Hay pocas cosas más reconfortantes, con la llegada del frío, que un vaso de leche caliente. La leche es uno de los alimentos más aceptados tanto por los niños como por los adultos, en el desayuno, la merienda, numerosas recetas e, incluso, la cena, por su tibieza antes de dormir. No obstante, pese a ser un producto nutritivo, rico en ciertas vitaminas y minerales -como el calcio-, la leche es uno de los alimentos más castigados por falsos gurús, que difunden rumores dietéticos con poco fundamento científico pero con mucha notoriedad en las redes sociales. En el presente artículo se revisan, de cerca, los más importantes.
La leche es un alimento nutritivo que puede formar parte de toda dieta saludable. Según la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria y la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, los niños deben tomar de 2 a 3 raciones diarias de lácteos (de 200 ml cada una); los adultos, entre 2 y 4 raciones (de 250 ml cada una); y las personas mayores, 3 raciones al día (también de 250 ml cada una). Si el consumo de leche no desplaza a la ingesta de alimentos de origen vegetal poco procesados, como frutas frescas, hortalizas, frutos secos o legumbres, todo serán beneficios.
No obstante, y a pesar de sus bondades para la salud, la leche cuenta en su haber con una larga lista de falsas creencias. Algunas de ellas están tan arraigadas en el imaginario popular que no hay manera de que se extingan. Es probable que esto tenga que ver no solo con la velocidad a la que corren en la actualidad los rumores gracias a las redes sociales, sino también con la tendencia a confiar más en drásticas y descabelladas propuestas dietéticas -esas que parecen funcionar a corto plazo-, que en los indiscutibles beneficios (a largo plazo, eso sí) de un cambio generalizado en nuestro estilo de vida.
Falsas creencias sobre alergias o intolerancias a la leche
Si alguien padece una alergia a las proteínas de la leche, debe retirar los lácteos de su dieta, sin duda. Pero ello no significa, de ninguna manera, que quien tome leche acabará tarde o temprano por presentar una alergia. La alergia a las proteínas de los lácteos, que debe diagnosticar un alergólogo, es más común en la infancia, pero afecta a menos del 5% de los bebés, y además suele desaparecer al año de edad.
Es muy importante no confundir la intolerancia a la lactosa (la lactosa es el azúcar que contiene de forma natural la leche) con una alergia a las proteínas lácteas. En el primer caso se producen síntomas gastrointestinales que, por lo general, son leves y pasajeros, mientras que en el segundo caso existirán síntomas graves (si la persona alérgica consume lácteos), que pueden incluso comprometer la vida.
En este punto, es importante reseñar dos cosas. La primera, que hay un elevado número de casos «autodiagnosticados» de intolerancia a la lactosa que no suelen confirmarse con estudios médicos rigurosos. Es importante desconfiar de test de intolerancia no avalados por estamentos científicos de referencia, como se advierte en el artículo ‘¿Se puede hacer el test de intolerancia alimentaria con la Seguridad Social?‘.
La segunda cuestión importante -y que no todo el mundo conoce- es que incluso las personas que realmente padecen intolerancia pueden tomar la cantidad de lactosa presente en un vaso de leche sin presentar síntoma alguno, tal y como indicó en 2010 la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
La leche no produce mucosidades
Mención aparte merece la falsa creencia de que los lácteos producen mucosidades. Es algo que quedó desmentido en diciembre de 2005 en la revista Journal of the American College of Nutrition. La conclusión de los autores -investigadores de la Unidad de Alergología del Hospital Universitario de Zurich (Suiza)- fue rotunda: «Las recomendaciones de abstenerse de tomar productos lácteos en base a la creencia de que inducen los síntomas del asma no tienen sustento en la literatura científica».
La leche no descalcifica
Las controversias relacionadas con la leche no acaban en intolerancias, mucosidades o alergias; llegan incluso a cuestionar su papel en la salud ósea. Así, hoy por hoy, es fácil leer en fuentes poco informadas que la leche descalcifica. Si bien en la mayor parte de casos no se aporta bibliografía científica que sustente semejante contradicción (los lácteos son la principal fuente de calcio en la dieta), en ocasiones se adjuntan estudios que observan que en los países donde se consumen más lácteos existen más fracturas óseas.
Sin embargo, cualquier científico conocedor de cómo interpretar los estudios observacionales (o transversales), no tardará en caer en la cuenta de que en los países occidentales no solo se toman más lácteos, también existen otras características que son las verdaderas responsables de las mayores tasas de fracturas registradas: tabaquismo, sedentarismo, menor exposición al sol (que permite la síntesis de vitamina D, imprescindible para el metabolismo óseo), más tasas de alcoholismo, una ingesta de sal mucho más elevada o un mayor consumo de fármacos. Todos esos factores son los auténticos responsables de las preocupantes tasas de osteoporosis y fracturas óseas.
Si bien la clave de la prevención de las fracturas no reside en tomar altas cantidades de lácteos (seguir un buen estilo de vida es mucho más importante), un consenso español publicado en noviembre de 2013 en la revista Nutrición Hospitalaria llegó a la conclusión de que la leche desempeña un «papel crucial» para cubrir las necesidades de calcio, un mineral importante en la configuración de los huesos.
La leche no aumenta las tasas de mortalidad
La más sonora de las falsas creencias relacionadas con la leche es la que sostiene que consumir este alimento produce cáncer, causa diabetes o genera enfermedades cardiovasculares. Es lo que han revisado en una reciente investigación la doctora Susanna C. Larsson y sus colaboradores (revista Nutrients). Su conclusión ha sido la esperada: el consumo de leche no se asocia con mayores tasas de ninguna de las tres enfermedades descritas, ni tampoco con un aumento en el riesgo de mortalidad por cualquier otra causa.
No podemos olvidar que existen en el mercado muchos derivados de la leche a los que se han añadido elevadas cantidades de azúcar (flanes, natillas, helados u otros postres lácteos). Tales productos presentan un perfil nutricional muy diferente al de la leche sola. Así, mientras la leche puede formar parte de nuestra alimentación cotidiana, el consumo de estos productos -dado su elevado aporte calórico- es mejor que sea ocasional.