La adicción a las nuevas tecnologías es un problema que afecta cada vez a más personas. Y no solo a niños y jóvenes, el principal grupo de riesgo, sino también a adultos. Este artículo explica por qué cuando hay padres que hacen más caso al móvil que a sus hijos, los adultos están más irritables y los niños se comportan peor. También enumera diversos problemas que el uso abusivo de los teléfonos por parte de los progenitores puede tener para los pequeños: desde perjuicios en el desarrollo cognitivo y emocional hasta poner en riesgo la autoestima y su futura integración social.
Los niños y adolescentes componen el grupo de mayor riesgo de caer en la adicción a las nuevas tecnologías en general y a los teléfonos móviles en particular. Sin embargo, este problema está lejos de afectar solo a los más jóvenes. En España, el 77% de los usuarios de smartphones padecen algún grado de nomofobia, el miedo irracional a no poder disponer del teléfono. Y esta adicción o uso excesivo por parte de padres y madres puede ocasionar perjuicios para sus hijos.
Hacer más caso al móvil que a los hijos: niños traviesos, padres irritables
Expertos del Departamento de Pediatría del Centro Médico de Boston observaron a 55 grupos de personas -que incluían al menos a un adulto y un niño- en restaurantes de comida rápida en esa ciudad de Estados Unidos. En 40 de esos casos (el 73%), los padres usaron el teléfono mientras estuvieron allí con distintos grados de atención. Muchos de ellos casi no hicieron caso a sus pequeños durante toda la comida.
La investigación (publicada en 2014 en Pediatrics, la revista oficial de la Academia Americana de Pediatría) encontró una relación entre la concentración que los adultos dedicaban a sus teléfonos y el comportamiento de los menores. Cuanto más abstraídos estaban los padres, los niños se portaban peor, con el fin de ganar la atención de sus mayores. Ante ese mal comportamiento, la respuesta de los adultos más compenetrados en el móvil era de mayor enfado e irritabilidad que en los otros casos.
En declaraciones a la prensa, Jenny Radesky, directora del estudio, detalló que en varios casos, cuando los hijos intentaban dialogar con sus padres, estos respondían tarde o con alguna frase que demostraba que no estaban atendiendo a lo que los pequeños decían.
El hecho de que los adultos más concentrados en sus teléfonos estén más nerviosos e irritables tiene motivos neuronales. Como explica la psicóloga Catherine Steiner-Adair, autora del libro ‘The Big Disconnect’ («La gran desconexión», de momento no traducido al español) y especialista en esta materia, cuando una persona escribe en su teléfono, trabaja el área del cerebro dedicada a las tareas activas, la cual produce una especie de «urgencia» por terminar de hacerlo. Es por eso que la persona tiende a enfadarse más cuando es «interrumpida».
Perjuicios y riesgos para los niños
Los problemas que esta falta de atención ocasiona a los niños son múltiples. Por un lado, hace que la comunicación cara a cara sea mucho menor. Ese tipo de comunicación, como señala el trabajo de Radesky y su equipo, tiene una importancia «crucial» en el desarrollo cognitivo, emocional y del lenguaje del pequeño. Al dialogar cara a cara, los menores amplían su vocabulario, conocen mejor sus propias emociones y a sus padres, además de que aprenden a tener una conversación.
Sentirse desplazados por un dispositivo electrónico, en este caso el teléfono, atenta contra la autoestima del niño. Como explica una guía para educar en positivo editada por Save the Children con la colaboración del Ministerio de Sanidad, «los vínculos afectivos que se crean en los primeros años de vida son esenciales en la construcción de nuestra identidad y nuestro equilibrio emocional». «La imagen que vamos construyendo de nosotros mismos -añade la guía, titulada ‘¿Quién te quiere a ti?‘- es el reflejo de lo que nuestros seres más queridos nos devuelven y condiciona las relaciones que tenemos con los demás, nuestra autoestima y la forma de afrontar los problemas». Un vínculo afectivo sano garantiza «relaciones futuras de confianza y mayor seguridad en sí mismo» y «servirá de ‘salvavidas’ cuando surjan los conflictos». La adicción al teléfono móvil pone en riesgo todas estas cuestiones y puede afectar hasta la integración social del pequeño cuando llegue a la adultez.
Por otra parte, los niños expuestos a este ejemplo por parte de sus padres tienen un mayor riesgo de convertirse ellos mismos en adictos a estos dispositivos, con el consiguiente peligro de que se aíslen todavía más. Como detallan numerosos trabajos, el abuso de teléfonos, ordenadores, videojuegos y televisión genera múltiples problemas, desde obesidad infantil, problemas de sueño y de atención e, incluso, estrés y depresión.
Existe una iniciativa, llamada Programa Desconect@, destinada a personas que han desarrollado una adicción a la tecnología. En particular se dirige a los jóvenes, el principal grupo de riesgo, pero también a los adultos. “No buscamos prohibir o hacer desaparecer nada, simplemente deseamos optimizar nuestros recursos de la mejor manera posible“, señalan los responsables del proyecto, que tiene oficinas en Barcelona, su vecina Granollers, Madrid y Chile.
El programa ha desarrollado Face Up, una aplicación que se propone ayudar a los usuarios a vencer esa adicción sin apagar el teléfono. Ofrece opciones como ponerlo en modo Love (“amar”), Work (“trabajar”) o Live (“vivir”), para que el dispositivo no interrumpa momentos de la “vida real” y se limite a ser lo que debe ser: una herramienta.