Ciertos alimentos son víctimas del rumor y el desconocimiento. Protagonizan infinidad de falsos mitos que se extienden muy rápido, algo que alimenta la preocupación de los expertos, ya que muchos de los alimentos “atacados” son sanos, como las frutas. Los bulos nutricionales, sobre todo si los difunden falsos gurús, nos alejan de los buenos hábitos dietéticos. Es el caso de los que afectan a las frutas veraniegas: dada la importancia de la fruta para la salud, cualquier afirmación que disuada de su consumo debería provenir de robustas evidencias científicas. En este artículo se profundiza en los mitos frutales más extendidos (y falsos).
El reinado de los bulos dietéticos
Los bulos viven hoy un auge extraordinario y sin precedentes. Sin duda, el sustancial incremento en el acceso a Internet por parte de todo tipo de público, aunque es muy positivo para compartir información útil y fidedigna, aumenta las posibilidades de que se propaguen a toda velocidad falsos rumores, como los relacionados con la alimentación.
De hecho, la mayor parte de engaños que se encuentran en la Red «se ceban muy especialmente con la alimentación y la salud», en palabras del periodista Antonio Ortí, quien dedicó en abril de 2013 uno de sus escritos a los «ciberrumores«. Como las saludables frutas de verano no se libran de «ciberrumores», vale la pena dedicarles unas breves reflexiones para evitar malos entendidos.
Mitos frutales: casi todos desincentivan su consumo
Los mitos frutales podrían clasificarse en dos grandes grupos: los que promocionan el consumo exagerado de ciertas frutas (algo que generará desequilibrios dietéticos) y los que alertan sobre supuestos peligros de tomarlas. Por desgracia, la mayoría pertenecen a este segundo grupo, algo nefasto para la necesaria promoción del consumo de frutas.
A continuación se analizan varios falsos mitos sobre cuatro frutas veraniegas: melón, sandía, cerezas y frutas del bosque. Como muchos de ellos parten de conocidos refranes, que hacen fácil recordar el mensaje que transmiten, hemos elaborado titulares que rimen, con el mismo objetivo.
Melón y sandía, no matan por la noche ni por el día
Es muy conocido el dicho «El melón, por la mañana es oro, por la tarde plata y por la noche, mata», que también se aplica en muchas ocasiones a la sandía. De ahí que abunden páginas web y algún libro de dietas milagro que insisten en que comer melón o sandía a la hora de la cena provoca fermentaciones en el estómago, agua la digestión, genera problemas intestinales de incierto final, engorda, cambia los ciclos del sueño y un largo etcétera de funestos augurios.
Nada de ello es verdad. No aparece recogido en ningún estudio científico, no le dedican una sola línea los tratados de nutrición de referencia y no es plausible desde un punto de vista bioquímico o nutricional (no hay nada en el melón o en la sandía que justifique tales malévolos perjuicios, propios de una película de terror).
Cerezas, no engordan un montón ni arruinan la digestión
Las cerezas cargan con el sambenito de ser frutas con muchas calorías, algo que no es cierto. Su aporte calórico es muy similar al de cualquier otra fruta. Pero aunque una fruta tenga más calorías que otra, no se debe olvidar, como se indicó en el más reciente consenso español de prevención y tratamiento de la obesidad, que «el consumo alto de fruta y hortalizas está asociado a un menor incremento de peso en adultos a largo plazo».
También es frecuente leer o escuchar que beber agua junto a las cerezas puede producir malas digestiones o generar diarreas dignas de un Récord Guinness. Es falso. No hay pruebas de que beber agua mientras se come fruta (sea la que sea) altere el proceso digestivo. Se trata de un mito sin base epidemiológica.
Que no te ofusquen con las frutas del bosque
Diversos estudios han constatado que las frutas del bosque contienen muchos antioxidantes. Sin embargo, esto no es una prueba que asegure que su consumo es más saludable que el de otros alimentos. Hoy por hoy no está claro que los antioxidantes de los alimentos ejerzan beneficios sobre la salud a largo plazo. Es más, una investigación publicada en enero de 2010 en la revista Nutrition Journalrecogió la siguiente afirmación: «Un alimento con un bajo contenido en antioxidantes puede ejercer beneficios para la salud gracias a otros componentes».
Pese a ello, las frutas del bosque suelen acompañarse de portentosos reclamos de salud como el retraso del envejecimiento celular, la curación de enfermedades crónicas u otros engaños similares. Ahondó en esta cuestión el artículo ‘Frutas del bosque: saludables, pero no milagrosas‘, que concluyó con una consideración que tiene sentido reiterar: «Una dieta rica en frutas y hortalizas no tiene comodines, talismanes o varitas mágicas».
El texto de Antonio Ortí sobre los “ciberrumores” incorpora unas declaraciones de Guillem Feixas, profesor de la facultad de Psicología en la Universidad de Barcelona, quien apunta que una parte de los receptores de los bulos “no sabe filtrar ni discernir la información creíble de la que no lo es”. Esto lo aprovechan los “compositores” de los rumores, que inventan musicales declaraciones de desconocidos expertos en nutrición o falsos médicos, aluden a estudios inexistentes o incluyen altisonantes expresiones pseudocientíficas e incomprensibles. El objetivo que se persigue es claro: dar una fachada científica a la monserga, para intentar reforzarla y consolidarla, y así convencer (y atemorizar) a los lectores poco suspicaces.
Por todo ello resulta imprescindible que exista una pedagogía en los sistemas educativos que instruya sobre cómo realizar un buen uso de la Red. También se debería insistir en la importancia de agudizar el escepticismo cuando se accede al inmenso caudal de información que aparece en Internet, sobre todo si se tiene en cuenta que el volumen de páginas web con datos dietético-nutricionales aumenta de forma exponencial.