Tan antiguos son los chupetes como la controversia que genera su uso. Sus defensores subrayan que puede calmar la ansiedad y el estrés en los más pequeños. Incluso se ha recomendado para reducir el riesgo de muerte súbita. Sus detractores, en cambio, aseguran que interfiere en la alimentación materna porque puede confundirse con el pezón. Ahora se afirma también que podría afectar al desarrollo del lenguaje.
Aporten beneficios o no, durante las últimas décadas, el estilo de vida de la sociedad ha favorecido un aumento destacado del uso de biberones y chupetes. Parece haber consenso en que estos, si se retiran a una edad adecuada, no tienen por qué interferir en el desarrollo normal de los dientes, aunque siempre conviene informarse sobre un uso prudente.
El aumento de este tipo de productos concede relevancia a un estudio elaborado por la Corporación de Rehabilitación Club De Leones Cruz del Sur (Chile) y la Universidad de Washington (EE.UU.), publicado en la revista «BioMed Central Pediatrics». Los resultados indican que el uso del chupete durante demasiado tiempo e, incluso, algo tan habitual como chuparse el dedo o tomar el biberón, podrían ser conductas perjudiciales para el desarrollo del lenguaje en los niños.
Los investigadores evaluaron las asociaciones entre los hábitos de succión y alimentación y los trastornos del lenguaje en preescolares de entre tres y cinco años. Los resultados mostraron que retrasar el uso del biberón hasta que el niño tenía al menos nueve meses reducía el riesgo de desarrollar trastornos del lenguaje en edad preescolar. Por otro lado, los menores que succionaron sus dedos o utilizaron un chupete durante más de tres años mostraron ser hasta tres veces más propensos en el desarrollo de trastornos del lenguaje. Los efectos perjudiciales de estas conductas se concretaron en dificultades para pronunciar ciertos sonidos de palabras o para simplificar su pronunciación.
Ejercitar músculos
El uso habitual del chupete impide ejercitar los músculos de la cavidad oral necesarios para el habla
La hipótesis de los investigadores se basa en que los niños, cuando se chupan el dedo o usan de manera habitual chupete o biberón, no ejercitan todos los músculos de la cavidad oral. Esto impide que no desarrollen completamente la capacidad para el habla. Por el contrario, durante la lactancia materna, el bebé ejercita todos los músculos de la boca, cara y la lengua, y logra una mejor capacidad de habla. Estudios anteriores ya habían revelado que el amamantamiento es beneficioso en el desarrollo de la respiración coordinada, el acto de tragar y la articulación del habla.
Aunque los científicos apuntan que los resultados del estudio proporcionan más evidencias sobre los beneficios de una duración mayor de la lactancia en los bebés, advierten de que los resultados deberían ser interpretados con precaución porque se trata de datos observacionales.
Acto reflejo
El hábito de succión de los niños pequeños se debe a un reflejo natural. El deseo de chupar está relacionado con la capacidad de supervivencia, ya que le permite alimentarse y crecer. Puesto que es un mecanismo reflejo, es fácil observar que el niño simula la succión, después de haber terminado la toma. De la misma manera, durante las primeras semanas, es probable que repita este gesto cuando se le acerque algo a la boca. Es un error frecuente interpretar esto como una falta de aporte en la alimentación del niño.
Los bebés experimentan una sensación de seguridad derivada de la succión. Les relaja y tranquiliza porque consiguen una sensación placentera y reconfortante. Por este motivo, no se le debe forzar a interrumpir este «chupeteo». El efecto relajante es tal que permanece mucho más allá de los primeros meses de vida, cuando el reflejo de succión ya no es necesario en su función nutricional: es frecuente encontrar a niños de tres o cuatro años con un chupete o que chupan el dedo.
La Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPAP) considera que la edad ideal para retirar el chupete ronda los tres o cuatro años. Ya en la segunda mitad del primer año se debe comenzar a limitar su uso y, durante el segundo año, conviene restringirlo a algunas situaciones, como ir a dormir o en estados de estrés emocional. No está demostrado que resulte mejor una retirada paulatina.
No se recomienda recurrir a castigos o medidas humillantes para forzar el abandono de este hábito. En lugar de reprender al niño cuando lo use, hay que alabarle si no lo hace, como refuerzo positivo. También se recomienda negociar con ellos, establecer retos para dejar de utilizarlo (el día de su cumpleaños, las próximas vacaciones…) o trueques. Es imprescindible no obsesionarse ni impacientarse. En el caso de niños más mayores, puede funcionar el discurso del propio pediatra o dentista. Estos le pueden explicar qué podría pasarle a su boca si usan durante mucho tiempo el chupete. Si tras conseguir que dejen de utilizarlo vuelven a pedirlo, no hay que caer en el error de devolvérselo.