El dolor de las articulaciones es uno de los males de nuestro tiempo. Con los años, se resienten y sufren, un malestar acentuado por la predisposición genética, una vida sedentaria o trabajos mecánicos y repetitivos. La nutrición de los huesos y los tejidos de sostén (cartílago, tendones y músculo) es clave, no tanto para evitar el mal como para aliviar y frenar los molestos y continuos dolores. La dietoterapia da prioridad a la selección de alimentos con una composición definida para la nutrición de las articulaciones y con efecto antiinflamatorio, que se apoya a menudo en complementos dietéticos específicos. La acumulación orgánica de metales pesados u otros tóxicos y el exceso de ácido orgánico se postulan también como causas de la degeneración articular. Una dieta limpia, depurativa y alcalinizante es fundamental para forzar la eliminación de los tóxicos, neutralizar la acidez y mejorar la calidad de vida de las personas afectadas.
Una dieta limpia y depurativa exige tener muy clara la selección de los alimentos, que tienen que ser lo más naturales posibles, con el menor procesado y, siempre que sea posible, ecológicos u orgánicos. Se prescinde de los acidificantes (en su metabolismo generan ácidos) que, en mayor medida, son el azúcar, los alimentos azucarados y el exceso de proteínas de la dieta (sobre todo animal), el café y el alcohol y los alimentos refinados (conviene optar por los integrales, en especial los biológicos).
Deben consumirse con mesura los lácteos y demás alimentos ricos en proteína animal
Además, deben consumirse con mesura los lácteos y el resto de alimentos ricos en proteína animal, porque el exceso de ésta conlleva riesgo de acidosis (disminución del pH). La creencia de los beneficios de consumir más lácteos para fortalecer los huesos y prevenir fracturas o degeneración ósea no está justificada porque no resulta efectiva. El consumo de frutas (no ácidas) y hortalizas (excepto las solanáceas como el tomate, pimiento, berenjena y patata) proporcionan sales orgánicas de potasio, de magnesio y bicarbonatos, todos ellos con efecto amortiguador.
Las verduras de hoja verde son ricas en vitamina K, un cofactor esencial para la actividad de los osteoblastos (células que sintetizan tejido óseo). Se ha constatado que la deficiencia de antioxidantes como las vitaminas C y E (además de la D por su papel en el metabolismo óseo), también contribuye a que se desarrolle este mal. En consecuencia, el consumo de antioxidantes naturales a través de los vegetales puede tener efecto protector del hueso porque actúan como depurativos. Para el tratamiento de la artritis reumatoide se estudia como coadyuvante el uso de complementos antioxidantes (vitamina C y E) que, como apuntan las últimas investigaciones, se relacionan de manera inversa con la enfermedad, es decir, a más vitaminas menos riesgo. El resultado tras seguir este plan dietético es una mejoría en las dolencias articulares.
Cuidada combinación de alimentos
El dolor intenso e incapacitante por la degeneración articular cursa con una serie de cambios fisiológicos que comienza con leves molestias en las zonas afectadas (rodillas, cervicales, manos y dedos) y la posterior inflamación hasta la fase de degeneración, que se asocia a dolor y malestar crónico. Antes de llegar hasta el punto de no retorno, como es la artritis reumatoide o la artrosis, la nutrición y la dieta pueden paliar las molestias y el dolor, e incluso retrasar la degeneración. Este logro será más seguro y eficaz al cuidar la dieta desde la juventud, si se tienen antecedentes familiares que predisponen a sufrir mal de articulaciones en el futuro.
La dieta para el mal de huesos se configura a partir de las siguientes premisas: alimentos que nutren de manera específica las articulaciones, con efecto antiinflamatorio y con capacidad alcalinizante y depurativa.
Nutrición de huesos y tejidos de sostén. La deficiencia de ciertos nutrientes afecta al mantenimiento de las articulaciones. El azufre forma parte del colágeno (como sulfato de condroitina y sulfato de glucosamina), tejido de sostén, por lo que su deficiencia crónica puede ser la causa de fuertes molestias que se sienten tras el movimiento articular. Se garantiza su aporte si la dieta incluye ajos, cebolla, puerros, espárragos, coles y cantidades modestas de huevos, carnes y pescados blancos (ambos dejan menos residuo ácido que las carnes rojas o los pescados azules). El hueso necesita un aporte seguro y proporcionado de minerales como el calcio (menos lácteos y más vegetales ricos en este mineral como frutos secos y semillas, frutas desecadas, legumbres y algas), el fósforo (quesos de cabra, curados o fundidos, carnes y pescados) y el magnesio (frutos secos y semillas, frutas desecadas, legumbres y verduras de hoja verde). El aporte exagerado de uno u otro (en particular más fósforo que calcio, o más calcio que magnesio) desencadena desmineralización ósea, con el consiguiente empeoramiento de la enfermedad, ya degenerativa.
Efecto antiinflamatorio. El aporte extra de complementos ricos en omega-3 o en determinados ácidos grasos omega-6 (ácido-dihomo linolénico, ácido araquidónico) se postula como coadyuvante en los estados de inflamación articular, al inhibir las prostaglandinas, sustancias químicas mediadoras en el proceso de inflamación. Parece ser que cuando el proceso inflamatorio ya se ha dado, reducirlo sólo con alimentos ricos en este tipo de grasas no es suficiente y sería preciso el uso prudente de estos complementos.
Alcalinizante y depurativa. Una dieta de estas características desempeña un rol determinante porque se consigue una mayor depuración orgánica.
Imagen: Ofer Deshe
Un exceso mantenido de metabolitos ácidos en el organismo puede derivar, con el tiempo, en una enfermedad crónica a consecuencia de estados sostenidos de acidez que se asocian a hipercalciuria (mayor eliminación de calcio por la orina) y, por ende, a un equilibrio negativo de calcio en los depósitos corporales.
Un exceso de ácido úrico por un consumo elevado de proteína animal genera un medio ácido que obliga al organismo a neutralizarlo. Para ello, recurre a las reservas alcalinas (el calcio de los huesos), con la consiguiente desmineralización ósea. Para “visualizar” los efectos perjudiciales de una dieta acidificante en la reserva ósea y, por tanto, en su salud e integridad, sirve el siguiente experimento. Se sumerge un huevo (su cáscara está formada por carbonato de calcio) en agua con limón o vinagre (acidifican el medio). A medida que transcurren las horas, la cáscara se ablanda y se descompone porque el calcio pasa al medio para actuar como alcalinizante. El ajuste de la alcalinidad en el organismo mediante la dieta permite una buena densidad ósea y conduce a una eliminación más eficaz de las toxinas del cuerpo.