Desde que está en el útero materno, el bebé alterna ritmos de sueño y vigilia de manera natural. Una vez que nace, sus ciclos y fases del sueño funcionan de forma muy diferente a la de los adultos. El sueño del recién nacido es más activo durante los tres primeros meses de vida. A partir del tercer mes los ciclos de descanso se alargan y el sueño profundo aumenta; y con medio año, ya comienza a parecerse al del adulto. Este artículo analiza las fases del sueño en los bebés y sus funciones.
El sueño del recién nacido, ¿cómo funciona?
El sueño del bebé, desde que nace hasta que alcanza los primeros dos o tres meses de vida, tiene unas características específicas. La ‘Guía de Práctica Clínica sobre Trastornos del Sueño en la Infancia y Adolescencia en Atención Primaria’ (editada por el Ministerio de Sanidad), diferencia tres tipos de sueño distintos en los recién nacidos durante esta primera etapa de vida:
Sueño activo: durante él hay movimientos corporales y oculares rápidos en el bebé. Representa el 60% del tiempo de sueño total del niño a esta edad.
Sueño tranquilo: el pequeño está más relajado, con los brazos y piernas flexionados.
Sueño indeterminado: no cumple con las características del sueño activo ni del sueño tranquilo.
El recién nacido es capaz de dormir más de 16 horas al día
Durante estos primeros meses, el bebé puede dormir más de 16 horas al día. Distribuye su sueño a lo largo de la jornada combinándolo con periodos de vigilia. El sueño se presenta en varios ciclos (tres o cuatro) de unos 50 o 60 minutos de duración cada uno, en los que alterna una secuencia de sueño activo, seguida por otra de sueño tranquilo.
El descanso del bebé a partir de los tres meses
El niño, a partir de los dos o tres meses, combina etapas de sueño denominadas fases REM (Rapid Eye Movement, fases de movimiento rápido de ojos), que se caracterizan porque, durante ellas, el pequeño presenta una respiración y un ritmo de latidos cardiacos irregulares, con fases de sueño No-REM, un sueño más tranquilo y profundo. Durante la fases REM, el bebé experimenta movimientos oculares rápidos (de ahí su nombre) y muecas faciales, como sonrisas y chupeteos.
Los ciclos de sueño de estos bebés se alargan hasta los sesenta e, incluso, setenta minutos. Y, a diferencia de lo que ocurre en los recién nacidos, se inician con una fase de sueño tranquilo (No-REM), a la que sigue una fase de sueño más activo (REM). El pediatra Gonzalo Pin, director de la Unidad Valenciana del Sueño Infantil, destaca en su informe ‘Particularidades de los trastornos del sueño en la edad pediátrica’ la importancia de esta edad «para el inicio de posibles problemas del sueño«.
El sueño a partir de los seis meses
Las horas de sueño del bebé disminuyen a medida que se hace mayor. Pin apunta en su estudio que, a los seis meses, el tiempo que el niño dedica a dormir oscila entre las trece y las catorce horas. Y las fases de sueño REM, más activo y menos profundo, se reducen a la mitad (30%).
A partir de los ocho meses, el sueño comienza a ser muy parecido al del adulto
A partir de los ocho o diez meses, la organización de los ciclos del sueño comienza a ser muy parecida a la del adulto. A esta edad, las fases REM (que se entremezclan con las fases de descanso más tranquilo) representan el 25% del sueño total del bebé y los ciclos se alargan hasta alcanzar una duración de alrededor de 90 minutos, muy similar a la de los adultos.
¿Tienen los mismos efectos las distintas fases del sueño del bebé? La ‘Guía de Práctica Clínica sobre Trastornos del Sueño en la Infancia y Adolescencia en Atención Primaria’ señala que, al ser diferentes las fases REM y No-REM, su función también varia. Mientras que el sueño No-REM, más tranquilo, sirve para restaurar las energías gastadas durante el día y para liberar la hormona del crecimiento, la fase REM “ejerce una función específica en la consolidación del aprendizaje, así como en procesos de atención y memoria”.
Al tener funciones diferentes, la falta (o disminución) de cualquiera de los tipos de sueño en los niños produce, también, un efecto distinto. Por una parte, la menor presencia en el sueño de la fase No-REM provoca “retraso del crecimiento y menor regeneración de tejidos”. Por otra, la falta de sueño REM produce efectos negativos de tipo cognitivo y de conducta, así como dificultades para una correcta interacción social.