Tener más de 80 años, haber estado ingresado en fechas recientes, haber sufrido caídas, padecer enfermedades que alteren la movilidad y el equilibrio, trastornos de visión o audición, cardiovasculares o deterioro cognitivo. Estas son solo algunas de las particularidades que caracterizan a un anciano frágil, a las que habría que sumar, con el panorama económico actual, factores de insuficiente soporte económico y social, como la soledad y la pobreza. Este artículo describe los problemas de salud que más inciden en las personas mayores y más repercusiones tienen en su calidad y esperanza de vida, como son la enfermedad de Alzheimer, la insuficiencia de un corazón mayor o las caídas.
El progreso de los sistemas de salud ha dado pie a un aumento de la esperanza de vida, que trae de la mano, en muchas ocasiones, el desarrollo de enfermedades y discapacidad. Sumar años lleva a menudo asociado la disminución gradual de las capacidades cognitivas, funcionales, hepáticas y renales, además del desarrollo de enfermedades cardiovasculares, respiratorias o degenerativas, como las demencias. Y, por ello, a veces al término ancianidad se le une el de fragilidad. Juntos definen a una persona vulnerable, con un alto riesgo de que su estado de salud empeore y una alta probabilidad de sufrir efectos adversos como hospitalizaciones, pérdida de autonomía, discapacidad, ingresos en residencias, caídas y fallecimiento.
Fragilidad con la enfermedad de Alzheimer
En España, hay 1,2 millones de enfermos de Alzheimer, aunque se cree que podrían ser incluso 1,6 millones los afectadosUna patología asociada al envejecimiento es la enfermedad de Alzheimer, que supone una auténtica epidemia. Se estima que en todo el mundo afecta a unos 35 millones de personas, cifra que se multiplicará por dos en 2030, según los expertos. En España, los datos señalan que hay 1,2 millones de enfermos diagnosticados, aunque desde la Confederación Española de Asociaciones de Familiares de personas con Alzheimer y otras Demencias (CEAFA) sostienen que podrían ser incluso 1,6 millones los afectados.
No obstante, sus largos tentáculos alcanzan a más 3,5 millones de personas, si se tienen en cuenta también a los familiares y cuidadores. A pesar de su alcance e implicaciones, en España no hay un plan de actuación, al contrario de lo que sucede en otros países como Australia o Francia.
Corazón envejecido
Otro ejemplo de enfermedad ligada al envejecimiento es la insuficiencia cardiaca. Esta incapacidad de bombear la sangre y repartirla por todo el organismo afecta al 8% de la población mayor de 65 años, por lo que es muy habitual en sociedades con altas tasas de envejecimiento, como ocurre en España, que supone la cifra de 650.000 personas, según datos aportados por la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI).
Además, hay que tener presente que estos pacientes, a consecuencia de este trastorno cardiaco, tienen muchas posibilidades de sufrir también enfermedad renal, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, anemia, obesidad, enfermedades tiroideas y trastornos ansioso-depresivos, según especialistas de la SEMI. La insuficiencia cardiaca se asocia a factores de riesgo y enfermedades cardiovasculares como la hipertensión arterial, altos niveles de colesterol, la diabetes, la cardiopatía isquémica o el ictus, entre otras.
Cuando un anciano se cae
Las caídas en ancianos son un problema de salud de primer orden por las consecuencias que se derivan. Los datos estiman que, cada año, tres de cada diez personas mayores de 65 años sufren caídas, pero el escenario empeora a medida que se cumplen años, alcanzando la mitad de quienes superan los 80 años. La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) señala que más de 1.400 personas mayores de 65 años fallecen anualmente a causa de caídas en nuestro país.
Cada año, tres de cada diez personas mayores de 65 años sufren caídas y la mitad de quienes superan los 80 años
Entre los factores de riesgo de caídas asociados al propio proceso de envejecimiento están el déficit cognitivo, alteraciones visuales y auditivas, déficit de la marcha, del equilibrio y debilidad muscular, enfermedades crónicas (demencias, patologías cardiovasculares, respiratorias) y enfermedades agudas (anemias, deshidratación, fiebre) y los efectos secundarios asociados a los fármacos, sobre todo a los hipertensivos sedantes e hipnóticos y a los antihipertensivos.
También existen otros factores externos que aumentan sobremanera el riesgo de sufrir una caída y que están relacionados con la realización de actividades que para ellos pueden ser peligrosas, como subirse a un saliente o a una silla o bajar escaleras, aunque subir y bajarlas de manera habitual actúe como factor de protección. También lo es vivir en un entorno con mobiliario que se convierta en un obstáculo para ellos, ya sea en el domicilio o en la misma calle: suelos resbaladizos, alfombras, poca iluminación, escaleras, duchas o baños sin barandas e, incluso, la utilización de calzado inadecuado.
Los resultados de sufrir una caída, además, no se quedan en el plano físico. De la misma manera que aumenta la tasa de enfermedades asociadas, mayor número de ingresos hospitalarios y de mortalidad, las consecuencias psicológicas tienen una gran repercusión en el afectado: acrecienta su miedo a volver a caer que provoca que disminuya movilidad y, a su vez, se incrementa la pérdida de las capacidades para realizar las actividades de la vida diaria y su grado de dependencia, situación que provoca, en ocasiones, su ingreso en un centro geriátrico.