Casi todos los bebés sufren regurgitaciones, esas pequeñas expulsiones de alimento por la boca, sobre todo poco después de tomar el pecho o el biberón. Son normales y en general desaparecen con el tiempo, a medida que madura su aparato digestivo. Este artículo las describe en detalle y puntualiza en qué ocasiones requieren una consulta con el pediatra y qué medidas se pueden tomar para tratar de reducir su cantidad. También especifica síntomas y riesgos de los casos más importantes, cuando aparece la llamada enfermedad por reflujo gastroesofágico.
¿Qué son las regurgitaciones del bebé?
Las regurgitaciones son normales en los bebés. Consisten, como explica la Asociación Española de Pediatría (AEP), en la expulsión de un poco de alimento por la boca. Se producen sin esfuerzo, por lo general después de las tomas y cuando el niño está acostado. Se trata, en realidad, del reflujo gastroesofágico que afecta muchas veces a niños y adultos: el retorno de comida desde el estómago hacia el esófago y, en ocasiones, hasta la boca. La mayoría de las veces no da mayores molestias, pero, en el caso de los pequeños, cuyo organismo todavía es inmaduro, puede ocasionar regurgitaciones.
Uno de los factores que propician las regurgitaciones es el hecho de que los bebés pasen mucho tiempo acostados o en una posición cercana a la horizontal. Pero esto no quiere decir que no lo hagan cuando se encuentren en otra postura. De hecho, una recomendación para el momento de ayudar a los niños a expulsar los gases después de darles el pecho es colocar una pequeña toalla sobre el hombro, ya que es muy probable que regurgiten algo de leche.
¿Deben preocuparme las regurgitaciones del bebé?
Las regurgitaciones del bebé solo deben ser motivo de preocupación y consulta con el pediatra, puntualiza la AEP, si el niño no gana peso o no crece como debería, o si se muestra muy irritable y deja de comer.
También en caso de que la expulsión de comida se agrave y se convierta en vómito. Este implica una salida brusca y forzada del contenido gastrointestinal en mayor cantidad que las regurgitaciones. Para el pequeño que lo sufre, al igual que en el caso de los adultos, el vómito es más desagradable, implica un esfuerzo y, en algunos casos, es de color verdoso o incluye sangre. Esto no es normal: si el bebé tiene vómitos, se debe acudir a un especialista.
¿Qué medidas se pueden tomar contra las regurgitaciones?
Si las regurgitaciones no vienen acompañadas de ningún otro problema, no hace falta ningún tratamiento. Con el tiempo dejan de producirse, sobre todo a partir de los seis meses de vida del niño. Y es que, desde ese momento, coinciden algunos elementos que ayudan a que el número de regurgitaciones se reduzca. Por un lado, el aparato digestivo del pequeño está más maduro. Por otro, se comienzan a incorporar a su dieta alimentos sólidos, que circulan con una facilidad algo menor que el líquido. Y, además, el niño ya se mantiene sentado por sus propios medios y pasa más tiempo en esta posición, por lo que en esa postura la fuerza de gravedad dificulta que la comida desande su camino.
Pero en el caso de que se quiera reducir la cantidad de regurgitaciones, se pueden tomar algunas medidas simples, como evitar acostar al bebé justo después de las tomas o elevar un poco la cabecera de la cuna. Con estos métodos, la fuerza de la gravedad ayuda a la comida a continuar su curso normal a través de su cuerpo.
También es posible, aclara la AEP, que el médico, en el caso de pequeños que se alimentan con biberón, recomiende un tipo de fórmulas especiales, llamadas antirregurgitación. Estos preparados contienen sustancias espesantes, que dificultan (aunque no impiden) que el reflujo se produzca.
En ocasiones, el problema es más grave y se denomina enfermedad por reflujo gastroesofágico. En estos casos, además de los inconvenientes ocasionados por el retorno de la comida hacia el esófago y otras áreas del aparato digestivo, que derivan en sensación de ardor y molestias y dificultad para tragar, se producen también problemas respiratorios, como bronquitis o infecciones pulmonares frecuentes. La AEP añade que, en niños pequeños, incluso puede causar apnea y sofocaciones, lo cual constituye un problema grave.
En niños mayores hasta puede generar asma o empeorar un asma preexistente. Y otra posible consecuencia es la pérdida de apetito y, como resultado, que el pequeño gane menos peso de lo normal y que su desarrollo físico no sea el adecuado.
Por eso, es importante acudir al médico, si se sospecha que el niño puede padecer este problema que cuenta con síntomas, como que no quiera comer, no gane peso de forma normal, esté muy irritable o sufra vómitos, y también si tiene problemas respiratorios. Si el caso lo merece, el pediatra podrá recetar alguna medicina.