El bisfenol A, un compuesto habitual en plásticos de uso común, muchos de ellos de uso alimentario, ha sido de nuevo puesto en duda por la comunidad científica. Un estudio publicado en la última edición de Current Biology evidencia por primera vez que dosis muy bajas de este compuesto son suficientes para causar anormalidades en el desarrollo embrionario de ratones.
Bastan concentraciones de 0,02 partes por millón durante cinco a siete días, una cantidad prácticamente indetectable por métodos de análisis convencionales, para que los embriones de ratones de laboratorio presenten una poco común aunque más frecuente de lo deseable anormalidad denominada aneuploidía. En esencia, un error en el mecanismo natural de división celular que se traduce en alteraciones cromosómicas asociadas a la aparición de anormalidades en el feto o a enfermedades de base genética como el Síndrome de Down o distintas formas de cáncer.
No es esta la primera vez que se publican resultados que asocian al bisfenol A con anormalidades genéticas o cromosómicas. Pero sí que es la primera en la que la relación se establece inequívocamente: nunca antes se había probado que esta sustancia fuera la responsable de alteraciones patológicas graves y que bastara una exposición mínima, prácticamente inapreciable, para desencadenarlas.
Esto es precisamente lo que ha puesto de manifiesto el equipo liderado por Patricia Hunt, investigadora de la Universidad Case Western Reserve (EEUU), en su artículo publicado en la revista Current Biology y cuyos resultados han sido ampliamente destacados por otras publicaciones científicas de gran impacto como Nature.
Motivos para ello no faltan. Como destacan los editores de Nature, el bisfenol A es un compuesto químico que lleva años empleándose de forma regular en la fabricación de numerosos productos plásticos gracias a su capacidad como estabilizante. Entre otros muchos, el bisfenol A se emplea en la constitución de resinas epoxi, alquilfenoles, poliéster-estirenos y algunas resinas de poliéster. Estos plásticos son habituales en envases para alimentos, botellas destinadas a bebés, envases plásticos retornables de zumos, leche y agua e incluso contenedores para microondas y utensilios de cocina.
Descubrimiento casualComo describe Hunt en su artículo, el descubrimiento de los efectos del bisfenol A en los embriones de ratones de laboratorio fue un tanto casual. La investigadora, junto con Terry Hassold, consta como una de las más destacadas en la comunidad científica estadounidense en el estudio de fenómenos de aneuploidía y, en especial, de los que conducen a la aparición del Síndrome de Down. En una de sus investigaciones con animales de laboratorio apreció un incremento inusual del número de anormalidades cromosómicas sin que existiera una causa aparente que las provocara.
Una revisión en profundidad del procedimiento empleado reveló que el uso inapropiado de un fuerte detergente para limpiar los contenedores de plástico donde tomaban agua los ratones era la única explicación posible para la aparición de tantos casos anormales. Descartado el propio detergente, los investigadores llegaron a la conclusión de que tenía que tratarse de alguno de los compuestos del recipiente, elaborado, como otros muchos, con policarbonatos plásticos. Tras diversos estudios, Hunt y Hassold concluyeron que el detergente había provocado la migración de pequeñas concentraciones de bisfenol A y que la exposición durante pocos días a bajísimas dosis era suficiente para provocar un aumento de los casos de aneuploidía. Dicho de otro modo, que pequeñísimas concentraciones de este compuesto habían pasado al agua de bebida de los ratones y que, como consecuencia, el desarrollo de sus embriones se había visto alterado.
A pesar de haber constatado la evidente relación causa-efecto, Hunt se muestra cauta en sus conclusiones. «Todavía es pronto para correlacionar este efecto en humanos», ha declarado a EurekaAlert, una de las principales agencias de noticias científicas en el mundo. De hecho, señala la investigadora, se desconocen los mecanismos biológicos que conducen a la aparición de anormalidades cromosómicas y no hay evidencias de que los mismos efectos puedan darse en humanos. No obstante, agrega, «hay enormes similitudes» en el desarrollo embrionario de ratones y humanos (los ratones están considerados el mejor modelo en este tipo de estudios), por lo que las sospechas «deberían ser tomadas en consideración» para poner en marcha investigaciones específicas destinadas a aclarar este extremo.
Por otra parte, el estudio de Hunt es «consistente», según Nature, con los resultados obtenidos en Alemania y Japón en investigaciones orientadas a establecer dosis seguras en humanos. Los resultados de Hunt van en este punto más lejos: «las dosis consideradas seguras deben revisarse», asegura.
Motivos de preocupación Diversos estudios sugieren que la acción del bisfenol A sobre el programa de división celular es indirecto. Debido a su acción estrogénica, se sospecha que actúa de alguna forma en el llamado medio ambiente celular causando una alteración en alguna ruta biológica que, en determinadas circunstancias, desencadena la aparición de anormalidades cromosómicas.
Sea cual sea el mecanismo, lo cierto es que la publicación de estos resultados añade nuevos motivos de preocupación. Entre otras razones, porque el bisfenol A está considerado un potente estrógeno artificial y porque su presencia en el medio ambiente es extraordinariamente alta.
El bisfenol A fue sintetizado en la década de los treinta como estrógeno sintético. La aparición del dietilbisterol en la misma época, desplazó este tipo de investigaciones hasta que se descubrió que actuaba como estabilizante en la elaboración de policarbonatos plásticos empleados en envases y contenedores de uso común en la industria alimentaria y en el hogar. Estudios posteriores revelaron su utilidad como ingrediente inerte en pesticidas, en especial funguicidas, así como en productos antioxidantes, retardadores de llama (como los usados en equipos informáticos) y estabilizantes de PVC. Su amplio uso, por tanto, asegura una extraordinaria difusión en el medio ambiente.
Por otra parte, distintos estudios publicados en los últimos años han evidenciado la relación de este compuesto con alteraciones del ciclo hormonal. Entre otros, investigadores alemanes han puesto de manifiesto la presencia de altas dosis de bisfenol A en sangre y cordón umbilical de mujeres embarazadas y han correlacionado su presencia con la aparición de anormalidades en fetos y recién nacidos. También se ha correlacionado el compuesto con un incremento de cáncer de próstata , de mama y malformaciones reproductivas en distintas especies animales y en humanos.
ESTRÓGENOS ARTIFICIALESEl bisfenol A se encuadra en la categoría de los denominados estrógenos artificiales o, como se les ha venido denominando más recientemente, disruptores endocrinos. En general, se trata de productos químicos que mimetizan la acción de los estrógenos naturales (por ello se llaman también xenoestrógenos) y que interfieren en la acción del ciclo hormonal natural.
Los efectos nocivos de estas alteraciones llevan evidenciándose desde la década de los 60 en forma de anormalidades genéticas en distintas especies animales. Últimamente, los estrógenos artificiales se han vinculado también al cambio de sexo en peces en distintas zonas del planeta, en especial, en ríos ingleses, alemanes y estadounidenses, donde se ha comprobado la alteración de órganos sexuales de ejemplares machos, sobre todo en truchas. Un equipo dirigido por Damià Barceló, investigador del Centro de Investigación y Desarrollo (CID) del CSIC en Barcelona, demostró hace unos años que este mismo efecto se produce en carpas de ríos españoles y portugueses.
El trabajo de Barceló, en colaboración con un equipo danés, tomó en consideración los niveles de vitelogelina en ejemplares macho. La vitelogelina es una proteína cuya presencia en el organismo está regulada por los niveles de estradiol circulante en sangre. El estradiol es una hormona encuadrada en el grupo de los estrógenos.
El estudio demostró que los niveles de vitelogelina en carpas macho alcanza niveles que oscilan entre el 30% y el 40%. Los valores considerados normales se sitúan alrededor del 10%. Estas elevadas concentraciones provocan alteraciones del sistema reproductor de los peces, además de la adquisición de atributos femeninos. Dicho de otro modo, los peces macho “se feminizan”. En estas condiciones, pierden su capacidad para procrear con lo que la población existente se extinguirá en unas pocas generaciones.
El estudio se centró en las concentraciones de nonilfenol en aguas dulces españolas y portuguesas. En el mismo trabajo se consideró la presencia de alquilfenoles y otras sustancias de probados efectos estrogénicos. El bisfenol A forma parte de la composición de muchos alquilfenoles.