Los programas de cocina están en plena ebullición. Atraviesan un momento muy dulce. Además de los formatos “de toda la vida” -la clásica cocina con un chef que enseña distintas recetas-, en este momento hay muchas otras propuestas televisivas en el mundo relacionadas con la gastronomía: desde realities y concursos, hasta programas de curiosidades que documentan la existencia de restaurantes extremos con raciones desmesuradas o menús hipercalóricos. Sí, en la parrilla de la televisión hay ofertas para todos los gustos, pero… ¿son saludables? ¿Qué propone esa ‘carta’ al espectador? ¿Qué estilo de vida y de alimentación promueve? En el siguiente artículo, que cuenta con consideraciones detalladas por expertos en Nutrición y Ciencias Políticas recogidas por la revista Phsychology & Behaviour, se revisan cinco aspectos clave de los programas gastronómicos y se reflexiona para no caer en el formato de programas gastronómicos que impera en los países anglosajones.
Cinco preguntas sobre los programas de cocina
No todos los programas de cocina son iguales. Algunos intentan promover una alimentación de calidad, mientras que otros ensalzan hábitos dietéticos muy poco saludables. El punto de partida, el formato y el contenido son muy diferentes, por supuesto, pero tienen algo en común: la finalidad de entretener. La televisión es, ante todo, entretenimiento, y eso es lo que busca el espectador cuando la enciende. Así, el ocio y el disfrute son los principales ingredientes de estos programas, incluso en aquellos con pretendida finalidad documental o didáctica.
En 2009, Michael Pollan titulaba un artículo en The New York Times de la siguiente manera: ‘Fuera de la cocina, en el sofá’. Para este reputado periodista no tiene sentido que cada vez cocinemos menos y, a la vez, aumenten de forma escandalosa los índices de audiencia de los programas de cocina, esos que vemos desde el sofá. Nuestras habilidades culinarias son tan pobres que, en palabras del reportero, «nuestra abuela rodaría en su tumba si escuchara lo que nosotros llamamos ‘cocinar'»: calentar una lata de sopa en el microondas o descongelar una pizza no deberían incluirse en la definición de ese verbo. Si bien las consideraciones de este periodista tienen más sentido en Estados Unidos, donde la cultura gastronómica está bajo mínimos, a continuación nos hacemos cinco preguntas sobre los programas de cocina que tanto miramos… sin cocinar.
1. ¿Enseñan habilidades culinarias? Las investigaciones que han analizado este tipo de programas en países anglosajones muestran que, en general, no suelen enseñar o promover habilidades culinarias (las necesarias para que podamos cocinar por nosotros mismos), sino que más bien buscan lo que cualquier otro programa no informativo de televisión: entretenernos, distraernos, conseguir que como espectadores pasemos un rato ameno, de ocio. Es por ello que muchos de ellos utilizan técnicas que crean, durante la receta, una combinación entre aventura, emoción y sensualidad, olvidándose de mostrar con precisión cómo se preparan los platos, desde el «paso a paso» del proceso hasta la cantidad exacta de cada ingrediente. No se trata de algo extrapolable a los programas españoles, aunque conviene estar alertas para evitar que suceda.
2. ¿Muestran recetas fáciles de hacer? Los platos que se proponen en estos programas son, en su mayoría, irrealizables en una cocina doméstica, dado que la cocina de casa no cuenta con los enseres o los ingredientes exóticos que sí hay en un plató de televisión. ¿Por qué, entonces, tienen tanto éxito? En parte porque responden a una realidad: es la propia población quien no busca aprender y practicar en su casa, sino que siente la necesidad de ser entretenida, o bien de creer que alguien cocina para ella (cuando obviamente no es así). En algunos casos, hay quien cree que será capaz de crear ese plato tan sofisticado por sí mismo y casi sin esfuerzo, algo muy improbable (y que, en su caso, generaría una pila de platos sucios que la tele omite). De nuevo, en España la situación no es así (todavía), ya que en muchos programas se usan enseres e ingredientes al alcance de cualquiera.
3. ¿Fomentan el consumo responsable? La principal crítica a esta los programas analizados por los investigadores es que muchos de ellos promueven y prometen la felicidad a base de llenar el estómago. Una felicidad inalcanzable que busca el placer solo a través de la comida. Con frecuencia se hace caso omiso de las posibles consecuencias para la salud del consumo excesivo de alimentos o de la ingesta elevada de determinados productos, como son los alimentos salados o los cárnicos y sus derivados (no es lo mismo utilizar tocino que aceite de oliva, por poner un ejemplo). Generan una ambivalencia en la que por una parte se promueve un consumo excesivo o desequilibrado, pero a la vez se ensalza el ideal del cuerpo, ya que se cuida con mimo la estética del espectáculo y de los «chefs». No se debe obviar, además, que los anuncios que aparecen antes, durante y después de estos programas suelen ser de alimentos superfluos altamente calóricos. Por otro lado, también se suelen obviar las posibles consecuencias ambientales de crear platos que supongan un importante desecho de residuos, así como las de integrar en todas las cocinas productos exóticos procedentes de los cinco continentes en lugar de fomentar la cocina con productos locales, de ‘kilómetro cero’. En nuestro entorno, de momento, estos programas suelen fomentar la cocina española, con ingredientes cotidianos y fáciles de conseguir.
4. ¿Podemos aprender con los concursos de cocina? En los «concursos de cocina» anglosajones la cosa es aún más grave, ya que de ninguna manera aparece una receta que se pueda aprender: los concursos van demasiado rápido como para que los espectadores podamos anotar consejos prácticos, por no hablar de que la clase de cocciones que ahí aparecen jamás se podrían realizar en una cocina casera. Para Michael Pollan el mensaje implícito de los programas de cocina en horario estelar de hoy es: «no intente esto en su casa. Si de verdad quiere comer de esta manera, vaya a un restaurante». Para este periodista, aprender a cocinar mirando un concurso gastronómico es como intentar aprender a jugar a baloncesto viendo un partido de la NBA. Se transmite que cocinar es algo inalcanzable, reservado para unos cuantos seres humanos dotados de habilidades de catador de manjares. En cuanto a qué sucede en nuestro país, lo cierto es que se pueden aprender ciertas ideas y procesos, o conocer nuevos ingredientes, a la vez que se fomenta la noción de «usted también puede».
- 5. ¿Ver programas de comida alimenta la obesidad? Conviene no caer en la trampa y pasarnos más horas de las que ya estamos sentados delante de la tele: un círculo que puede acabar, para muchos individuos, en un exceso de peso difícil de revertir. Y es que las razones por las que ver a menudo la televisión nos hace proclives a ganar peso no acaban en el sedentarismo.
Si bien es cierto que cuantas más horas pasamos sentados, mayor es nuestra ganancia de peso (y también los riesgos de padecer diabetes o enfermedades cardiovasculares), hay estudios recientes, como uno publicado en junio de 2013 en BMJ Open, que muestran que de entre todas las conductas sedentarias, la de ver la televisión es la que más hace que aumenten nuestras células grasas. Así, la televisión ejerce un efecto sumatorio al hecho de dejar de gastar calorías. El porqué podemos hallarlo en la publicidad, en los estigmas que genera este medio o en el hecho de que cuando vemos la tele comemos sin darnos cuenta. Así, los programas televisivos en general y los de cocina en particular pueden poner una pizca de condiciones para que acabemos ganando peso con el paso de los años.
Acerca del sedentarismo, la televisión y la comida, una reflexión interesante es la que hace el periodista Michael Pollan, no solo en The New York Times, sino también en su libro ‘Saber comer’. Si quieres comer menos, cocina por ti mismo. «Si cocinaras en casa todas las patatas fritas que consumes, seguro que las comerías en muchas menos ocasiones, aunque solo fuera por el trabajo que conlleva prepararlas -observa el autor-. Lo mismo sucede con el pollo frito, las patatas paja, los pasteles, las tartas y los helados».