Los antecedentes del chocolate se ubican en nuestros antepasados de principios del siglo XVI, cuando Cristóbal Colón y su tripulación, anclados en la isla de Guanja frente a las costas de Honduras, recibieron como presente de los habitantes de esta isla unas pequeñas nueces de forma ovalada y color marrón. Con ellas se elaboraba el xocolatl, una bebida de fuerte sabor que producía una gran energía y vitalidad.
Para conseguir esta preciada bebida se tostaba el fruto y se molía. A la masa pastosa se le añadía agua, se calentaba la mezcla y se retiraba la manteca de cacao, que posteriormente se batía y se mezclaba con harina de maíz para espesarla. Diversas especias añadidas como la pimienta le daban un curioso y fuerte sabor que no fue muy apreciado por los descubridores.
Pero no es hasta la llegada de Hernán Cortés a México, en 1519, cuando se puede hablar del verdadero descubrimiento del cacao por parte de los españoles, que dieron a este fruto el nombre de amígdala pecuniaria o almendra del dinero, ya que era usado también como moneda de cambio.
El fruto de los dioses
La civilización maya empezó a cultivar el árbol del cacao hace más de 2000 años. En esta cultura se le daba un gran valor a sus semillas, que se utilizaban como moneda y, gracias a sus cualidades nutritivas, como alimento. También la cultura azteca fue la continuadora de esta tradición. Para los aztecas, el cacao era un regalo de los Dioses, recibido a través de quetzalcoatl, su dios de la cultura y jardinero del paraíso. Según la mitología azteca, quetzalcoatl, al ser expulsado del Paraíso, prometió a su pueblo que regresaría.
Así, cuando Hernán Cortés apareció en las costas de su Imperio, pensaron que era la reencarnación de quetzalcoatl. Moctezuma, emperador de los aztecas, lo recibió como una divinidad y le ofreció en un vaso de oro el «alimento de los dioses», reservado a personas de alta posición social. Hernán Cortés se dio cuenta pronto del valor nutritivo y tonificante de esta bebida, que permitía a los soldados españoles estar todo el día de marcha sin ningún alimento más y favoreció y extendió su cultivo.
Llegada a Europa
Sin embargo, hubo que esperar casi un siglo hasta que, para adaptarlo al paladar europeo, se empezase a endulzar con miel y, un poco más tarde, con azúcar, dando origen a un chocolate de sabor parecido al actual. El chocolate alcanzó una gran popularidad gracias a que la Iglesia consideró que su consumo no rompía el ayuno y a su adaptación como bebida oficial de los reyes y de la corte española.
A inicios del S. XVII las infantas españolas, en especial María Teresa, hija de Felipe V, que se casó con Luis XIV de Francia (el Rey Sol), fueron introduciendo la costumbre de tomar chocolate en la corte de Francia, cuyos ciudadanos instauraron la costumbre del chocolate líquido, a diferencia de España donde se tomaba chocolate espeso. Así se extendió su consumo por toda Europa, donde se abrieron salones en las principales ciudades y beber chocolate se convirtió en un signo de distinción y elegancia.
A finales del siglo XVIII, el chocolate se empieza a preparar con leche y azúcar, y las damas francesas ponen de moda los «bon bon», trocitos de chocolate para degustar a cualquier hora. A partir de los inicios del siglo XIX se empieza a fabricar en forma de tabletas y diferentes tipos de chocolate, tal y como lo conocemos hoy en día.
La producción mundial de chocolate ascendió a unos 5,8 millones de toneladas en 1998, según CAOBISCO. Los principales países productores de chocolate son Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia y Brasil, y España se sitúa en décima posición. En el año 2000, en todo el mundo se consumieron 1,7 millones más de toneladas, cifra que indica que cada vez son más las personas que sienten fascinación por este manjar.
El consumidor puede degustar un amplio surtido de tabletas de chocolate, entre las que se distinguen el chocolate negro, chocolate con leche, el chocolate blanco, el chocolate con frutos secos y chocolates rellenos (café, licor, etc.).