La salud es el resultado del equilibrio entre cuerpo y mente. Por este motivo, cada vez se da mayor énfasis a los aspectos psicológicos, tanto en la salud como en la enfermedad. Se ha evidenciado que las personas que se sienten felices y contentas son menos vulnerables al desarrollo de enfermedad cardiaca coronaria, comparadas con quienes tienden al pesimismo, la depresión o a sentirse desgraciadas. En este artículo se explica por qué tener una actitud positiva alarga la vida y, en caso de enfermedad, ayuda a reforzar el sistema inmunitario, un aspecto que se debe tener en cuenta, sobre todo, durante el periodo de recuperación de algunas enfermedades, como el cáncer.
Emociones y salud de la mano
Sentirse feliz y ser entusiasta es un punto a favor contra el riesgo de desarrollar enfermedad cardiaca
Es evidente que las emociones influyen en la salud. Por un lado, las positivas ayudan a resistir dificultades y facilitan la recuperación tras una enfermedad. Por otro, las negativas, como la hostilidad, la ira, el estrés, la depresión o la tristeza hacen a las personas más vulnerables frente al desarrollo de determinadas dolencias. Ahora, por primera vez, se ha demostrado la relación inversamente proporcional entre enfermedad cardiaca coronaria y emociones positivas.
Para llegar a este argumento, el equipo de Karina Davidson, del Centro de Salud Cardiovascular Conductual de la Universidad de Columbia, en Nueva York (EE.UU.), evaluó el riesgo de enfermedad cardiaca en 862 hombres y 877 mujeres, que siguieron durante 10 años, y analizaron los síntomas de depresión, ira, preocupación y grado de expresión positiva. Las conclusiones, publicadas en la revista European Heart Journal, son claras: sentirse feliz y ser entusiasta es un punto a favor contra el riesgo de desarrollar enfermedad cardiaca. Sin embargo, los expertos insisten en que para realizar recomendaciones faltan todavía más ensayos clínicos que lo corroboren.
Ser optimista, clave para una larga vida
Tener una actitud optimista no solo permite disfrutar mejor de la vida, sino que también la alarga en el tiempo. Ésta es una de las conclusiones que ya se extrajo en la Reunión Anual de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, en el curso ‘Emociones y Bienestar’. La felicidad mejora la calidad de vida de las personas, protege su sistema inmune (que identifica y elimina las células patógenas y tumorales del organismo) contra enfermedades y ayuda a recuperarse de determinadas patologías.
Además, ante manifestaciones de impaciencia, irritabilidad u hostilidad se eleva la tensión arterial, uno de los factores de riesgo cardiovascular. Incluso, para algunos autores, la relevancia de los aspectos psicológicos constituye un riesgo tan significativo como el hábito tabáquico, la hipercolesterolemia o la misma hipertensión.
La evidencia científica disponible sostiene estos argumentos sobre las emociones. En el ámbito oncológico, hay investigaciones que demuestran la relación entre las expectativas positivas de los pacientes con cáncer y los resultados clínicos que se obtienen. En situaciones de riesgo de cáncer hereditario, como el de colon, tanto el paciente como la familia manifiestan altas dosis de estrés. Por este motivo, en unidades de consejo genético, la tarea de los psicooncólogos es promover la actitud positiva ante la patología.
Actitud positiva para luchar contra el cáncer
Una actitud pesimista provoca una salud física más frágil, más depresión y un rango de mortalidad mayor
Una investigación del Hospital Universitario 12 de Octubre, realizada por el servicio de Oncología Médica y la Unidad de Psicooncología, muestra la relación entre la adaptación psicosocial del paciente con cáncer y su familia. Para su desarrollo, se utilizaron un cuestionario sociodemográfico y clínico, la escala de Ansiedad y Depresión Hospitalaria (HDA), el Cuestionario de Calidad de Vida (CCV) -que mide la satisfacción general- y el APGAR familiar que analiza el funcionamiento del grupo familiar.
Los resultados reflejan que la ansiedad de la familia es superior a la del paciente. Las dos partes se adaptan de forma distinta a la situación patológica, de ahí que los psicólogos deban atender sus necesidades de manera conjunta y también de forma independiente, además de fomentar una buena comunicación afectiva o emocional entre las dos partes implicadas. No es fácil porque, a menudo, los temas asociados con las emociones o con la muerte dificultan la comunicación entre los miembros de una familia, por muy unidos que estén, pero si el paciente percibe tan bien como sea posible su situación, la familia también lo hace y mejora la vivencia de la enfermedad y la calidad de vida.
En la misma línea están los resultados de un estudio publicado en Journal of Clinical Oncology en 2003, que señalaba que una actitud optimista predice la supervivencia en un año, tras el diagnóstico en pacientes con cáncer de cuello y cabeza. Según los investigadores, los pacientes más optimistas tenían más posibilidades de vivir después del primer año del diagnóstico. Para los especialistas, las conclusiones son evidentes: el pesimismo como actitud de vida provoca una salud física más frágil, más depresión y un rango de mortalidad mayor.
A pesar de que algunos estudios ya apuntaban que momentos álgidos de estrés podían provocar muerte súbita en personas en riesgo, un estudio reciente publicado en la revista Journal of the American College of Cardiology asegura que enfadarse provoca tales cambios en la actividad eléctrica del corazón, que se podrían predecir futuras arritmias ventriculares letales y, en consecuencia, paradas cardiacas repentinas, sobre todo en pacientes con alteraciones cardiacas previas, como son quienes portan un desfibrilador automático implantado.
Especialistas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale (EE.UU.) sometieron a un test de estrés a 62 pacientes con desfibrilador automático y antecedentes de enfermedad coronaria o cardiomiopatía dilatada. En esta prueba se les preguntaba por alguna situación reciente en la que hubieran manifestado mucho enfado o irritabilidad. Se analizaron los registros de electrocardiograma y se siguió durante 37 meses a los pacientes para establecer cuál de ellos tenía arritmias que era necesario interrumpir con desfibrilación.
El estudio concluyó que las emociones fuertes incrementan la excitación del sistema nervioso simpático (relacionado con situaciones de emergencia y con la respuesta de lucha o huida, inhibe el tracto digestivo, dilata las pupilas y acelera la frecuencia cardiaca y respiratoria) y que los pacientes a quienes se inducía el enfado tenían más probabilidades de experimentar arritmias.
Los especialistas sugieren, por tanto, que los ensayos de electrografía, junto con nuevos test de estrés mental, podrían ayudar a seleccionar mejor a los pacientes con arritmias que se pueden beneficiar de la implantación de un desfibrilador y de la ayuda de un profesional que ofrezca herramientas para un mejor manejo del mal humor.