la parte central de la ciudad, convirtiéndola en totalmente peatonal; puso en marcha un eficiente sistema de autobuses urbanos que hoy día es utilizado por las tres cuartas partes de su población (2,2 millones de habitantes); y creó espacios verdes en zonas que hubieran acabado convirtiéndose en suburbios marginales.
Por su parte, la capital de Islandia, Reikiavik, ha demostrado que abastecerse por completo de energías renovables es posible, al contar con autobuses con combustible de hidrógeno y suministrar calor y electricidad a sus ciudadanos a partir de la energía geotérmica e hidráulica.
Imagen: Raúl Hernández GonzálezAsimismo, en Estados Unidos, país que no firmó en su momento en Protocolo de Kyoto, empiezan a notarse importantes transformaciones en algunas de sus ciudades. Por ejemplo, Portland, en Oregón, se convirtió en 2005 en la primera ciudad de EE.UU. en fijarse unos objetivos de reducción de las emisiones de CO2 en la línea de Kyoto. A esta ciudad le han seguido otras como Seattle, en Washington, que han convencido a otros municipios estadounidenses para hacer lo mismo bajo el denominado «Acuerdo de Protección del Clima de los Alcaldes de EE.UU.». Otros ejemplos llamativos son los de la ciudad de Austin, Texas, que se está convirtiendo en uno de los principales referentes mundiales en producción de equipos solares; o Chicago, donde sus responsables están invirtiendo cientos de millones de dólares para revitalizar sus parques y transformar sus edificios en más ecoeficientes.
William E. Rees, profesor de la Universidad de British Columbia y creador del concepto de huella ecológica, razona que las ciudades deberían replantearse siguiendo los siguientes patrones:
- Un mayor aprovechamiento de las viviendas, de manera que se reduzca el consumo de suelo, infraestructuras y demás recursos.
- Opciones múltiples para reducir, reutilizar y reciclar, y una población concienciada que las asuma.
- Movilidad urbana libre de coches mediante la inversión en infraestructuras que permitan un tránsito peatonal y en bicicleta, así como un transporte público viable.
- Cogeneración de electricidad para que los ciudadanos también puedan producir su propia energía, así como sistemas que permitan transformar los residuos en energía.
- Mejora de la calidad de vida de los ciudadanos mediante un aire más limpio, un mayor acceso a los servicios y una mayor atención a la producción local. En este sentido, Rees plantea que los nuevos diseños urbanos han de pensar en las ciudades como completos ecosistemas más autosuficientes, una idea que se está llevando a cabo en las denominadas “ciudades de transición“.