La mayoría de las mujeres del mundo se dedica a las labores del hogar, un trabajo tan arduo como exigente que, sin embargo, no goza de reconocimiento social. Requiere tanta dedicación (o más) que otros oficios. No tiene horarios fijos, ni festivos, ni vacaciones. No está remunerado ni se le considera un trabajo productivo, pese a que permite que los demás miembros de la familia rindan en los estudios o empleos fuera del hogar. Estas y otras circunstancias convierten al trabajo de ama de casa en una labor de servicio donde no siempre tienen cabida los espacios de cuidado personal, incluida la salud y, por supuesto, la dieta. Así, no siempre resulta fácil llevar una alimentación saludable, aun cuando son ellas quienes se encargan de la cocina. El siguiente artículo explica por qué sucede esto y cuáles son las principales dificultades a las que se enfrentan.
¿Cómo cuida un ama de casa su propia alimentación?
Existen profesiones dedicadas a la limpieza de casas, lavanderías de ropa, gestión de compras, cocina, cuidado de bebés y de ancianos, jardinería y contabilidad. La profesión de ama de casa conjuga todas estas habilidades, pero no recibe el reconocimiento explícito de ninguna. Así, el trabajo del hogar tiene factores positivos y negativos hacia la propia salud de quien lo realiza.
- Positivos: es un trabajo cíclico, repetitivo y que por tanto puede ser ordenado con facilidad y con cierta autonomía. La actividad es intensa pero variada, no es monótona, y combina tareas dentro de casa con gestiones fuera.
- Negativos: la falta de reconocimiento puede llevar a una falta de autoestima que influya en la propia alimentación y estilo de vida.
Según explica el profesor Enrique Martín Criado, sociólogo de la Universidad de Sevilla -en cuyos estudios nos hemos basado para plantear este artículo-, la actitud del ama de casa hacia su alimentación no se limita a la de consumidora, sino que es, además, la persona encargada de seleccionar, adquirir y elaborar los alimentos que va a consumir el conjunto de la familia. Recae sobre ella una responsabilidad que le lleva, precisamente, a no pensar en ella, en sus gustos o en sus necesidades a la hora de elegir su dieta, sino en los gustos y necesidades de los demás.
Por otra parte, el trabajo de ama de casa, que implica multitud de tareas en solitario y en general poco valoradas, tiene un poderoso incentivo en el reconocimiento que procede de los hijos y la pareja. En especial, por su labor en la cocina. Esto deriva en que, a la hora de cocinar, no prevalezcan aspectos dietéticos sino de disfrute. El objetivo pasa por hacer platos que gusten a la familia antes que adecuarlos a unos preceptos nutricionales saludables.
A veces se dice, y con razón, que del ama de casa depende la salud alimentaria de toda la familia. Sin embargo, la realidad es que ésta no decide con libertad la mayoría de las veces, sino que está condicionada por las presiones, gustos o exigencias de los demás. Los gustos de la pareja son determinantes, al tiempo que imponer comidas a los hijos se puede convertir en una tarea titánica que naufraga ante la fuerte resistencia y ante la debilidad maternal hacia los hijos.
Formación en alimentación saludable, ¿por qué falla?
Muchas iniciativas de salud dirigidas a la prevención consisten en campañas informativas a las amas de casa. Estas campañas parten de la idea de que la información es la clave para cambiar los hábitos de vida de las familias, que son la base de la sociedad, para que sean más saludables. No obstante, múltiples estudios han demostrado que esto es falso, que de hecho existe una gran distancia entre lo que se conoce sobre nutrición y las prácticas de alimentación cotidianas.
Según las investigaciones, el principal motivo del fracaso es que constantemente aparecen nuevas alarmas alimentarias o nuevos estudios que, con el mínimo resultado de evidencia, proclaman a los cuatro vientos las ventajas o desventajas de un alimento determinado; unas afirmaciones que, como es lógico, en poco tiempo son refutadas. Por ello, quien cocina a diario piensa que no vale la pena preocuparse más de lo debido: el excesivo «nutricionismo» lleva a confiar, finalmente, en las propias costumbres, las tradiciones, «lo que decía mi abuela y me ha enseñado mi madre». Unas reglas que podrían resumirse en tres ideas:
- Si se come en abundancia es señal de salud.
- Comer bien es comer casero, platos de cuchara y puchero.
- Los precocinados son para una urgencia, y es malcomer.
Amas de casa: el cuidado de la alimentación personal
La relación con otras personas nos recuerda constantemente lo que somos a los ojos de los demás. Y el cuerpo es el elemento más visible a partir del cual somos juzgados en la cotidianidad. En el trabajo variamos de compañeros y, al final, nos importa poco lo que piensen. Pero el ama de casa tiene entre sus críticos cotidianos a la familia propia, a la familia de su marido, a los vecinos, los tenderos… La valoración que recibe sobre su cuerpo constituye un elemento esencial de la forma de verse, de su sentimiento de bienestar o malestar con ella misma. De ahí que el hecho de engordar un par de kilos pueda suponer un comentario irónico, una mirada de «qué dejada está», un gesto despreciativo que la haga sentirse aún menos valorada. Lo que se juega aquí es el sentido del propio valor social y, con él, la autoestima.
En ese marco, el control del peso parece ser una preocupación central para todas las madres. Las razones de salud son poco importantes; mucho más importante es la imposición de un modelo social que estigmatiza la gordura. Y sería injusto simplificar el asunto tachando a esta preocupación de meramente estética: la valoración que recibimos de los demás es el elemento fundamental de la autovaloración y la autoestima.
A esto se suma que el «ponerse a dieta» o cuidar el propio cuerpo puede interpretarse como una señal de que la mujer no es buena madre. La «buena madre» tiene como principal objetivo el cuidado familiar, y no sus gustos, preferencias, o el propio cuidado de su cuerpo. La «buena madre» miraría por los hijos antes que por sí misma. Este esquema, tan arraigado como dañino, obstaculiza cambios radicales de la dieta de muchas mujeres. Por un lado, ellas no pueden imponer una dieta al resto de la familia. Por otro, tampoco pueden llevar una dieta individualizada sin una justificación, como estar enfermas. De ahí que todo el discurso sanitario que relaciona la obesidad con múltiples enfermedades sea apropiado, pues bajar la tasa de colesterol, controlar el nivel de azúcar, así como la tensión arterial, implican prácticas –alimentarias y de ejercicio físico- similares a las de los regímenes de adelgazamiento.