¿Comer bien es cuestión de dinero?
No necesariamente. Disponer de dinero ayuda a poder llevar una buena alimentación, pero no toda la gente que lo tiene come bien.
¿El incremento del IPC en los últimos años ha llevado a algunas personas a prescindir de alimentos básicos?
Sí, clarísimamente en barrios y en zonas con menos recursos económicos. El descenso en el consumo se ha notado, sobre todo, en la fruta. También en el consumo de pescado, que ha bajado mucho. En las carnes no tanto.
¿Cómo han sustituido los consumidores estos alimentos básicos?
El problema es que a veces no tienen una sustitución buena. Por ejemplo, hay determinados productos lácteos que llevan complementos de frutas, pero el aporte vitamínico de la poca fruta que lleva un yogur no tiene nada que ver con el de un plátano o una manzana. Estos yogures sí han mantenido un precio razonable, pero no son un buen sustituto de la fruta. También hay pastas, que es uno de los alimentos que más se consumen, con determinados componentes de verduras, pero las cantidades que llevan son mínimas.
¿Los alimentos que incorporan proteínas tampoco son una buena opción?
La solución no es añadir tal o cual complemento a un alimento. La gente sabe lo que es una dieta saludable y sabe lo que tiene que comer, pero si no tiene recursos difícilmente lo va a poder hacer. Cada vez se consumen menos proteínas porque son más caras, pero son imprescindibles para la salud. En este descenso influye también que durante años hemos ido reduciendo el consumo de legumbres, ricas en proteínas. Y las lentejas, las judías o los garbanzos no se han encarecido tanto. Son alimentos que podemos recuperar porque forman parte de una alimentación muy saludable.
¿Qué efectos tiene prescindir de estos componentes básicos de la alimentación?
Hay una repercusión directa en nuestro estado de salud. Por ejemplo, en la población de mayor edad seguir una alimentación pobre en proteínas supone un descenso de la masa muscular y de la fuerza, lo que conocemos como sarcopenia. En los niños, la falta de aporte proteínico baja su rendimiento intelectual, que también hay que tenerlo muy presente.
Comentaba que la gente sabe lo que tiene que comer, ¿pero conoce qué peso tiene la dieta en la salud?
Sabe la teoría. Es verdad que hemos abordado mucho la repercusión que tienen en la salud determinados estilos de vida, como el consumo de alcohol o tabaco, o hacer o no ejercicio físico, y a lo mejor no hemos insistido tanto en que una dieta saludable mejora nuestra salud y la calidad de vida. Habría que insistir en el mensaje de la importancia de una dieta saludable a todas las edades.
Vista la dieta de muchos jóvenes, hacerlo con ellos sería todo un reto.
A muchos jóvenes hay que decirles que se puede tomar una hamburguesa, pero no se puede vivir comiendo hamburguesas todo el tiempo, aunque sean baratas. Muchos jóvenes para ver si hacer turismo en un país es barato se fijan en el precio de las hamburguesas. Los precios bajos son un gancho, sobre todo, para la gente joven, pero lo que conseguimos al final es instaurar hábitos poco saludables.
El exconsejero de Sanidad del País Vasco, Rafael Bengoa, señalaba hace poco que «una población sana es una economía sana». ¿Le parece necesario un análisis del impacto económico de los cambios en la dieta?
Sin duda. En España lo hicimos en la Estrategia Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad (NAOS), pero con el tiempo ha caído en el olvido. Las estrategias en salud no se implantan en tres o cuatro años, hay que insistir mucho en las medidas que proponen. En estos momentos, para abordar la obesidad se ha optado por incrementar las intervenciones de cirugía bariátrica, y no es la solución.
¿Por dónde debería ir esa solución?
Por una nutrición saludable. Sin duda, la cirugía bariátrica es necesaria, pero hay que apostar por la prevención de la obesidad debido a los efectos que tiene en la salud de la población y en la economía de un país. Lo vemos en las zonas en vías de desarrollo: si alimentas bien a la población, aumenta la esperanza de vida y disminuye la mortalidad infantil, y eso se traduce también en riqueza para el país. Igual que se hace con las vacunas, convendría hacer un análisis económico y valorar por cada euro que destinamos a campañas de alimentación saludable cuánto revierte económicamente a la población.
¿Hay grupos especialmente vulnerables, además de las personas mayores, que han tenido que reducir la calidad de su alimentación por el alza en los precios?
En la Estrategia NAOS se vio que en las familias con ingresos menores a 1.000 euros al mes había más problemas de obesidad y desnutrición. En la situación que vivimos ahora cabe deducir lo mismo. El nivel de ingresos tiene una repercusión clara y evidente en la salud de la población. Por otra parte, a menor nivel de ingresos, mayor consumo de alcohol. Todo va ligado. A esas familias hay que ayudarles.
¿Habría que implantar el IVA del 0 % en algunos alimentos?
Sí, lo tengo claro. Igual que en sanidad tenemos medicamentos esenciales, habría que crear la categoría de alimentos esenciales que tuviesen un IVA del 0 %. Que el arroz o la leche no tuviesen carga impositiva sería fundamental para facilitar el acceso de las familias, muchas de ellas inmigrantes, a esos alimentos básicos.
¿Es partidario de gravar fiscalmente algunos productos poco saludables para desincentivar el consumo?
Sí, también. Hay que ser mucho más proactivos. Se ha hecho con el alcohol, pero no suficientemente. El de alta graduación tiene un impuesto mayor, pero hay otras bebidas, como el vino o la cerveza, con precios muy bajos. Y, claro, la gente las compra. Por otra parte, hemos habituado a los niños a que consuman bebidas gaseosas en las comidas. No tiene ninguna lógica. Yo he comido toda mi vida con agua y ahora hay muchas familias que no conciben comer sin bebidas con azúcar. Conviene recordar algo obvio: tomar agua en las comidas es tremendamente saludable.
Muchos de estos niños comen durante el curso en el colegio. ¿Esa comida aprobaría un examen nutricional?
Es un tema esencial porque muchos niños es la única comida saludable que hacen durante el día. Hace años hicimos un estudio que financió el Ministerio de Agricultura analizando la comida que se ponía en los colegios, y vimos que era muy equilibrada. Tal vez no era la mejor en cuanto a sabor, pero tenía el equilibrio perfecto de hidratos, vitaminas, proteínas y otros nutrientes. Lo curioso es que cuando a estos niños (final de Primaria) les preguntábamos qué cenaban, contestaban que tres días a la semana tomaban un bocadillo de embutido viendo la televisión. Es decir, el problema de la alimentación infantil no está en los colegios.
En los jóvenes tienen mucho impacto algunos influencers. ¿Pueden ser una buena vía para transmitir hábitos saludables?
Hay que recurrir a líderes sociales y también a estos influencers, porque son una forma nueva de llegar a determinados grupos sociales. Tan importante como tomar medidas es difundirlas. La gente lo va a valorar y agradecer.
¿Cómo se pueden abordar problemas de salud pública, como la obesidad infantil o la prevalencia de algunos tipos de cáncer que tienen que ver con la dieta, si no se trata el problema del acceso a una alimentación saludable?
Es un factor imprescindible porque el cáncer de mayor prevalencia es el colorrectal y su principal causa es la mala alimentación. El test de detección de sangre en heces a partir de los 50 años está muy bien, pero hay que insistir en que la forma de prevenir es comiendo de forma saludable toda la vida. Esa relación, que es la más evidente, deberíamos darla a conocer.