La reanimación cardiopulmonar consiste en combinar técnicas para oxigenar los pulmones y mantener la circulación de la sangre. Es un método muy efectivo que se emplea como primeros auxilios ante un paro cardiorespiratorio y que ha salvado muchas vidas entre la población adulta. También se aplica a los bebés, aunque por lo general estos solo necesitan que se les coloque la cabeza en una buena posición para volver a respirar de manera espontánea y no llegar al paro cardíaco.
La reanimación, como todo, es mucho más eficaz cuando la realizan personas entrenadas, de modo que el primer paso siempre es pedir ayuda profesional. Sin embargo, hay que considerar que en situaciones límite el tiempo es un factor decisivo y, por lo tanto, las acciones que se ejecutan hasta la llegada de los médicos son vitales. Para quienes no hayan efectuado un cursillo, conviene al menos conocer el «ABC» de la reanimación, que en los bebés tiene algunas peculiaridades muy importantes.
A, de aire: apertura de las vías respiratorias
El primer paso es intentar que el aire llegue sin dificultad a los pulmones. Para ello hay que:
- Colocar al bebé boca arriba sobre una superficie dura y plana, de modo que su espalda se mantenga recta, y descubrirle el pecho.
- Inclinar muy ligeramente su cabeza hacia atrás (siempre que no se tema una lesión cervical). Esta se empuja con una mano, mientras se le levanta la barbilla con los dedos de la otra, con cuidado de que no se le cierre la boca. En esta posición, la base de lengua no obstruye la tráquea.
- Comprobar durante 10 segundos si respira. Poner el oído cerca de su boca y nariz, observar a la vez el pecho y tratar de sentir en la mejilla el movimiento de aire.
B, de boca: respiración boca a boca y nariz
Cuando el bebé no respira, pese a haberle despejado las vías respiratorias, se debe iniciar de inmediato la respiración boca a boca, que en el caso de los bebés abarca también su nariz. Para ello es necesario:
- Mantenerle con la boca abierta y el cuello levemente extendido, en la posición descrita.
- Coger un poco de aire, respirar y cubrir con la boca la nariz y la boca del niño.
- Soplar muy lenta y suavemente, espirar el aire de forma natural durante un segundo o segundo y medio, hasta que se le levante algo el pecho.
- Separar la boca para dejar que salga el aire y repetir tres veces seguidas, tan pronto como le baje el pecho.
- Poner el oído para escuchar el corazón del niño o tomarle el pulso si se sabe hacerlo. Si late, continuar a un ritmo de unas veinte respiraciones por minuto (una cada tres segundos) y comprobar cada minuto que el corazón aún late.
Algo muy importante que se debe tener en cuenta es que si el pecho del bebé no se levanta tras dos intentos con la cabeza en la posición correcta, es posible que algo obstruya las vías respiratorias. En este caso, deben aplicarse las maniobras indicadas para la asfixia.
C, de corazón: masaje cardíaco
Este paso debe efectuarse si no se oyen latidos tras haber iniciado la respiración artificial. Pero, ¿de qué modo?
- Siempre se mantiene la cabeza en la misma posición, se colocan los dedos medio y anular de una mano en el centro del pecho, en la mitad del esternón (no en su punta), no más de un dedo por debajo del nivel de las mamas.
- Hacer cinco compresiones rápidas, de forma suave y rítmica, con suficiente fuerza como para deprimir el tórax unos dos centímetros, luego una respiración boca a boca y después otras cinco compresiones.
- Seguir a este ritmo (cinco compresiones y una respiración cada tres segundos) y comprobar cada minuto si ya se sienten los latidos cardiacos. Cuando eso ocurra, seguir con la respiración boca a boca hasta que el bebé respire también por sí solo.